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Política

Manual del perfecto presidente latinoamericano

Crea enemigos, más que adversarios, reza el credo de Chávez, legitimado en el referéndum impulsado por la oposición En América latina, había un modelo de regente enérgico y, a la vez, honesto, por más que no fuera legítimo ni democrático: Pinochet. En cuanto tambaleaba un gobierno, el ideario popular sacaba su nombre de la galera como virtual vacuna contra las crisis. Era una falacia, desde luego, más asociada con el orden económico que Chile supo reflejar desde que sirvió de espejo de las reformas en el continente que con los crímenes de su dictadura y, a la luz de sus exageradas cuentas bancarias en el exterior, con las sospechas de corrupción en ella. Con esa imagen engañosa de Pinochet, sin embargo, convivimos durante casi una década hasta que apareció el otro paradigma regional: Chávez. Es decir, el paracaidista de tez cobriza y devoción bolivariana que, decantado del populismo y de la confrontación, concentra el poder alrededor de sí mismo y, entre golpes frustrados (uno dado por él, en 1992; otro dado contra él, en 2002), (leer más)

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Te llevo bajo mi piel

El procurador general de México lleva un microchip inyectado en el brazo, reflejo del valor que ha cobrado la seguridad En The Truman Show, Truman Burbank (Jim Carrey) vive en un gigantesco set de filmación; no puede escapar de las cámaras. ¿Ficción? Fricción, en realidad: el procurador general de México, Rafael Macedo de la Concha, lleva implantado en el brazo un microchip del tamaño de un grano de arroz por el cual vive, también, en un gigantesco set de filmación; el implacable control satelital escrudiña sus movimientos a sol y sombra. El microchip, llamado chip antisecuestro, alberga sus fotos, sus huellas digitales y otros datos personales. Con él, cual santo y seña, puede ingresar como Pancho por su casa en el Centro Nacional de Información para la Procuraduría General de la República (PGR), archivo del delito en México, evitando otro tipo de cerrojos. Es decir, alguien sabe en todo momento dónde está Macedo de la Concha, blanco frecuente de amenazas de narcotraficantes por su cargo de fiscal general. Conclusión: ganó seguridad, pero perdió privacidad y, (leer más)

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Código de connivencia

Los terroristas utilizan el léxico de las corporaciones y mencionan a los servicios de inteligencia como la competencia extranjera En un estacionamiento de Cisjordania, Sahar Tamam Nabulsi, de 22 años, llenó de garrafas una furgoneta blanca, colocó un ejemplar del Corán en el asiento del acompañante y, en nombre de Hamas, embistió contra dos autobuses: murieron otro palestino y él; resultaron heridos ocho israelíes. Días después, un «suicidio aparente» pasó a ser un «suicidio adrede». Es decir, los atentados terroristas cobraban una nueva modalidad en Medio Oriente. Era el 16 de abril de 1993. Dio resultado la técnica, barata y segura sin valuar la vida de Nabulsi. El perfil del terrorista suicida (varón, de 17 a 22 años, soltero, fanático religioso, preferentemente inculto y, por esa razón, susceptible de aceptar la promesa islámica de alcanzar el paraíso con aura de mártir y de legar una renta vitalicia a sus parientes de 300 a 600 dólares por mes) comenzó a ser más terrenal. Entre los radicales palestinos de Hamas y de la Jihad Islámica, el reclutamiento (leer más)

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Atrapa la bola, John

Como están las cosas, si Kerry resulta elegido presidente, podrá cambiar la retórica y el estilo, no la política En el círculo íntimo de George W. Bush, cada aparición de Al-Qaeda, sea por un atentado, sea por una amenaza, refuerza la hipótesis original: es mejor combatir a nuestros enemigos en Bagdad que en Baltimore. Total, agrego, los funerales son ajenos, así como las derrotas (caso José María Aznar) o los contratiempos (caso Tony Blair). Mientras tanto, Michael Moore puede ganar millones con su «Fahrenheit 9/11», Bill Clinton (John Kerry, digo) puede exaltar a los convencionales demócratas y Saddam Hussein puede escribir veinte poemas de amor y una canción desesperada. En ese círculo, obstinado en forjar la imagen severa del presidente de la guerra, no cuentan los atentados contra las autoridades interinas de Irak ni las amenazas contra un aliado como Silvio Berlusconi. Cuentan, más que todo, los planes frente a un eventual relevo del gobierno de los Estados Unidos; el próximo presidente, si no es Bush, podrá cambiar la retórica, no la política. Estará atado (leer más)

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Test de inteligencia

En Washington, por los informes falsos, renunció George Tenet a la CIA; en Londres, su par Scarlett ha sido ascendido Los perseguía la inteligencia, pero demostraron que eran más rápidos que ella. Y demostraron, también, que una guerra no se libra en un solo escenario, sino en varios, más sutiles y delicados, en los cuales poco vale la voluntad popular. Si no, George W. Bush y Tony Blair no hubieran podido ignorar a más de la mitad de sus compatriotas, convencida de que exageraban, o mentían, sobre el peligro que representaban las hipotéticas armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein y sus difusas conexiones con Osama ben Laden. Ni hubieran podido ser exonerados después de las investigaciones sobre la labor de los servicios secretos encaradas en sus respectivos dominios. Bush y Blair salieron ilesos. Con raspones, apenas, después de haberse tirado sin paracaídas desde un avión. En Washington dimitió George Tenet, director de la CIA, por mentiras deliberadas, negligencia dolosa y distorsión de los hechos. En Londres, como correlato de un estudio superficial (leer más)

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México me atormenta; Buenos Aires me mata

Fox y Kirchner, asediados por los secuestros, debieron responder con planes urgentes que no figuraban en sus agendas Por fortuna, América latina está casi libre de pecado: no ha sido blanco de atentados terroristas en más de una década, excepto las voladuras de instituciones judías en Buenos Aires en 1992 y en 1994. Esa circunstancia, auspiciosa por un lado, implica un severo desafío por el otro: la región está fuera de la agenda estratégica de centros de poder que, desde la demolición de las Torres Gemelas, no reparan en otra cosa que no sea la seguridad, más que la defensa. Debe arreglárselas sola, pues, si de convulsiones internas se trata. En especial, si no afectan a terceros países, como los secuestros extorsivos o, en casos extremos, las guerrillas urbanas. Colombia, con su guerra vitalicia, no ingresa dentro de los cánones del terrorismo internacional, así como Perú con sus resabios de Sendero Luminoso; en la triple frontera, a su vez, no deja de ser un enigma el presunto respaldo que recibirían grupos fundamentalistas. De ahí, el (leer más)

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Cambio de guardia

Razones de fuerza mayor, empezando por el calendario propio y las amenazas ajenas, precipitaron la decisión de Bush EN forma simultánea con la precipitada ceremonia de transferencia de la soberanía de Irak, furtiva, casi clandestina, un video de pésima calidad difundido por el canal árabe Al-Jazeera mostraba la aparente ejecución con un disparo en la nuca de un soldado norteamericano secuestrado hacía tres meses. Esa otra ceremonia, también furtiva y casi clandestina, reflejaba la consecuencia más tenebrosa de una acción, o una reacción, que apuró el final de una dictadura y el comienzo de una paradoja. Complemento, no esencia, de la mentada lucha contra el terrorismo. En otras circunstancias, o en otros tiempos, quizás el honor hubiera primado sobre el orgullo. De ahí, el resultado difuso de la guerra: la entrega de las llaves de los palacios de Bagdad a las autoridades provisionales de Irak, adelantada dos días por razones de seguridad, no estuvo signada por la gloria de una victoria militar ni de la liberación de un pueblo oprimido, sino por imperio de otra (leer más)

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Ritos bárbaros

El eje del debate, más allá de las causas, pasa por la legitimidad de quienes imparten justicia, empezando por los Estados Entonces, ¿la tortura es legal? Menudo dilema para el presidente de la guerra, como se definió a sí mismo George W. Bush, y una sociedad, la norteamericana, apegada a las leyes y el derecho. Menudo dilema, también, para los gobiernos que creyeron en las razones de la guerra y los gobiernos que no creyeron en ellas: con las excepciones de España y Grecia, la Europa ampliada reprobó en sus primeras elecciones parlamentarias a los partidos de Tony Blair, Silvio Berlusconi, Jacques Chirac y Gerhard Schröder. Linchados resultaron todos, como los alcaldes que han sido asesinados en los pueblos aymaras de Bolivia y Perú por causas diferentes. Menudo dilema, pues: ¿la tortura es legal? Si de elecciones se trata, sí, parece, cual castigo frente a políticas domésticas no necesariamente vinculadas con la suerte de Saddam ni con los ritos bárbaros de Al-Qaeda, los carceleros de Abu Grhaib o los indígenas del Altiplano. Es legal y, (leer más)

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Pasajeros de una pesadilla

El fin de la guerra contra Irak, disciplinar aliados que se volvieron enemigos, impone un laberinto de nuevas reglas A la vuelta de unas breves vacaciones de Semana Santa en Nassau, Felipe y Letizia iban a abordar en Miami un vuelo regular de Iberia rumbo a Madrid. Nada extraordinario, por más que se tratara del príncipe de Borbón y su prometida. Nada extraordinario, hasta que se vieron conminados por los encargados de seguridad del aeropuerto a abrir sus maletas para una requisa. No sirvió que uno de sus acompañantes arguyera el apoyo de José María Aznar a George W. Bush en la guerra contra Irak. «¡Somos vuestros aliados, no podéis hacer esto!», exclamó. Tampoco sirvió que un oficial del consulado español intentara explicarles que estaban frente al heredero de la Corona. La casa real restó importancia al incidente, provocado, dijo, por el incremento de las medidas de seguridad después de dos fechas ominosas: el 11 de septiembre de 2001 y el 11 de marzo de 2004. La falla había sido de la comitiva de Felipe (leer más)

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¿Qué estabas haciendo anoche?

Es bastante frecuente la vocación de algunos factores de poder de investigar periodistas en lugar de enfrentarse al espejo Revuelto el avispero por las irrefutables imágenes del horror captadas en la cárcel de Abu Ghraib, el Pentágono no tenía más coartada que admitir su responsabilidad. Lo hizo Donald Rumsfeld en el Capitolio. A medias, en realidad. Casi al mismo tiempo, no él, sino su vocero, Lawrence di Rita, se apresuró a tildar de “descabellado, conspiratorio y lleno de errores y conjeturas anónimas” el artículo de la revista The New Yorker que revelaba la trama secreta de las torturas dispensadas a los prisioneros iraquíes. El plan, aprobado después del 11 de septiembre de 2001, permitía el uso de técnicas coercitivas en los interrogatorios, ahorrando trámites legales y diplomáticos, con los presuntos miembros de la red Al-Qaeda. En el otoño boreal de 2003, concluida la guerra contra Irak, decidieron aplicarlas en las cárceles de ese país, de modo de obtener información sobre una resistencia cada vez más agresiva y escurridiza. Las humillaciones no eran sólo un juego. (leer más)

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Historias de sangre

Civiles iraquíes y palestinos han sido víctimas de ataques militares no vinculados, en apariencia, con una causa común Lo suponían: no podían atacar Irak sin resolver Palestina. Pero insistieron, amparados en cierta impunidad como consecuencia de la voladura de las Torres Gemelas, primero, y del éxito en Afganistán, después. Insistieron tanto, sin embargo, desvirtuando con falsedades las razones que apuraron el derrocamiento de Saddam Hussein, que sólo han fraguado consenso en el repudio de la comunidad internacional frente a las torturas y las humillaciones gratuitas en la cárcel de Abu Ghraib, la descarga de artillería pesada contra civiles en la Franja de Gaza y la matanza absurda de invitados a una boda en el límite de Irak con Siria, entre otras desprolijidades. O despropósitos. Eran dos conflictos sin relación aparente, más allá del patrón terrorista como denominador común, pero ambos ejércitos, el norteamericano y el israelí, han logrado demostrar, una vez más en la historia, que el uso de la fuerza, por preventivo que sea, proviene de la incapacidad de los líderes. De la incapacidad (leer más)

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Civilización y barbarie

Torturas y ejecuciones, caras de la misma moneda, representan el desafío de una guerra que, en realidad, trasciende a Irak Aún estremecido medio mundo por las imágenes de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, Jacques Chirac frunció el ceño: «La humillación engendra reflejos violentos», afirmó el domingo. ¿Quiso ser reflexivo o quiso ser profético? Estaba con Tony Blair en el salón de fiestas del Elíseo, celebrando en una asamblea con 400 estudiantes sentados en semicírculo el centenario de la entente cordiale entre Francia y Gran Bretaña. Horas después, la decapitación filmada de Nick Berg, norteamericano, 26 años, iba a coronar la conclusión de Chirac, fruto, quizá, de informes de inteligencia que presagiaban que una de las tantas sucursales ignotas de la sociedad anónima Al-Qaeda había cometido un crimen horrendo en represalia por los excesos de los llamados «súbditos del perro de Occidente (traducido, George W. Bush)» contra los presos iraquíes. Torturas hubo siempre; no siempre trascendieron. Pero no siempre hubo convenciones internacionales, como la de Ginebra, aprobada en 1949, ratificada por los Estados (leer más)

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La crisis menos pensada

Castro se cobró una deuda con Fox, de modo de enviarle un mensaje a Bush frente a su inminente plan para desplazarlo Iba a cobrarse una deuda; dos años y dos meses llevaba esperando la oportunidad. En su arenga del 1° de Mayo, Fidel Castro cargó contra los gobiernos de México, Perú y Chile por la condena a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Los acusó de haber sido peones de los Estados Unidos en la votación del 15 de abril en Ginebra. Uno en particular, Vicente Fox, iba a acusar el golpe. En vísperas, sobre todo, del anuncio del plan de George W. Bush para acelerar la caída de su dictadura vitalicia y captar de ese modo el voto del exilio cubano de Florida en su carrera por la reelección. Poco después, el canciller de Cuba, Felipe Pérez Roque, dijo que la actitud de Fox había sido irreflexiva: ordenó el retiro de su embajadora en La Habana, Roberta Lajous, y la expulsión de México del (leer más)

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Tengo tantos enemigos que no los puedo contar

Bush elogió hace más de un año la ampliación de la OTAN, pero, según diplomáticos europeos, extendió mucho el mapa A fines de marzo de 2003, la Casa Blanca solicitó al Capitolio 74.500 millones de dólares adicionales para la guerra contra Irak. Parte de esos fondos iba a ser destinada a la lucha contra el terrorismo en los 48 países enrolados en la coalición. Entre ellos, Eslovenia. ¿Eslovenia? Su primer ministro, Anton Rop, estalló como pólvora: George W. Bush había confundido a su país con Eslovaquia. No era la primera vez: cuatro años antes, como gobernador de Texas, había recibido en su rancho de Crawford al canciller de Eslovenia; después dijo que había estado con el canciller de Eslovaquia. Hasta Silvio Berlusconi, supuestamente más familiarizado con ambos países por mera cercanía, presentó a Rop como el primer ministro de Eslovaquia en una conferencia de prensa realizada en diciembre de 2003 en Roma. En los actos oficiales de terceros no es raro que, a veces, se ejecute el himno nacional de uno en lugar del otro. (leer más)

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Es culpa del otro

La investigación sobre la indiferencia de Bush ante la amenaza terrorista revela un interés exagerado en invadir Irak Es culpa de Bush por haber desdeñado mis advertencias, dijo Richard Clarke, ex zar de la lucha antiterrorista de la Casa Blanca. Es culpa de un problema estructural que nos impidió unificar la información sobre los atentados, dijo la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice. Es culpa del secretario de Justicia, John Ashcroft, por no haberme escuchado, dijo Thomas Pickard, ex director del FBI. Es culpa del gobierno de Clinton por haberse puesto una venda en los ojos frente al terrorismo, dijo, a su vez, Ashcroft. Es culpa de Ben Laden, pues. Soluciones mágicas no había, según Rice. Ni soluciones mágicas ni modo de evitar los atentados del 11 de septiembre de 2001. Bush, empero, era preso de una obsesión: “¿Crees que Irak haya sido el responsable de los ataques en Nueva York y en Washington?”, espetó. En la mirada sombría de Clarke, en el cargo desde el gobierno de Clinton, halló un gesto de reprobación. Estaban (leer más)