
Getting your Trinity Audio player ready...
|
Una escalera mecánica que se detuvo a mitad de camino y un teleprompter defectuoso resultaron ser, para Donald Trump, sinónimos de la ineficacia de la ONU. Fue el primer discurso de su segundo mandato ante la Asamblea General. Duró casi cuatro veces más que el tiempo asignado: 55 minutos. Nadie osó tocar el botón rojo para interrumpirlo ni para explicarle que los problemas técnicos del organismo, tanto en Nueva York como en Ginebra, se deben a la crisis de liquidez por los retrasos en los aportes de los donantes. Entre ellos, el principal: Estados Unidos, casualmente.
En esa rara carambola de incidentes, Trump halló música y letra para criticar a la ONU dentro de la ONU. Una forma de dinamitarla, cual caballo de Troya. También cargó contra «el engaño del orden global», llamó al cambio climático «la mayor estafa del mundo», defendió «el carbón limpio y bonito» en desmedro de las energías renovables y dejó dicho que «todo lo verde está en bancarrota». Un auditorio atónito hilvanó cada palabra como un latigazo contra el sentido común, incluida su aversión y la de Israel, entre otros, a la solución de los Estados para frenar la masacre en la Franja de Gaza. La apoyan 148 de los 193 Estados miembros.
Entre ellos, los europeos se llevaron la peor parte por su “fallido experimento de las fronteras abiertas”. Esto significa que, por no seguir su ejemplo de repeler la inmigración y expulsar “a gente que nunca has visto, con la que no tienes nada en común”, los países “se están yendo al infierno”. Lo había dicho en febrero el vicepresidente J.D. Vance, impetuoso, en la Conferencia de Seguridad de Múnich: la ciudad tiene un nuevo sheriff. Un sheriff tan duro como pragmático o, quizá, contradictorio.
Si de pragmatismo o contradicciones hablamos, el fugaz encuentro de 39 segundos con Lula durante el paso al atril dejó de piedra a medio mundo
Alzó las cejas Volodimir Zelenski cuando Trump declaró que cree que Ucrania puede reclamar todo el territorio invadido por Rusia, “un tigre de papel”. En agosto, con siete líderes europeos que lo habían arropado en la Casa Blanca, Zelenski tragó saliva. La condición puesta por Vladimir Putin, transmitida por Trump después de un diálogo telefónico de 40 minutos con su par ruso en medio de la reunión, era ceder la región del Donbás y renunciar a su aspiración de recuperar la península de Crimea, arrebatada en forma ilegal en 2014, y de incorporarse a la OTAN para alcanzar un principio de acuerdo.
Si de pragmatismo o contradicciones hablamos, el fugaz encuentro de 39 segundos con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante el paso al atril, dejó de piedra a medio mundo. Trump exaltó “la excelente química” entre ambos después de haberlo castigado con aranceles punitivos y con sanciones contra Alexandre de Moraes y su esposa. Se trata del juez que impulsó la condena a 27 años y tres meses de prisión contra su amigo Jair Bolsonaro por su intentona golpista de 2023. Un calco de sí mismo. O de los muchachos trumpistas que asaltaron el Congreso, dos años antes, para impedir la certificación de la victoria electoral de Joe Biden.
Be the first to comment