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Vladimir Putin se hizo reelegir para un quinto período después de casi un cuarto de siglo en el poder. Si concluye el nuevo mandato, superará por un año a Stalin, el presidente que más tiempo permaneció en el Kremlin durante la extinta Unión Soviética. Más aún si Putin, a los 80 años, en 2030, insiste en reincidir. ¿Su fórmula? De manual: voltear posibles rivales como muñecos en un parque de diversiones. El último fue el activista Alexei Navalny, muerto en febrero en una prisión del Ártico después de haber sobrevivido a un envenenamiento en 2020. Otro, Boris Nemtsov, recibió cuatro tiros en la espalda en Moscú en 2015.
Lápidas rusas pavimentan el derrotero de Putin, solo alternado con Dmitri Medvédev, encargado ahora de dirigir la industria militar como vicepresidente del Consejo de Seguridad, en medio de la guerra contra Ucrania. Medvédev fue presidente de Rusia entre 2008 y 2012 mientras Putin ejercía el cargo de primer ministro. El tándem dejó de ser necesario desde 2021, cuando la Duma (Cámara baja) sancionó la ley que le permitió a Putin postularse para esta nueva reelección y, si se lo propone, para otra más al final del mandato.
Esa ley tuvo como antecedente un referéndum aprobado por una amplia mayoría sobre la denominación del matrimonio como la unión entre hombre y mujer, la aceptación del ruso como el idioma del “pueblo constitutivo del Estado”, la ampliación de las atribuciones del Consejo de Estado y, de paso, la enmienda sobre la reelección. La ley en cuestión puso en cero la cuenta de Putin, bendecido esta vez por casi el 90 % de los votos frente a adversarios de poca monta con una participación récord del 74 %. Si se reelige otra vez, superará no solo los 29 años de Stalin, sino también los 34 de la emperatriz Catalina la Grande, fallecida en 1796.
Signos de la debilidad occidental frente a un régimen con un 40 % del presupuesto comprometido en gastos militares, de inteligencia, de seguridad interna y de desinformación
En este procedimiento plebiscitario de legitimación, típico de las autocracias, Putin habilitó la votación en los llamados Nuevos Territorios. Son las regiones arrebatadas por las malas a Ucrania en un momento de gran impotencia para ese país. El canciller alemán, Olaf Scholz, se negó a enviarle misiles Taurus y el papa Francisco le recomendó al presidente Volodomir Zelensky que izara la bandera blanca mientras Estados Unidos y la Unión Europea le retacean la ayuda económica por razones internas.
Signos de la debilidad occidental frente a un régimen con un 40 % del presupuesto comprometido en gastos militares, de inteligencia, de seguridad interna y de desinformación. Medvédev, ladero y discípulo de Putin, se paró frente a un mapa en el que Ucrania, excepto una porción alrededor de Kiev, aparecía como Rusia. Declaró: “Ucrania es definitivamente Rusia”. Lectura del historiador británico Timothy Garton Ash: “Observemos la gramática colonial fundamental. Ucrania no pertenece a Rusia, sino que es Rusia. Compárese: Irlanda es Gran Bretaña (1916), Polonia es Alemania (1939), Argelia es Francia (1954)”.
En un ensayo publicado en Foreign Affairs, Michael Kimmage, profesor de Historia en la Universidad Católica de América, y Maria Lipman, investigadora del Instituto de Estudios Europeos, Rusos y Euroasiáticos de la Universidad George Washington, concluyen que Putin ha perseguido dos objetivos: crear una vasta maquinaria de represión, eliminando cualquier fuerza interna que se le oponga o que tenga el potencial para hacerlo, y privar a la mayoría de los rusos de la capacidad de imaginar un futuro sin él. Tampoco lo imaginaban en 1953, cuando murió Stalin. La Unión Soviética, anclada en el Partido Comunista, sobrevivió hasta 1991.
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