La paradoja de Macron: ¿puede un solo hombre cambiar Francia?

El Jefe de Estado galo ha tenido una gran iniciativa en temas laborales, pero está por ver si una eventual bajada del paro asegura la continuidad de su proyecto. Además, sus críticos le acusan de reprimir el debate




Macron confía en sí mismo
Getting your Trinity Audio player ready...

Algo molestaba al presidente francés. El párrafo de un proyecto de ley que atrajo la atención de Emmanuel Macron hace unos meses establecía que la falta de respuesta del regulador francés implicaría el rechazo de la solicitud de cualquier médico extranjero que quisiera asentarse y trabajar en Francia. La cláusula podría convertirse en una herramienta proteccionista que iría en contra de los principios eurófilos, así que pidió más asesoramiento técnico. Los funcionarios estaban atónitos. «No esperamos ese grado de detalle de un presidente», señaló uno de ellos.

Esa atención al detalle es el fundamento de una presidencia que ha emergido como una de las más centralizadas y tecnócratas de la historia de Francia después de la Segunda Guerra Mundial. Desde el Palacio del Elíseo, el líder francés más joven desde Napoleón trata de ejercer el máximo control sobre su Gobierno, su mayoría parlamentaria y su partido. Rodeado de un puñado de asesores de confianza y docenas de millennial, Macron aplica su plan económico, supervisando cada elemento de su ejecución, moldeando la diplomacia de Francia y elaborando golpes maestros de la comunicación perfectamente coreografiados.

Desde su elección en mayo del año pasado, esta concentración de poder, acrecentada por una oposición política debilitada, ha permitido a Macron, de 40 años, aprobar polémicas reformas a favor de la empresa en poco tiempo. Mientras las voces populistas en el extranjero cobran fuerza, su entusiasmo reformista, su activismo liberal y su pompa gaullista han cambiado la imagen de Francia en el exterior -del enfermo de Europa a un refugio para emprendedores.

En un reciente discurso, Macron declaraba: «Hay que ser muy libre para atreverse a ser paradójico y hay que ser paradójico para ser realmente libre». Durante la campaña, apeló a los votantes de izquierda y derecha alabando la estrategia «ascendente» de las start up tecnológicas, arremetiendo contra la anquilosada clase política y estableciendo un nuevo movimiento, En Marche. Hoy, no obstante, incluso sus primeros defensores se muestran perplejos. Gilles Le Gendre, una diputada de En Marche, explica: «El estilo de gobierno vertical de Macron es incompatible con su promesa de renovación democrática, que es por definición horizontal».

Cuando el joven tecnócrata lanzó el guante en noviembre de 2016, la presidencia estaba muy lejos. Macron había entrado en la política dos años antes, cuando el presidente socialista François Hollande lo nombró ministro de Economía. Hasta entonces, era asesor en el Elíseo y nada lo diferenciaba en gran medida de otros funcionarios brillantes.

Como ministro, Macron despertó la polémica atacando pilares socialistas como la semana laboral de 35 horas, y combatiendo a la mayoría socialista para ampliar el horario comercial de los domingos. Y su matrimonio con Brigitte, su profesora de teatro en el instituto y 24 años mayor que él, fue portada de los tabloides. Pero circunstancias extraordinarias durante la campaña presidencial, como un escándalo financiero que hizo caer al favorito François Fillon, ayudaron a su causa. El debutante político pasó a la segunda ronda de las elecciones con el 24% de los votos. Dos semanas después, derrotó a la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. «Soy el producto de una forma de crueldad de la historia, irrumpí porque Francia estaba descontenta y preocupada», declaró a la prensa en febrero.

Según multitud de asesores, autoridades del Gobierno, expersonal de campaña y amigos entrevistados por Financial Times, Macron llegó al Elíseo con un plan y un método para ejecutarlo. Está dispuesto a liberalizar el modelo económico de Francia, restaurar su posición internacional y beneficiarse de una economía globalizada que vive un rápido cambio tecnológico.

Su estrategia: una ofensiva legislativa relámpago. Un asesor presidencial advierte que los votantes no deben confiar en que se ralentice el ritmo aunque eso implique minar el capital político. «Los tabúes no van a detenernos».

De ello depende que Macron consiga legitimar de nuevo el consenso liberal de posguerra en la segunda mayor economía de la eurozona y, por extensión, ayudar a contener la arremetida populista contra la UE. Las encuestas sugieren que la mayoría de los votantes apoyan sus reformas. Pero su índice de aprobación ha caído por debajo del 50% este año. Un sondeo publicado para el primer aniversario de su elección mostraba que Le Pen y el candidato de la extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon obtendrían más o menos el mismo porcentaje de votos que en las elecciones presidenciales del año pasado. El presidente atrajo votantes adinerados, urbanos, y con un alto nivel educativo de los partidos tradicionales con una plataforma que pretendía redibujar las líneas divisorias de la política. Pero aún no está claro que pueda atraer a la clase obrera alejándola de los extremos.

Sin oposición

El estilo de gobierno del presidente es enérgico y decisivo, y combate las discrepancias. Esto quedó demostrado cuando, dos meses después de las elecciones de 2017, destacados ejecutivos se reunieron en Aix-en-Provence. Unos días antes, el primer ministro Edouard Philippe había sugerido en el Parlamento que las exenciones fiscales para inversores y empresas planeadas por Macron tendrían que retrasarse para reducir el déficit francés. El ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, criticó abiertamente el retraso, según un miembro del Gobierno. Abogó por recortar el impuesto sobre el patrimonio aunque eso implicase ampliar el déficit fiscal y provocar otro conflicto con Bruselas. Philippe y Le Maire fueron convocados al Elíseo, donde Macron les estaba esperando con el secretario general Alexis Kohler, su número dos. Según personas presentes, Macron dejó claras las cosas, advirtiendo a los dos hombres que las exenciones tributarias prometidas tendrían que aprobarse en 2017, y que el país cumpliría al mismo tiempo el déficit impuesto por Bruselas. También les dijo que dejasen de hablar en la prensa.

El dúo Macron-Kohler refleja la forma de actuar del presidente: a través de una serie de poderosos lugartenientes. «Cada vez que vemos al presidente, Alexis Kohler está allí», explica un asesor ministerial. Graduado como Macron por la Escuela Nacional de Administración, a veces se describe a Kohler como su hermano gemelo, y su tarea consiste en ejecutar el programa presidencial. Kohler mantiene un férreo control sobre la administración, que conoce a la perfección y donde puede impulsar o destruir carreras. Tiene unos 50 asesores, una docena de los cuales los comparte con Philippe, y asiste a todas las reuniones convocadas por el primer ministro. Kohler explica que con ello se pretenden evitar las opiniones discrepantes. Su papel, afirma, es «asegurarme de que cumplimos lo que prometimos».

Kohler sostiene que el nombramiento de especialistas, en lugar de políticos, para algunos de los puestos ministeriales más importantes -Trabajo, Educación, Justicia, Salud- ha dado «legitimidad» y «eficiencia» a sus reformas. También ha generado lealtad al presidente: en las reuniones semanas, autoridades afirman que a Macron le gusta desafiar a estos novicios en el Gobierno que le deben sus empleos. También deben enviar sus discursos y entrevistas al Elíseo y a la oficina del primer ministro para su revisión. La prensa francesa suele permitir a los políticos entrevistados revisar sus declaraciones antes de la publicación, pero Les Echos, el mayor periódico económico de Francia, se negó recientemente a publicar una entrevista con la ministra de Transportes, porque había sido reescrita hasta el punto de ser irreconocible.

Un asesor de confianza de Macron afirma que «siempre tuvo tendencia a controlarlo todo». Otras autoridades afirman que esa autoridad es necesaria al principio de la presidencia. El propio Macron declaraba recientemente en la revista literaria Nouvelle Revue Française: «Yo soy el que toma las decisiones, y no me gusta tener que explicar los argumentos de una decisión: hay un momento para la deliberación y un momento para la decisión. Son cosas que no pueden mezclarse».

Con Hollande «vivíamos en una situación de crisis constante, solucionando los problemas en el último minuto», recuerda un exasesor del Elíseo. Los ministros competían entre ellos y traicionaban al primer ministro.

Anne-Sylvaine Chassany | Financial Times | Expansión
Nota completa: La paradoja de Macron: ¿Puede un solo hombre cambiar Francia?



Be the first to comment

Enlaces y comentarios

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.