Todo trae problemas




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La eurozona no halla la salida frente a una crisis de proporciones

Entre crisis nuevas y coletazos de las anteriores, pocos políticos se inspiran en vislumbrar un mundo mejor. El primer gobierno de coalición británico en 65 años, encabezado por el conservador David Cameron y secundado por el liberal demócrata Nick Clegg, cree que estruja corazones con la decisión de rebajarse un cinco por ciento los salarios. Quiere mostrar firmeza en la lucha contra el déficit fiscal. Es poco desprendido. Arranca tantos suspiros como los tijeretazos al gasto público anunciados por los gobiernos socialistas de Grecia, España y Portugal con el fin de restaurar la confianza. En el tránsito del Estado de bienestar al Estado de malestar, cualquier solución trae problemas.

Mucha gente ha bajado los brazos. Coincide con la mayoría de los políticos en que es imposible vislumbrar un mundo mejor. Es chocante: en el momento de mayor acceso colectivo a la tecnología somos cada vez más ansiosos, inseguros, solitarios, desconfiados hasta de nuestros amigos y proclives a la depresión. Las relaciones sociales se limitan a las redes sociales. No charlamos; chateamos. Nadie oye a nadie. No nos vemos en un parque o un bar, sino en Twitter o Facebook. Y damos por sentado que no nos alcanzará el tiempo para nada, pero intentamos hacerlo rendir al máximo.

Las crisis siempre parecen ajenas hasta que, como granadas, estallan en nuestras manos. En la declarada en Europa, como en las anteriores, los extremos se juntan: lo frívolo pasa a ser serio y viceversa. Según el nuevo primer ministro británico, Cameron, hay preguntas “que ni los políticos deberían responder”. Es que, conviene su antecesor laborista, Gordon Brown, “nadie tiene el derecho” de formularlas. Es de pésimo gusto indagar sobre la rutina sexual de los demás. “Quienes cuantifican el sexo no lo disfrutan lo suficiente”, repone Clegg. Es una evasiva para eludir el implacable interrogatorio de la prensa sin mostrarse antipático ante la opinión pública, aparentemente más intrigada en esa faceta de los candidatos que en averiguar cómo llegará a fin de mes.

¿Les ha dado a los británicos por el destape? Les ha dado a todos, no sólo a ellos, por la distracción. En una campaña signada por una crisis que estalla en 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, se anuda con la tragedia griega al año siguiente y avanza ahora sin cauce por la eurozona es normal ablandar el debate de fondo con temas presuntamente triviales.

La tendencia a la distracción por medio del destape puede ser inducida o repentina. Es lo que ocurre en Francia. En vísperas de las últimas elecciones regionales, un becario de una cadena audiovisual se cuela en la vida de Nicolas Sarkozy y Carla Bruni. “Oído frente a la máquina de café: Sarko+Carla, over”, arroja la bola en Twitter. En unas horas, por intervenciones desafortunadas hasta de los propios involucrados, el rumor adquiere el brío de un tsunami.

Están casados desde febrero de 2008 los Sarkozy. Un mes después, la reina de Inglaterra se muestra algo impaciente durante una cena con otros mandatarios en el Palacio de Windsor. Los tórtolos se demoran media hora o más. ¿Cuál es la causa? Bruni le cuenta a Michelle Obama que ella y su marido hacen esperar a un alto mandatario internacional (no revela la identidad, pero sería Isabel II) porque están haciendo el amor, según el libro La Promesa Obama: Año Uno, del periodista norteamericano Jonathan Alter, de inminente aparición. Le pregunta la primera dama francesa a su confidente si ella y su marido, Barack, han hecho algo parecido: “A Michelle le entró una risa nerviosa y contestó que no”.

Lo llamativo, más allá de la crisis, es la facilidad con la cual un asunto de alcoba puede convertirse en un asunto de Estado. Es uno de los aportes de Bill Clinton a la política contemporánea. ¿Los candidatos británicos deben responder sobre sus rutinas sexuales porque no hay temas más interesantes o porque, como Grecia, no se caracterizan por cumplir con su palabra? Es el caso de Iris Robinson, cristiana devota, protestante pentecostal y esposa del primer ministro de Irlanda del Norte, Peter Robinson. Su secreto mejor guardado es un amante mucho menor que ella al que le entrega algo así como 54.000 euros para abrir una cafetería y, ya que estamos, le descuenta un 10 por ciento de comisión.

Es la verdadera Mrs. Robinson, protagonista de la película El graduado, rodada en 1967. En la versión irlandesa, Mrs. Robinson completa el combo entre la hipocresía y la corrupción. Es dueña de su intimidad, pero, como diputada en Westminster y la Asamblea del Ulster y concejala en Belfast, deja mucho que desear. Confirma esa impresión tras una brutal agresión contra un gay por homofobia; proclama entonces a los cuatro vientos que la homosexualidad es “una abominación”.

No son tiempos de privarse del pollo, “cargado de hormonas femeninas”, según Evo Morales, ni de excederse con el cerdito a la parrilla, “más gratificante que tomar Viagra”, según Cristina Kirchner., aunque, según el ministro de Salud de Brasil, José Gomes Temporão, la hipertensión arterial no perdone y haya que “practicar sexo cinco veces por día”. Es broma. No así el proceder de Mrs. Robinson: proclama una cosa, hace otra y, como Grecia, no rinde cuentas hasta que daña a los demás, y estalla la crisis, y confundimos lo serio con lo frívolo y viceversa. Y cualquier solución trae problemas.



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