
Sueños líquidos
En lugar de una reforma migratoria, el gobierno de George W. Bush dejó un ominoso recuerdo: la venia para amurallar un tercio de la frontera con México. Poco efecto tuvo en su afán de inhibir a la inmigración ilegal. Tres años después de la sanción de la ley, según el Pew Hispanic Center, “ningún país tiene una cifra de inmigrantes procedente de otros países como los Estados Unidos tienen sólo de México”. Es el destino de uno de cada diez mexicanos. En 2008, los establecidos del otro lado del río Bravo eran 12,7 millones, diecisiete veces más que en los años setenta. Más de la mitad carecía de documentos en regla. Barack Obama y Hillary Clinton respaldaron en el Senado el proyecto de Bush. Luego, mientras dirimían las primarias demócratas, se arrepintieron. No era momento para enemistarse con la mayor porción del electorado latino. Tampoco era momento ahora por el brote de gripe porcina. Los Estados Unidos pudieron haber clausurado la frontera, pero, según su presidente, era como “cerrar el granero una vez que salieron (leer más)