
La resurrección demócrata
Kamala Harris aplicó una máxima napoleónica durante el debate con Donald Trump: «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error». Le siguió la corriente y, con cejas arqueadas, suspiros, mano en el mentón, sonrisas condescendientes, miradas compasivas y gestos desdeñosos, mantuvo el pulso frente a las cámaras, pendientes de su compostura y de los berrinches de su adversario. Ciertamente, la vicepresidenta borró el desempeño penoso de Joe Biden en el primer mano a mano con el expresidente, más empeñado en insistir en el supuesto fraude electoral de 2020 que en calibrar la estrategia de 2024. Con Biden era más fácil para Trump, aprovechándose de sus olvidos y de sus confusiones. Los años y los daños no perdonan. Harris, en principio, remontó una cuesta. Cuatro de cada 10 votantes de los Estados vacilantes, llamados Swing States, sabían poco o nada de la primera mujer en la historia que ejerce la vicepresidencia de Estados Unidos. Se retrató a sí misma como la primera mujer negra de ascendencia india que ocupó el cargo de fiscal en (leer más)