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Política

La candidatura de Churchill

En el Salón Oval había un busto de Winston Churchill. Barack Obama ordenó retirarlo en 2009. En su primera visita al nuevo presidente, el entonces primer ministro británico, Gordon Brown, debió llevárselo. Lo dejó en la residencia de su embajador en Washington. Había sido un préstamo de Tony Blair a George W. Bush en virtud del vínculo que iban a tejer desde 2001. Lo coronaron con la declaración conjunta de la guerra contra Irak. En sus memorias, “el negro de nombre extraño”, como se define a sí mismo Obama, aborrece las torturas padecidas por su abuelo en Kenia durante el régimen colonial británico. No sabía que iba a ganar el premio Nobel de la Paz. Sustituyó el busto de Churchill, obra del escultor Jacob Epstein, nacido en los Estados Unidos, radicado en Londres, por otro del primer presidente republicano de su país, Abraham Lincoln, mentor de la abolición de la esclavitud. Curiosamente, otro republicano, Mitt Romney, promete reponer el busto de Churchill, hecho en bronce, si gana las presidenciales. Es una forma de colocar las (leer más)

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Ladra, mañana será peor

En 1983, durante un viaje de vacaciones a Canadá, Mitt Romney no tuvo mejor idea que enjaular a su perro, de la delicada raza setter, y llevarlo en el techo de su coche. Seamus, según el ahora candidato presidencial, disfrutaba en las alturas del aire fresco y el solazo. Ventiló la enternecedora y estremecedora anécdota uno de sus rivales en las primarias republicanas, Newt Gingrich. La aprovechó Barack Obama para imaginarse al pobre animal en la parte superior del avión presidencial Air Force One si su dueño gana las presidenciales de noviembre. La broma, gastada durante la cena anual de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, revela hasta qué punto los políticos son más honestos cuando se divierten que cuando hablan en serio. Si lo logran, claro. En uno de sus libros, Dreams From My Father (Los sueños de mi padre), Obama confiesa que probó carne de perro durante su niñez en Indonesia. De ello se burla a menudo la ex candidata a vicepresidenta republicana Sarah Palin, mentora del odioso Tea Party. Le (leer más)

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Que no se vayan todos

El movimiento ultraconservador Tea Party saca partido del mal humor de la gente En 1862, Abraham Lincoln no pudo mantener la mayoría de número republicana en la Cámara de Representantes. Desde entonces, casi todos los presidentes de los Estados Unidos han besado el polvo en ese ámbito en las primeras elecciones de medio término de sus mandatos. Hubo pocas excepciones: Theodore Roosevelt en 1902, Franklin Roosevelt en 1934, Bill Clinton en 1998 y George W. Bush en 2002. Los otros derraparon, incluido Clinton en 1994. Dieciséis años después, con Barack Obama en la Casa Blanca, los demócratas perdieron el control de la Cámara baja y parte de la supremacía en el Senado. La disconformidad popular se ensañó, esta vez, con el promotor del cambio. Obama acusó recibo y se acusó a sí mismo: “Esta paliza me deja claro lo importante que es para un presidente salir de la burbuja de la Casa Blanca”. De la paliza pudo ufanarse Sarah Palin, puntal del ultraconservador Tea Party, encolerizada con “un presidente que, tal vez por primera vez (leer más)