Cantando bajo la ducha




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Como «no estamos en tiempos de jacuzzi», Chávez exalta sus baños de corta duración

Es de oligarcas y pitiyanquis “cantar media hora en el baño”. La ducha del socialismo del siglo XXI debe durar tres minutos. Ni uno más ni uno menos: uno para mojarse, el otro para enjabonarse y el último para enjuagarse. “¿Qué más hace falta para bañarse?”, se pregunta el mentor de la “ducha comunista”. La revolución bolivariana no tolera crema de enjuague ni esponja ni sales de baño ni piedra pómez. Tres minutos “he contado yo y no quedo hediondo”, predica Hugo Chávez. Es que “si están mucho tiempo en el baño con el jabón y se meten en… esto… cómo se llama… un jacuzzi; imagínense, qué clase de comunismo tendremos. No estamos en tiempos de jacuzzi”.

No estamos en tiempos de jacuzzi ni de golf, “deporte para burgueses”; los burgueses, apunta, “son tan flojos que ni caminan; los llevan en un carrito”. Tampoco estamos en tiempos de videojuegos y juguetes bélicos: promueven egoísmo, individualismo y violencia. “Debemos volver al trompo y al yo-yo”, ordena Chávez, comprador compulsivo de armas de verdad. Es necesario, también, “reafirmar los valores conducentes a la consolidación del hombre nuevo y la mujer nueva” por medio de la lectura de los más vibrantes textos de la historia universal, como la antología de los discursos que ha pronunciado en la década que lleva promoviendo la conversión de Venezuela en “la patria socialista”.

La revolución cultural, empeñada en “desmontar el imaginario del capitalismo” y “recontextualizar la historia”, entraña, a su vez, una cruzada moral. “Somos uno de los países que consume más whisky per cápita –protesta–. Deberíamos avergonzarnos”. Del combate contra los vicios quedan excluidos el tequila, compartido con el cineasta Michael Moore en Venecia, y los Hummer, favoritos de los banqueros y los empresarios amigos del gobierno bolivariano que responden al cariñoso mote de boliburgueses. No son los más interesados en sustituir el jacuzzi y el golf por la “ducha comunista”.

Cada tanto, Chávez se brota: “¿Qué clase de revolución es esta? ¿La revolución del whisky? ¿La revolución de los Hummer, esos automóviles todoterreno? ¡No, esta es una revolución de verdad!” La revolución de verdad no objeta su vestuario, provisto por una firma italiana de Nueva York, ni sus corbatas Pancaldi y Hermés ni sus relojes de pulsera Cartier, Boucheron y Rolex. Objeta el despilfarro de oligarcas y pitiyanquis.

En la campaña por la “ducha comunista”, secuela de la sequía que azota a Venezuela, Chávez insta a los venezolanos a evitar el derroche superfluo de agua y electricidad. Coincide en eso con el ex vicepresidente norteamericano Al Gore, premio Nobel de la Paz por su verdad incómoda sobre las causas del calentamiento global. Enhorabuena, más allá de sus formidables gastos en productos de tocador, previstos en cada presupuesto nacional, y su aparente discrepancia con Fidel Castro, comprensivo con “cualquier persona, aunque cante en la ducha”, como señala en su discurso del 26 de julio de 1988.

Otro de sus aliados, el mandatario ecuatoriano Rafael Correa, aprecia en el vano viaje con Cristina Kirchner desde la base Andrews, cerca de Washington, hacia Honduras para respaldar la reposición en el gobierno de Manuel Zelaya que el avión presidencial argentino, Tango 01, “tiene una tremenda habitación con ducha”. Tremenda es, también, la andanada de críticas que recibe Nicolas Sarkozy por hacer instalar una ducha valuada en oro en el Grand Palais, de París, mientras Francia ejerce la presidencia de la Unión Europea, en 2008. Finalmente, la ducha queda invicta: prefiere bañarse en el Elíseo.

Del antiguo Egipto datan vestigios de cuencos con agujeros para echarse agua. En 1767, William Feetham recibe la primera patente de la ducha en Inglaterra; es de bombeo manual. Años después, en 1872, Merry Delabost, jefe médico de la cárcel francesa Bonne-Nouvelle, promueve los “baños de lluvia” colectivos entre los presos. En los barracones del ejército prusiano son obligatorias las duchas desde 1879. El modelo de una sola regadera se impone en el siglo XX. En el siguiente, el polígamo presidente sudafricano Jacob Zuma proclama: “Una buena ducha evita el sida”.

En todo tiempo y lugar es primordial la higiene. Silvio Berlusconi, en sus picantes diálogos telefónicos con la escort Patrizia D’Addario, queda en verla en su mansión de Roma: “Toma una ducha… y luego… espérame en la cama grande”.

Hasta Chávez, la ducha no responde a ideología alguna. La “ducha comunista” crea conciencia, pero resuelve poco y nada. Ni los oligarcas ni los pitiyanquis son culpables de la falta de agua en el planeta. La agricultura y la ganadería consumen el 90 por ciento. El hombre, con el 10 por ciento a su disposición, debe ducharse en tres minutos. Son cruciales. La duración del minuto nunca es igual: depende del lado de la puerta del baño en que se encuentre.



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