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Política

De igual a igual contra uno mismo

Al Gore y George W. Bush, cabeza a cabeza en las encuestas, en realidad, ninguno de los dos convence del todo WASHINGTON.– Promediaban en el Congreso las audiencias por el caso Whitewater, negocio inmobiliario de los Clinton en Arkansas. En una de ellas, convocadas por el ex senador republicano Alfonse D’Amato, el presidente se acercó a otro senador republicano cuyo nombre jamás ha revelado: “¿Piensa realmente que mi mujer y yo hemos hecho algo malo?”, preguntó. Obtuvo una carcajada como primera respuesta. Y, después, una confesión: “Por supuesto que no. Ustedes no han hecho nada malo. Pero ese no es el punto. El punto es que la gente crea que ustedes han hecho algo malo”. Bienvenido a Washington. Bill Clinton comprendió entonces el significado de la máxima de Newt Gingrich, el republicano por el cual los demócratas perdieron en las elecciones de 1994 la mayoría de número en la Cámara de Representantes: la política es la guerra sin sangre. Máxima que, curiosamente, aplican Al Gore y George W. Bush en una campaña por la sucesión (leer más)

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Nos han declarado la guerra

En 1973, la crisis en la región disparó el precio del petróleo e hizo tambalear durante una década las economías occidentales WASHINGTON.– Recriminaciones mutuas es todo lo que comparten Ehud Barak y Yasser Arafat en medio del caos en el que viven, o sobreviven, sus pueblos desde que dejaron aflorar las iras contenidas durante años. Que todo haya comenzado el 28 de septiembre con la provocativa visita del líder del partido derechista Likud, Ariel Sharon, a un sitio sagrado de Jerusalén para judíos y musulmanes, como la Explanada de las Mezquitas, no es más que la punta del ovillo. O, acaso, la chispa que hizo estallar el polvorín mientras la relaciones parecían normalizadas entre las cúpulas. ¿Era un espejismo? El polvorín iba a estallar de todos modos: lo demostró la saña con la cual unos y otros bombardearon y apedrearon, respectivamente, el proceso de paz. Que estaba más avanzado que nunca desde el momento en que Barak accedió a debatir la cesión del sector oriental de Jerusalén (Al Qods, en árabe) a los palestinos. Dos (leer más)

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Barak tiene un plan; Arafat, tampoco

La visita de un líder de la derecha israelí a un sitio sagrado de Jerusalén causó la crisis y demostró cuán frágil es la paz Shimon Peres, premio Nobel de la Paz al igual que Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, reparó hace un tiempo en las instrucciones que daba un entrenador de natación a un grupo de chicos que competía en el mar de Galilea: «Si llegan a la mitad y se sienten cansados, no den la vuelta. Gastarán la misma energía en ir a la meta que en regresar a la costa». Es, más o menos, lo que sucede con el proceso de paz de Medio Oriente: Arafat y Ehud Barak han llegado a la mitad, pero, apedreados por otra intifada (agitación), vacilan entre llegar a la meta, braceando y pataleando al mismo tiempo, o regresar a la costa. Nadan contra la corriente, en realidad, sorteando las olas encrespadas de sus respectivas oposiciones domésticas. Que, tratándose de un mar compartido, son tan ajenas como propias. En ello reside la característica principal del conflicto. Arafat (leer más)

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Retroceder, nunca; rendirse, jamás

Cunde el síndrome Fujimori: de mañas y de artimañas procura valerse el dictador serbio con tal de seguir en el poder Perdido por perdido, Slobodan Milosevic no sabe, o no puede, perder. Por más que, ciego en su nacionalismo, en su orgullo y en su demagogia, sea un perdedor nato. En especial, frente a la NATO, siglas en inglés, y en el espejo, de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), después de que ardió Kosovo, en marzo de 1999, al fuego de pasiones sordas, de democracias en coma y de economías rengas que derivaron en espantosas limpiezas étnicas y, como correlato de ellas, en penosas caravanas de refugiados (por los misiles más que por la represión serbia) y en daños colaterales (tan absurdos como la voladura de la embajada china en Belgrado). En los Balcanes, en donde despuntó el siglo XX con su primera guerra mundial, empezó, y terminó, la carrera política de Milosevic. Quebró en 1987, mientras era un burócrata en ascenso de la Liga Comunista de Belgrado, la prohibición de hablar (leer más)