
Duelo de titanes
Para tiempos de monarcas con matrícula democrática, Nicolás Maquiavelo dejó escrito: “El príncipe de nuestros días debe predicar la paz y la lealtad, pero por dentro debe ser enemigo de una y de la otra”. Con fingida mano de seda, el hombre más poderoso del mundo siguió ese consejo. Le entregó una novedosa llave dorada de la Casa Blanca al hombre más rico del mundo. Un desenlace histórico y envenenado resultó ser el despido del empleado especial más fulgurante del gobierno de Estados Unidos. La luna, o Marte, les dijo que había llegado el final después de más de 130 días de armoniosa convivencia. El adiós, con un discurso de Donald Trump cargado de elogios, desató mil demonios en Elon Musk. Minutos antes, sin necesidad de cobrar viáticos en su afán de podar gastos federales desde el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Musk volaba en sus aviones, pernoctaba en sus residencias y se relacionaba con sus hijos. La piedra de toque fue el Proyecto de Ley Grande y Hermoso (One Big, Beautiful Bill Act) que (leer más)