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Política

Curados de espanto

Era eso, no más: envidia. En la Argentina, a diferencia de cualquier otro país, las burbujas no se pinchan; se derrumban. Y, si se derrumban, cuidado: pueden provocar avalanchas. Estamos a salvo, sin embargo. Lo aseguró Cristina Kirchner: “El Primer Mundo, que nos habían pintado como la Meca a la que debíamos llegar, se derrumba como una burbuja”. ¿Tiene su merecido, entonces? Ni George W. Bush ni su secretario del Tesoro, Henry Paulson, ni el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, embarcados en tediosas negociaciones en el Congreso antes de tomar decisiones, “igualito a mi Santiago”, mencionaron una palabra de la exitosa fórmula para evitar que la burbuja se derrumbe: vivir aislados. La burbuja se derrumba en los Estados Unidos, no en la Argentina. ¿Cae el Merval? Nada de eso: las acciones acompañan el flaco índice de inflación que refleja el siempre confiable Indec. ¿Crece el riesgo país? Los “loros internacionales y de cabotaje” que “siempre pronostican caos y cataclismos” no pueden reprimir el resentimiento ni saben apreciar que, como insinuó la Presidenta, Walt (leer más)

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Con el corazón en la coca

El abrupto corte de la relación con EE.UU. deja a Bolivia a merced de Chávez En la región del Chapare, base operativa de Evo Morales, el eslogan de la campaña de 2005 era casi una excusa que prendía con vigor: coca no es cocaína. Tanto los miembros de la Federación del Trópico de Cochabamba (nombre de fantasía del sindicato de productores de coca) como los militantes del ahora oficialista Movimiento al Socialismo vitoreaban con los puños alto las alabanzas a “la hoja sagrada” y las acechanzas contra “los yanquis”. Todos compartían esa postura, excepto los militares bolivianos. Sus ingresos estaban subordinados a los fondos destinados por los Estados Unidos a la erradicación del cultivo de la materia prima de la cocaína. En casi tres años, esa situación no cambió. Desde su asunción como presidente, en 2006, Morales aceptó, por un lado, el flujo de dinero norteamericano, del orden de los 30 millones de dólares anuales, y rechazó, por el otro, las intromisiones en aquello que los bolivianos consideran intocable por ser parte de su cultura. (leer más)

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La madre de las tormentas

La candidata a vice de McCain refrescó el discurso republicano en la convención Razones de fuerza mayor amenazaban con privar a los republicanos de su semana de gloria. En la convención iban a hablar, el primer día, el presidente George W. Bush y el vicepresidente Dick Cheney. Lejos quedaba el discurso de John McCain, previsto para la clausura por razones de estrategia y, también, de fuerza mayor: cuanto más lejos, mejor, de modo de evitar confusiones. El huracán Gustav, apodado “la madre de las tormentas” por el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, prometía zozobras y estragos. Frente a ello, la disyuntiva era seguir con la fiesta en Saint Paul, Minnesota, o demostrar que estaban a la altura de las circunstancias. Demostraron que estaban a la altura de las circunstancias. Tres años antes, el 29 de agosto de 2005, McCain celebraba su cumpleaños en Arizona con Bush, su rival en las primarias de 2000, mientras el Katrina devastaba Nueva Orleáns. La falta de reacción dejó al presidente en una posición embarazosa: un millar y medio (leer más)