
Mándame una postal de Bagdad, adiós, cuídate
Bush otorgó a principios de año amplios poderes a la CIA para realizar operaciones encubiertas contra Saddam Hussein Victorioso después de la derrota, regodeándose en ella como Yasser Arafat en las réplicas israelíes como consecuencia de las masacres fundamentalistas o como Fidel Castro en el embargo norteamericano como consecuencia de su revolución, Saddam Hussein halló en la resistencia, y en la regulación de los pozos de petróleo, un refugio contra el Gran Satán. Paraguas bajo el cual ha permanecido firme, intocable, durante los dos períodos de Bill Clinton en la Casa Blanca mientras promedia el primero de George W. Bush. Inmune a los asuntos pendientes del padre de Bush, vanamente atacado apenas asumió el hijo, y al escándalo Monica Lewinsky, coincidente con los bombardeos de 1998. Desde entonces, o desde la guerra de 1991, Hussein oculta su secreto bajo siete candados. Un arsenal de destrucción masiva capaz de partir al mundo en dos, dicen. O en tres. O en cuatro. Inhallable, al parecer, para los expertos en armas de la Organización de las Naciones Unidas (leer más)