Sociedad

Las cosas por su nombre

Las sociedades democráticas están presas de una disyuntiva. O de un debate de extremos. Los conflictos, usuales en todas las comarcas, tienden a resolverse con un método tan efectista como destructivo: la derrota categórica de una de las partes. Son ellos o nosotros. Esta concepción agonal, cuasi bélica de la política, se cobija en la visión errónea de una suerte de guerra permanente. De concebir cada debate en esos términos, como si se tratara de una justa entre gladiadores. De nada sirven los planteos racionales que tienden a robustecer una democracia republicana, con participación de los ciudadanos y consolidación de las instituciones, en desmedro de una democracia electoral y, sobre todo, excluyente. Esta concepción de la política, corregida y aumentada por las redes sociales, lleva a muchos a abrevar en ella como una fuente útil que, de cumplir sus anhelos, resulta positiva. Nada está más alejado de la realidad. Desde tiempos pretéritos las sociedades han confiado en sus conductores, desde jefes tribales, caudillos y reyes hasta presidentes y primeros ministros, para lograr la armonía del (leer más)