Política

Sobre héroes y tumbas (Segunda y última parte)

En la frontera entre las dos Coreas están prohibidos los jeans, las zapatillas y la ropa de color verde. Del lado de Corea del Sur hay un parque de diversiones. Es un adorno. No funciona. Más allá, al final de un territorio que culebrea entre alambres de púas y minas antipersonales, está “el puente del no retorno”. Es de madera, endeble en apariencia, pero encierra en su nombre la fortaleza de una amenaza para aquel que se atreva a poner un pie en él: “Te disparan o te capturan”, me dijo un mayor del ejército norteamericano de apellido Andersen, guía eventual en el azaroso derrotero hasta donde nos dejaran los norcoreanos. En ese límite difuso, a diferencia de otros sacudidos por guerras, los soldados de ambos bandos se ven las caras. Los surcoreanos permanecen de pie, con los puños hacia adelante a la altura de la cintura, estáticos, mostrando medio cuerpo; usan gafas espejadas para no responder a las provocaciones. Los norcoreanos, como me dijo Stephen Oertnig, funcionario civil de la ONU, “se lustran los borceguíes (leer más)