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Los jefes de las cinco familias que protestan frente a Torre Ejecutiva se reunieron con el prosecretario de Presidencia
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Los jefes de las cinco familias que protestan frente a Torre Ejecutiva se reunieron con el prosecretario de Presidencia
Por Amaia Goenaga | Política Exterior El 6 de mayo Líbano celebró las primeras elecciones legislativas en nueve años. El país del cedro es una república parlamentaria y desde 1943 ha celebrado elecciones legislativas regularmente, salvo en el periodo de la guerra civil (1975-1990). Por tanto, este largo lapso de tiempo sin comicios ha supuesto una anomalía que solo se explica por otra guerra, la guerra de Siria. Un conflicto con muchas aristas que alcanza y condiciona a Líbano en todos los ámbitos. Cabe recordar que actores locales como Hezbolá están plenamente implicados en él, y que el país acoge a 1,5 millones de refugiados sirios. En el plano político, la no celebración de elecciones ha sido una de las muchas consecuencias derivadas de la contienda siria. Desde que esta se iniciara en 2011, Líbano ha sufrido constantes episodios de bloqueo y parálisis institucional, incluidos dos años de vacío presidencial (mayo 2014-octubre 2016); ha mantenido una actividad legislativa limitada, y ha sufrido constantes cambios y bloqueos en el ejecutivo. Con todo, desde hace un tiempo la situación en Siria está, más o menos, “bajo (leer más)
Medio Oriente ha sido bendecido por los mayores yacimientos del mundo, pero, a su vez, ha sido carcomido por las disputas domésticas y por la injerencia extranjera. Desde el acuerdo Sykes-Picot de 1916, cuando los británicos y los franceses se repartieron la región, las tiranteces llevaron a disimular las guerras y los conflictos por los recursos bajo el manto de la política o de la religión. Los países ricos en petróleo y gas, expuestos a la volatilidad de los precios en el mercado internacional, padecen una maldición. La maldición de los recursos, como ocurre en Arabia Saudita. Sus ciudadanos, por regla general, soportan la desigualdad por el descuido de otros factores productivos. En los últimos seis años, sobre todo después de la Primavera Árabe, la región tuvo dos caras. La de la violencia y la frustración, por un lado, y la de la globalización y la ostentación, por el otro. Dos caras y dos velocidades, con países sumidos en conflictos, como Siria, Irak y Libia, y países encaramados en las grandes ligas, como Arabia Saudita, (leer más)
Así como Donald Trump prometió durante su campaña electoral la ruptura del acuerdo con Irán, también se comprometió a trasladar la embajada a Jerusalén, “la capital eterna del pueblo judío«. La decisión, sólo imitada por Guatemala, Paraguay y quizás Honduras, no pudo ser más inoportuna inclusive por la fecha: la víspera del Nakba (catástrofe), éxodo de palestinos tras la primera guerra contra Israel, en 1948. Fue el segundo capítulo en menos de una semana de una rutina. La rutina de la provocación. La mudanza se saldó con un balance de víctimas palestinas en Gaza sin precedente en una sola jornada desde la guerra de 2014 y con heridas diplomáticas de difícil sutura. ¿Qué llevó a Trump a tomar esa decisión, más allá de su promesa de campaña? En 1995, el Congreso de Estados Unidos aprobó el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Una cláusula permitía a los presidentes postergarlo por seis meses. Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama alegaron razones de seguridad nacional para no autorizarlo. También Trump durante su (leer más)
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