Todos para uno, uno para todos
La represalia entró en una inflexión en la cual todo el que critique los métodos corre riesgo de ser tildado de aliado de Ben Laden LONDRES.– Vamos a terminar dándole la razón a Marx: “La religión es el opio de los pueblos”. O, tal vez, adaptándolo a las circunstancias: “El opio es la religión de los pueblos”. Del opio, o del narcotráfico en general, han vivido los pueblos, o los polos, de Afganistán. Los buenos y los malos. Es decir, la Alianza del Norte y el régimen talibán, respectivamente. Buenos por conveniencia, unos; malos por demencia, los otros. Eran todos malos, en realidad, hasta que la necesidad tuvo cara de hereje: las tragedias del 11 de septiembre precipitaron el alineamiento de los Estados Unidos, Gran Bretaña y compañía con el único clan capaz de pisar firme, cual todo terreno, en las caprichosas arenas movedizas, y minadas, de un país en ruinas, escarpado, estancado, dejado a la buena de Dios. País que, de un lado y del otro, supo suplir sus magras exportaciones de bienes por (leer más)