El cartero llama dos veces
Una suerte de plaga bíblica (o coránica) contra la cual no puede el sistema dependiente del correo La conoció de perfil. Creyó que iba a perder la cabeza por ella… Sólo perdió la billetera. Como otros que, rendidos ante el encanto de sus ojos color caramelo, o acaramelados, aspiraron un perfume embriagador. Hechizante. Capaz de adormecerlos. Y de permitir entre ensueños que, en un parpadeo, fueran despojados de algo más que el corazón. La muchacha dejaba, tras su taconeo, una silla vacía y una fragancia extraña. Usaba en el cuello y en el pecho un paraíso artificial de acción más rápida que un sedante natural: el borrachero, derivado de una planta frecuente en las regiones cálidas de América latina. La indiferencia frente a toda mirada provocativa comenzó a ser entonces la única vacuna eficaz contra el síndrome del fugaz amor eterno. No tan dramático, y expandido, como el ántrax a domicilio. Una suerte de plaga bíblica. O coránica. Contra la cual no puede el sistema, dependiente del correo. Ni puede la curiosidad frente a un (leer más)