Detrás del botín de Siria
Donald Trump clamó a comienzos de abril: “Quiero salir. Quiero traer a nuestras topas de vuelta”. De vuelta de Siria, siete años después del comienzo de una guerra que se cobró más de medio millón de muertos y 11 millones de refugiados y desplazados. El régimen de Bashar al Assad cruzó de nuevo la delgada línea roja, trazada por Barack Obama en 2012, por la cual el uso de armas químicas iba a ser condenado. Las sanciones, aplicadas tras la muerte de 1.429 civiles con gas sarín en 2013, no surtieron efecto. El brutal ataque con armas químicas contra Duma, reducto rebelde de la periferia de Damasco, segó ahora la vida de 60 civiles. Ante la masacre, Trump cambió de opinión. Prometió represalias, al igual que su par francés Emmanuel Macron, y le advirtió a Vladimir Putin que “no debería ser socio de un animal que mata con gas a su gente y lo disfruta”. En Siria, Estados Unidos realiza campañas aéreas desde 2014. Tiene unos 2.000 soldados que asesoran a las fuerzas que repelen (leer más)