Plegarias atendidas
El mayor rescate financiero de la historia puso a prueba el liderazgo político Sobre su escritorio, en el Salón Oval, Harry Truman tenía un letrero que decía: “The buck stops here! (del slang, ¡la bola se detiene aquí!)”. Era una forma de poner un límite a los debates y, más allá del resultado, asumir la responsabilidad de sus actos. Le pagaban para eso: para tomar decisiones y, con ellas, arriesgar su capital político. Comparte con Richard Nixon el deshonor de haber sido uno de los presidentes más impopulares de la historia. Sólo por un rato: George W. Bush se apresta a batir ambas marcas. El letrero de Truman suponía que siempre quería tener la última palabra. Bush también quiso tenerla, pero debilitó el orgullo nacional con su obsesión en restaurarlo tras la voladura de las Torres Gemelas y, agobiado por el colapso financiero, infundió más miedo que certidumbre en su afán de convencer a los republicanos y los demócratas de la necesidad de votar en primera instancia, en la Cámara de Representantes, el plan de (leer más)