Política

La vida no vale nada

La ETA, amenazante después de haber levantado la tregua, ha cometido casi 800 crímenes en poco más de tres décadas Justo el día en que el IRA hacía las paces con Irlanda del Norte, ETA reanudaba la guerra contra España. Ya no en el enclave vasco, sino, en forma potencial, en toda la península. Rompió de ese modo, el 3 de diciembre de 1999, la abstinencia unilateral de violencia que había declamado el 16 de septiembre de 1998. Tres meses después de haber asesinado en Rentería, Guipúzcoa, al concejal conservador Manuel Zamarreño. Muerte número 769 desde su primera víctima, el comisario de policía José Pardines, en 1968. La tregua duró casi 18 meses. Lapso en el cual, por primera vez en poco más de tres décadas de cócteles molotov, coches bomba y tiros en la nuca, no hubo crímenes. ¿Era una tregua, en realidad? Era una trampa. Como en el truco, ETA mintió sin mostrar los naipes con tal de hacer vacilar al gobierno de José María Aznar. Simuló afanes de paz tan falsos como (leer más)

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Motines a bordo

Resistencia al cambio siempre hubo. Resistencia y miedo. Que llevaron a Octavio Paz, por ejemplo, a escribir: «Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo». Del miedo al cambio. Sobre todo, en momentos en que no se ve, ni se vislumbra, la luz al final del túnel. Como ahora, tal vez. Destello de ello ha sido la derrota en las elecciones regionales italianas de Massimo D’Alema (en retirada después de haber sido el primer comunista converso que llegó al gobierno) frente al ultraderechista Silvio Berlusconi. Un outsider (forastero de la política), millonario y políticamente incorrecto como Ross Perot, que, a diferencia del norteamericano, supo obtener millones de votos gracias a la decepción de la gente con la partidocracia. Sinónimo de los aparatos que manejan los partidos tradicionales. En Italia, sin embargo, primó más el efecto arrastre de la onda conservadora que surca Europa (es decir, la resistencia al cambio) que una mala gestión de D’Alema. Onda conservadora, o revolución, que comenzó con la victoria en cadena (leer más)

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Divididos

Engañoso era todo hasta que ardió Kosovo. Tan engañoso que varios revisionistas se habían apresurado a encasillar el siglo XX entre 1914, por el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y 1989, por el fin del Muro de Berlín. Demasiada prisa demostraron, de ese modo, en su afán de adelgazar la centuria a sus tres cuartas partes: apenas 75 años. No habrán imaginado que algo más iba suceder. Algo más, no por mera casualidad, en donde signaron el principio, los Balcanes. La balcanización, sin embargo, no respeta fronteras ni, muchos menos, caprichos del calendario. Es, hoy por hoy, el reverso del mundo homogéneo, sin altibajos, que promueve la globalización. Da fe de ello el caos en el que viven, o sobreviven, albaneses y serbios en la provincia yugoslava después de haber huido por igual, aunque en dirección opuesta, de los misiles de la alianza atlántica (OTAN), más que de sí mismos. La guerra, o represalia, en la que Occidente privilegió por primera vez en la historia los derechos humanos sobre los soberanos, arrojó un saldo (leer más)

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Vulnerables

Quedan cada vez menos países invictos, con gobiernos sin pecado concebidos. En los otros, curiosamente desarrollados muchos de ellos, la gente se siente defraudada. O robada. O estafada. O, a lo sumo, decepcionada. No por la democracia (lo mejor que supimos conseguir), sino por sus bronces. En vida o post mortem. Lo cual corre por líneas separadas de la bonanza económica, caso Estados Unidos, o de la consolidación política, caso Alemania. El caso Helmut Kohl, cual súbito piedrazo después de haber sido el canciller que más hizo por Alemania desde Konrad Adenauer, desnuda una cruda realidad: la necesidad de fondos frescos de los partidos políticos con tal de permanecer en el poder. Necesidad de un mundo competitivo con leyes propias del mercado, incorporadas a la política, que, en su afán ciego, derivó en corrupción en las elecciones de 1994 en Alemania y arrastró, en su derrotero caudaloso, la imagen patriarcal de Kohl y, en complicidad, la memoria de François Mitterand (ya jaqueado en 1988, en Francia, por financiar su campaña con facturas falsas). Son otros (leer más)

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Como turco en la neblina

Desde que el primer mundo es primer mundo, o desde que el tercero es tercero en discordia, un extranjero pobre no es más que un inmigrante y un extranjero rico no es menos que un turista. Diferencia dolorosa, o maldita discriminación, que el periodista Günter Wallraff padeció en su propio país, la entonces República Federal de Alemania, durante los dos años y monedas que invirtió en hacerse pasar por turco. Quería comprobar si la xenofobia era cierta. Lo comprobó con creces. Tan cierta era que, en verdad, las pasó negras. Como la peluca, el bigote, los lentes de contacto y el maquillaje que usaba de disfraz. Desgraciados los pueblos que necesitan héroes, escribió Bertold Bretch. Pues, Wallraff se convirtió en algo por el estilo, casi en Robin Hood, por reflejar en el libro Cabeza de Turco, best-seller inmediato, el trato desparejo e infame que le deparó la identidad que tomó prestada de un amigo de esa nacionalidad, así como algunas de sus actitudes, entre marzo de 1983 y octubre de 1985. Era Levent Sinirlioglu, o (leer más)

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La paz sea conmigo

De Bill Clinton no hay árabe que se fíe: lo consideran un aliado incondicional del primer ministro de Israel, Ehud Barak. Pero no por ello deja de ser el padre, tutor o encargado del proceso de paz en el Medio Oriente. Un proceso signado por cambios de actitud, no de fondo, en el cual los unos y los otros lidian más con sus problemas internos que con la cerrazón que suelen encontrar del otro lado de la mesa. Será demasiado optimista Itamar Rabinovich, el jefe israelí de las negociaciones de paz con Siria durante el gobierno de Yitzhak Rabin: “Pueden negociar, pueden pelear (directa o indirectamente) y pueden hacer ambas cosas al mismo tiempo, pero no pueden, y no lo harán, ignorarse”, concluye en su libro La antesala de la paz. O será demasiado pesimista Edward W. Saïd, palestino, profesor de la Universidad de Columbia: “Ni  siquiera el talento de Jonathan Swift y Evelyn Waugh podría haber inventado algo más estúpido y condenado al fracaso que el actual gigante de la paz –dice–. Indudablemente avanzará, (leer más)

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Marcha de la bronca

Peter Drucker, teórico socioeconómico, reniega de las predicciones. Prefiere llamarlas amenazas. Como el gran debate que se planteará en las próximas dos décadas. Que, según dice, no será económico ni tecnológico, sino demográfico. Y pasará, en especial, por el empleo, o el desempleo, mientras sigue habiendo familias más numerosas (ergo, más nacimientos) en los países pobres, como Haití y Ruanda, que en los ricos, como los Estados Unidos y Alemania. La predicción de Drucker, o la amenaza, metió la cola en la Ronda del Milenio. O, su nombre oficial, la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Signada, en esta ocasión, por grupos defensores del medio ambiente y de los derechos humanos, entre otros rubros, que demoraron la inauguración y, en cierto modo, alteraron la agenda. No fue por los vidrios rotos mientras los policías posmodernos, vestidos como Robocop, procuraban serenarlos con gases lacrimógenos. Quedó como correlato de los incidentes que en una ciudad bajo toque de queda comenzó a discutirse una mayor apertura de los mercados mundiales. Es decir, el rigor y la (leer más)

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Fallos y fallas

SANTIAGO, Chile.– Justicia lenta no es justicia, dicen. Peor aún si es tardía. Pero, a veces, por más tardía que sea no deja de ser oportuna. O, al menos, reparadora de heridas que el tiempo no  logra cicatrizar. Es la contradicción Pinochet. Una prueba piloto a dos voces en favor de los derechos humanos y, a la vez, en desmedro de las soberanías nacionales. Algo parecido ha sido Kosovo, en donde la alianza atlántica (OTAN) intervino sin permiso en defensa de la minoría acosada por los arrebatos nacionalistas de Slobodan Milosevic. También pudo ser Timor Oriental desde el momento en que Indonesia no respetó la independencia que votó su gente. Y puede ser Pakistán, con el arsenal nuclear que ha quedado bajo la cama de un general golpista de intenciones más integristas que íntegras, o Colombia, carcomida por el caos de guerrilla, narcotráfico y paramilitares. De temer todo. O acaso el temor sea consecuencia de una nueva concepción del rompecabezas mundial apenas una década después de la caída del Muro. Sólo queda un saldo: los (leer más)

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Cortocircuitos globales

Y, de pronto, como otra reencarnación de Hitler, aparece un tal Joerg Haider. Y el mundo, descorazonado, estalla en mil rechazos. Y busca los motivos por los cuales un filonazi, o nazi a secas, gana tanto con tan poco en las elecciones legislativas de Austria. Y concluye que su discurso contra la inmigración, presunta causa del desempleo en Europa, rinde más que la prédica de los partidos tradicionales. Y dale que va. No reparó en un pequeño detalle: Haider, ahora detonante de la amenaza de ruptura de las relaciones de Israel con Austria, apeló en su campaña a dilemas tan concretos como el aburrimiento que provoca el sistema, el nepotismo de los políticos, la falta de certeza sobre el beneficio que reportará a su país la adopción del euro como moneda común de la Unión Europea, y la necesidad de reducir la burocracia estatal y los impuestos. Renovó el nacionalismo. O el nacionalsocialismo, si se quiere, con el antisemitismo implícito como valor agregado. Es la misma retórica que emplearon en su momento otras derechas extremas, (leer más)

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Cabeza de ruso

Desde el miércoles, el último día del milenio que vivimos en peligro, Discépolo tiene más autoridad científica que Nostradamus: el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, pero, mientras tanto, sigue andando. Y los maquiavelos, como Boris Yeltsin, no reparan ni en los viernes 13 (a falta de un martes fatídico de igual signo) si deciden jugar el juego que mejor juegan, despachar primeros ministros en este caso, con tal de evitar sus propios eclipses. Eclipse que sombreará a Yeltsin, después de dos mandatos consecutivos que vedan un tercero, en las elecciones de julio del año próximo. Siempre y cuando se equivoque Mikhail Gorbachov en sus presagios. ¿Re-reelección al estilo latinoamericano? No precisamente. El mentor de la perestroika habló del impulso que cobraría la anexión de Bielorrusia a Rusia (en proporción, algo así como un grano de arena en el Caribe), en medio de la guerra santa que se desató con los rebeldes musulmanes en Daguestán y que se extendió a Chechenia o como correlato (leer más)

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Sinfonía inconclusa

Europa no libra una guerra contra Yugoslavia ni contra Slobodan Milosevic, sino contra sí misma. O, si se quiere, contra su pasado. De ahí, el súbito vuelo que cobró la OTAN, creada en 1949 con el fin de evitar la expansión del comunismo, en medio del replanteo que promueve hoy, medio siglo después, la eficacia de la democracia y de la economía de mercado en un mundo que se perfila unipolar. El método de depuración étnica, sin principio ni ley, precipitó la invasión. Pero no deja de ser una guerra tardía, a destiempo, contra un enemigo que, curiosamente, los mismos aliados se obstinan en comparar con Adolf Hitler, no con Saddam Hussein. La vieja Europa, a contrapelo de sí misma, demuestra una vez más que no puede valerse sola, como en la Segunda Guerra, como en Bosnia. Los ataques aéreos llevan el sello de la OTAN, pero dependen del respaldo (de la ingrata compañía, corregirían los franceses) de los Estados Unidos. Es un reflejo de la vulnerabilidad de Europa, siempre inmersa en prejuicios pronorteamericanos (un (leer más)

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Santuarios de fusiles

JERUSALEN.– El piloto pide disculpas. No por un error de él, sino por otro que presume más humano: la guerra. Dice que debe alejarse de Kosovo. Va de Frankfurt, Alemania, a Tel Aviv, Israel. De un fuego al otro. De un aeropuerto comercial con sorpresivo aspecto militar, debido a los frecuentes aterrizajes y despegues de los aviones de la OTAN, a otro que, aunque también comercial, tiene permanente custodia militar. El vuelo es el encuentro de dos mundos, enfrentados ayer por la peor masacre que sufrieron las últimas generaciones, el Holocausto, mientras, curiosamente, esquiva, por la ventanilla derecha, las esquirlas y las miserias de otra cacería étnica, de otra calamidad. En el aeropuerto de Frankfurt, muestra gratis de razas, lenguas y religiones, la compañía Lufthansa acusa la pérdida de cinco millones de dólares diarios por el bloqueo de una de sus tres pistas para uso exclusivo de los aviones de la OTAN. Es el correlato, en Alemania, de haber entrado en un conflicto de esta magnitud por primera vez desde el fin de la Segunda (leer más)

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Estados alterados

Las estrellas de mar pueden reponer sus brazos si sufren algún daño o, en el peor de los casos, si los pierden. Los cohombros, o pepinos de mar, arrojan violentamente sus vísceras por la boca si se ven en aprietos; tienen la facultad de regenerarlas con facilidad. Los hombres, por más que se aventuren a trasplantes, implantes, desplantes, liftings y clonaciones, son los únicos seres que se presumen inteligentes, pero no tienen repuesto. En un campamento de refugiados de Stankovec, Macedonia, una muchacha de 20 años tiene la mirada sombría, fija en la nada. Perdió algo más que su nombre en Pristina, capital de Kosovo, en donde la consigna era irse o morir. En su nueva casa, una tienda de campaña despojada, precaria, vive, sobrevive, como miles de personas que también perdieron algo más que sus nombres. Ella, el pelo castaño, las manos temblorosas, vive, sobrevive, con las máscaras, los rostros difusos, que entraron a punta de metralleta en su casa y que, como bestias, arrasaron con la impotencia de su familia. Eran cuatro milicianos (leer más)