A sangre fría
La decapitación frente a la cámara del periodista James Foley, secuestrado en noviembre de 2012 en Siria, refleja la cruzada cruel y demencial del Estado Islámico en el afán de imponer su ley medieval Lo decapitaron. No ha de haber peor acto de cobardía que obligar a un condenado a muerte a recitar una arenga política, por la represalia de los Estados Unidos contra el Estado Islámico (EI) en Irak, antes de ser ejecutado. Estaba arrodillado en el desierto, con las manos atadas en la espalda y un micrófono colgado en el uniforme naranja, como el de los presos de Guantánamo. Su verdugo, de acento británico, sostenía el cuchillo con la mano izquierda. Era el final del periodista norteamericano James Foley, corresponsal de GlobalPost, de Boston, y de la agencia de noticias France Presse (AFP). Lo habían secuestrado el 22 de noviembre de 2012 en el norte de Siria. Era, más allá de su nacionalidad, su credo y su profesión, un ser humano. La cruel ejecución de Foley, divulgada sin remordimiento en un video espeluznante (leer más)