En el principio de los tiempos se reúnen los dioses con un solo fin: crear al hombre a su imagen y semejanza. Hay objeciones. Sobre todo, por la posibilidad de concebir un nuevo dios con su forma, fuerza e inteligencia. El cupo está completo. Para limitar el poder del hombre, los dioses desechan uno de sus dones más preciados: la felicidad.
El cónclave pasa a cuarto intermedio.
No es un asunto menor decidir dónde esconder la felicidad. En el siguiente cónclave, uno propone la cima de una montaña; en algún momento, el hombre podrá alcanzarla. Otro propone el fondo del mar; en algún momento, el hombre podrá tocarlo. Otro propone un planeta lejano; en algún momento, el hombre podrá visitarlo.
¿Dónde, entonces? Uno de los dioses, hasta ese instante callado, rompe su silencio: el sitio perfecto para esconder la felicidad, dice, es dentro del hombre. Todos asienten: el hombre va a estar tan ocupado en buscarla fuera, que jamás imaginará que, por capricho de los dioses, la trae consigo, en su bolsillo más íntimo.
Prólogo de El poder en el bolsillo, intimidades y manías de los que gobiernan (Grupo Editorial Norma, Argentina, y Algón Editores, España)