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Por Marcelo Cantelmi | Clarín
Existe aun un decorado, pero el régimen chavista se ha acomodado de modo cada vez más visible al formato de una dictadura clásica. Esa deformación es directamente proporcional al colapso de los números de su economía. Se trata de una huida hacia adelante, con el costo de desnudar la real identidad de este proceso. La soflama revolucionaria deja de tener peso aún entre quienes se esforzaban en creerla, adentro y afuera.
En los últimos meses, el régimen que comanda Nicolas Maduro impuso una Constituyente en una votación amañada para fulminar al Parlamento en manos opositoras. Realizó dos elecciones con las mismas marcas de manipulación, de gobernadores y alcaldes, y ahora adelantó las presidenciales, proscribiendo a la oposición política. Todo esto después de que grupos parapoliciales del gobierno asesinaron en las calles a casi 150 jóvenes que reclamaron elecciones libres.
Se exacerba en este armado, una semejanza ya marcada por esta columna con la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner. Que también usaba parapoliciales, encarcelaba y proscribía a los opositores, e imponía una feroz censura. Aquel déspota y su clan, como ahora en el chavismo, repetía una retórica democrática que incluía elecciones frecuentes con el resultado ya arreglado de un masivo voto para el hombre fuerte. Uno era anticomunista y estos dicen que son socialistas. Pero lo cierto es que en los dos ejemplos el sentido del poder se halla en una generalizada corrupción que es lo que sostiene el sistema de lealtades de la nomenclatura.
Nota completa: Crisis venezolana: de dictaduras y maquillajes
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