El tercero en discordia




Rocky, dispuesto a dar pelea
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Roque De La Fuente, alias Rocky, sigue en carrera por la candidatura presidencial demócrata en los Estados Unidos, pero denuncia un presunto fraude dentro de sus filas

Por Jorge Elías

Detrás de las primarias de los Estados Unidos, de las cuales surgen los candidatos para las presidenciales, hay un complejo entramado de trámites por los cuales la elección favorece a las élites. Para inscribirse, un precandidato debe cumplir con requisitos dispares en cada uno de los 50 Estados, resumidos en la presentación de firmas de adherentes (de 500 en Iowa a 26.000 en California) y, en algunos casos, un pago de 1.000 a 2.500 dólares, promedio, en tiempo y forma. Lo vivió Roque De la Fuente, alias Rocky, el único hispano entre los precandidatos presidenciales demócratas y, aún, el tercero en discordia a pesar de ser excluido de los debates entre Hillary Clinton y Bernie Sanders.

Rocky, de 61 años de edad, reside en San Diego, California, cerca de Tijuana, México, donde creció. Es, con sus millones y sus inversiones, el reverso del precandidato presidencial republicano Donald Trump, insistente en blindar la frontera entre ambos países para evitar el ingreso de indocumentados. Un insulto que, a los ojos de Rocky, hijo de mexicanos, “representa un ataque al sistema republicano” y un riesgo para la proyección internacional de los Estados Unidos, reticente a tolerar populismos de ese pelaje más allá del cabreo de su clase media.

En la campaña, Rocky lleva gastados seis millones de dólares, la mayor parte de su bolsillo, según me dice durante una visita a Buenos Aires. ¿El saldo? Decepcionante, por un lado, y excitante, por otro. Decepcionante porque, explica, el acuerdo entre los demócratas para rubricar la candidatura presidencial de Hillary Clinton en 2016 dataría de 2008, después de perder las primarias con Barack Obama. Excitante porque, más allá de esa aparente componenda, no descarta presentarse como independiente cuando concluyan las primarias, como Ross Perot en 1992. Ese año, Rocky fue el primer delegado hispano en la Convención Nacional Demócrata.

En estas elecciones, Trump demostró que un outsider (ajeno a la política) tiene tantas posibilidades de ganar como un candidato partidario. Lo reflejan de ese modo las encuestas, por más que el magnate de Nueva York sea arropado por las banderas republicanas.

En su recuento de los Estados en los cuales ha logrado competir, Rocky advierte irregularidades tanto en el proceso de inscripción de su candidatura como en los resultados. Muestra registros de Michigan, New Hampshire, Texas, Carolina del Norte, Nevada… En algunos condados cae del segundo lugar al tercero en cuestión de minutos, de modo, dice, de “no permitirme superar el cero por ciento”.

En tiempos de Internet, las primarias norteamericanas respetan el legado de Robert La Follette, gobernador de Wisconsin entre 1901 y 1906, con un cronograma establecido por el recorrido del ferrocarril, la particularidad de realizar caucus (asamblea partidaria en la cual se vota a mano alzada) y la virtual ventaja para los favoritos. En un momento, ofuscado con las cifras, Rocky alza la vista y suelta: “Esto es una conspiración. Me hicieron trampa. Quisieron liquidarme”. En Michigan, agrega, “me gané la confianza de 74 personas afroamericanas que votaron por mí, pero esa cifra cayó a cuatro en el recuento final”.

Por la fecha de su nacimiento, el 10 de octubre de 1954, Rocky deduce que su número cabalístico es el 111, sintetizado en el número tres. Ese número lo persigue, confiesa, hasta en algunos resultados electorales. “No necesito servir en un cargo político para ser feliz, pero me sentiría honrado de hacerlo para devolverle algo a mí país”, piensa Rocky, precoz en los negocios, coronados en la industria automotriz con una suerte de imperio que trasciende los Estados Unidos. En las filas demócratas continúa siendo el tercero en discordia. Una molestia por las sospechas de parcialidad hacia Hillary Clinton, bendecida por Obama.

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