El juguete rabioso




Zapata: disculpas tardías
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En manos de políticos, Twitter puede ser un arma de doble filo: a diario se comparten millones de mensajes en los que los impulsos y la instantaneidad marcan una tendencia de la cual pueden arrepentirse en el futuro

En 2011, cuando aún no sabía que iba a ser concejal por Ahora Madrid, Guillermo Zapata tecleó en Twitter un chiste tan desagradable como ofensivo contra los judíos y otro contra una periodista que había perdido sus piernas en un atentado de la banda terrorista ETA. Las injurias, más que burlas, le costaron cuatro años después el cargo de concejal de Cultura al que iba a ser nombrado por la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y una catarata de disculpas. Zapata renunció al cargo de concejal de Cultura, no al de concejal del distrito. En el ínterin, amonestado por varios usuarios de la red, se apresuró a borrar los polémicos tuits y, finalmente, cerrar su cuenta.

El episodio pudo haber concluido de ese modo, por indecoroso que haya sido, pero otros concejales madrileños se precipitaron a imitar a Zapata: borraron de un plumazo sus tuits más controvertidos. En Twitter, el hombre es el lobo del hombre. Que salgo, que entro, que subo, que bajo, que voy o que vengo han dejado de ser actos de la vida privada desde que cualquier Fulano con arroba o arroba con Fulano cree conmover a su abrumadora legión de 21 seguidores con esas implacables revelaciones y otras aún más inquietantes y osadas, como sus inequívocas impresiones sobre un programa de televisión a las tres de la mañana.

Las redes sociales, según varios estudios, provocan un “contagio emocional” capaz de propalar la ansiedad, la cólera y la depresión. Los insultos son más celebrados que los elogios. En sociedades turbadas por no sentirse representadas ni contenidas por sus canales políticos y sociales es lógico que la ira, cual signo de impotencia, escale posiciones sobre la belleza del día y la virtud de cualquier persona o institución. Los foros de los lectores de los diarios están bien ubicados debajo de las noticias: son, a veces, cloacas acordes con la opinión disimulada del director por las cuales navega el veneno envuelto en un presunto anonimato.

En vísperas de las elecciones de Argentina, el candidato a jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires por el Frente para la Victoria, Mariano Recalde, escogió como compañero de fórmula a un extrapartidario, Leandro Santoro, enrolado en la Unión Cívica Radical (UCR). Parecía reunir todos los requisitos excepto uno: su ristra de tuits en contra de los Kirchner, casi un prontuario político. Escribió en su momento: «Raúl [Alfonsín, ex presidente de la Nación] está en una bóveda en Recoleta y Néstor en un MAUSOLEO en el sur. La diferencia entre querer ser presidente constitucional o faraón». ¿Lo pensaba o, como se excusó ahora, sólo quería cosechar seguidores?

En eso pudo haber sido un adelantado el ex presidente argentino Carlos Menem con su lema de campaña de los años noventa: “Síganme, no los voy a defraudar”. Antes de la aparición de las redes sociales, el primer ministro italiano Silvio Berlusconi no presentaba sus proyectos en el Congreso, sino en sus canales de televisión. Eso le permití medir el impacto en la opinión pública antes de someterlos a votación.

En un mundo sin periodistas, como el que sueñan muchos políticos, la presidenta argentina, Cristina Kirchner, entre otros, utiliza el mismo procedimiento en Twitter, pero, en ocasiones, vapulea a sus propios pares: «LAN merece párrafo aparte. ¿Alguien imagina si Aerolíneas Argentinas en lugar de ser línea de bandera recuperada hubiera sido una empresa de mi propiedad y cuando me eligen presidenta la hubiera ‘vendido’?». Las comillas en “vendido” son de la autora. Una forma de ponerlo en duda.

El mensaje emponzoñado era para el presidente de Chile, Sebastián Piñera, antecesor de Michelle Bachelet. Otro que, casualmente, se caracterizó desde el primer día de su gestión por imponerles a sus ministros el uso de Twitter. Poco hábil para deslizar el índice y el pulgar sobre el teclado, Piñera mismo derrapó al confundir el nombre de la capital de Brasil: “Llegando Brasilea cambio de mando Lula-Dilma”, anunció. Stop. Era Brasilia. Stop. No Brasilea. Stop. En otra oportunidad puso extranjero con ge: «Firme y Claro: Promoveremos con fuerza y entusiasmo inscripción automática, voto voluntario y voto Chilenos en extrangero con vínculos – Chile». Lo reescribió, con jota, tres veces. El daño estaba hecho.

El que tiene Twitter se equivoca. El presidente mexicano Felipe Calderón, antecesor de Enrique Peña Nieto, prometió por esa vía “un mensaje abusivo” en el Congreso. Era alusivo, no abusivo. Su predecesor, Vicente Fox, felicitó a Mario Vargas Llosa por el Nobel de Literatura: “Felicidades Mario, ¡la hiciste! Ya son tres, Borges, Paz y tú”. Borges nunca ha sido galardonado y, a su vez, seis escritores latinoamericanos, no tres, obtuvieron la preciada distinción: Gabriela Mistral (Chile, 1945), Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1967), Pablo Neruda (Chile, 1971), Gabriel García Márquez (Colombia, 1982), Octavio Paz (México, 1990) y Vargas Llosa (Perú, 2010). De algunos sitios no se vuelve. Lo confirmó ahora el concejal madrileño Zapata.

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