Resuena la fe en Argentina; arman revuelo en el Cono Sur

Hasta “El fin del mundo” causó júbilo la elección de Bergoglio, en un país con 75% de católicos




Cónclave en 2013 en el Vaticano | Foto de Vatican Media
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Excelsior (México)

BUENOS AIRES, 14 de marzo.- En “el fin del mundo”, como definió a su país Francisco en la primera aparición en el balcón de la basílica de San Pedro, hay una frase que fluye a flor de labios cada vez que ocurre algo inesperado: “Dios es argentino”. La sueltan los argentinos cuando el suceso roza el milagro. En este caso, el Papa es jesuita y argentino y, por extensión, latinoamericano por primera vez en la historia. Quizá por eso, cerca del Obelisco, punto neurálgico de la ciudad de Buenos Aires, como el Ángel de la Independencia en la ciudad de México, un hombre trajeado que iba con los auriculares del iPhone no pudo contenerse cuando escuchó la noticia: “Dios es argentino”, exclamó, sonriente.

Más allá de la mala fama de los argentinos por su presunto pecado de arrogancia, Jorge Mario Bergoglio se caracteriza por la humildad y la austeridad. En la ciudad de Buenos Aires, donde nació y de la cual fue arzobispo, viajaba en subte (metro) y colectivo (autobús) en lugar de hacerlo en el coche oficial.

Esa opción, así como su origen modesto, habrá influido en forma decisiva en la elección del nombre Francisco, en homenaje a Francisco de Asís, para su papado. La grey católica, mayoritaria en el país, se mostró primero impactada y, luego, jubilosa. Alguna que otra bocina empezó a sonar al filo de la tarde y algún que otro balcón pasó la noche embanderado.

Lo marca el kirchnerismo

La presidenta Cristina Fernández se apresuró a saludar “a su Santidad Francisco I” en nombre “del gobierno argentino y el pueblo de nuestro país” desde su cuenta de Twitter. Prometió ir al Vaticano.

Desde 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, Bergoglio no la tuvo fácil. Vivió momentos de tensión con el gobierno por sus homilías contra la pobreza, el rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo, la pelea de la actual presidenta contra el campo por las retenciones a las exportaciones y, sobre todo, la crispación instalada en la sociedad por diferencias políticas.

Con la actual presidenta quizá se haya llevado mejor que con su difunto marido. En algo coinciden: en la oposición al aborto.

En octubre de 2007, tras la muerte de Néstor Kirchner, el entonces cardenal Bergoglio llamó al pueblo a “unirse en la oración” y señaló que iba a ser “una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no esté de acuerdo con él, olvidara que este hombre fue ungido por la voluntad popular”.

En el momento más difícil de Cristina Fernández, sus palabras tal vez no hayan cobrado el vuelo que merecían: “Las banderías claudican frente a la muerte y dejan su lugar a las manos misericordiosas del Padre”. Le recomendó a la presidenta que fuera fuerte y que buscara “promover la paz y el bienestar del pueblo”.

Sobre sus espaldas, la Iglesia católica carga la cruz de sacerdotes que colaboraron con la dictadura militar. Le han achacado a Bergoglio una supuesta complicidad con jerarcas de esos años de plomo, como si los políticos que retornaron con la democracia, en 1983, y la sociedad en general no la hubieran tenido.

… y por su otra pasión

Esa presunción pudo haber influido en la escasa simpatía que le tributaba Néstor Kirchner al jesuita reservado que, como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, rehuía a la exposición pública. Sólo pareció cambiar de actitud cuando recibió una camiseta y el carné de socio de San Lorenzo de Almagro, su club de fútbol favorito.

En Buenos Aires, hasta su partida a Roma, Francisco vivía en un departamento sencillo en el segundo piso del edificio de la Curia, al lado de la Catedral, frente a la Casa de Gobierno. Hasta él llegaron los gases lacrimógenos en 2001, cuando estalló la crisis que derivó en la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. Desde la ventana veía a una mujer que era golpeada por la policía. No vaciló en llamar por teléfono a un funcionario del Ministerio del Interior para pedirle que las fuerzas de seguridad supieran distinguir entre activistas políticos y ahorristas indignados. Esa mujer, ayer, seguramente, también habrá pensado en voz alta: “Dios es argentino”.

Jorge Elías
Twitter: @JorgeEliasInter
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