La marihuana levanta humo




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En palabras del presidente de Uruguay, José Mujica, “estamos perdiendo la batalla contra las drogas y el crimen en el continente”. Con ese testimonio, el 20 de junio, su gobierno presentó en el Congreso un proyecto de ley tan audaz como controvertido: legalizar el consumo de marihuana bajo la supervisión del Estado, encargado de su producción y comercialización. El popular “Pepe” sembró vientos y recogió tempestades por la osadía de ser el primer mandatario en ejercicio que actúa en sintonía con la prédica de los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso (Brasil), Ernesto Zedillo (México) y César Gaviria (Colombia) sobre la necesidad de rever las políticas contra el narcotráfico.

Superado el primer impacto, seis de cada diez uruguayos han reprobado la propuesta, apoyada por un 36 por ciento de los consultados para una encuesta. A su vez, el director de la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas (Onudd), Yuri Fedotov, la tildó de “decepcionante”, porque “el cannabis no es una droga tan inocente como algunos quieren que creamos». Mujica terció en la porfía con un gesto conciliador: «Si el 60 por ciento de la población no entiende la iniciativa, nos vamos a ir al mazo (desistiremos). Esto es una batalla de la nación entera que nada tiene que ver con colorados, blancos o frenteamplistas (partidos con representación parlamentaria)».

En el mundo, según la Onudd, 230 millones de personas han confesado que alguna vez probaron drogas. De ellas, 224 millones optaron por la marihuana. Mujica señaló que “debe haber un debate abierto en toda la sociedad, libre de todo prejuicio para tratar de solucionar el problema del narcotráfico». La prohibición, según el ministro de Defensa de Uruguay, Eleuterio Fernández Huidobro, “está provocando más problemas que la droga misma”. ¿Qué tipo de problemas? Lavado de dinero, corrupción e inseguridad. Sólo en Uruguay, la marihuana mueve algo así como 60 millones de dólares por año. La consumen 150.000 personas (un cinco por ciento de la población).

El debate en sí es saludable. Refleja la ineficacia de las políticas actuales y, al mismo tiempo, la falta de planes alternativos. En América latina, la violencia de los cárteles asociados con pandillas y organizaciones guerrilleras amenaza con dinamitar a varios Estados. En la Argentina, Chile, Noruega, Finlandia, Suecia y China, las penas por el consumo de marihuana van desde la pérdida de la libertad hasta la obligatoriedad de someterse a terapias de desintoxicación. En países en los cuales se ha despenalizado el consumo, no el tráfico, como Italia, Suiza, Alemania, Bélgica, España y Portugal, no ha aumentado en forma considerable el consumo.

Entonado con el proyecto uruguayo, Mario Vargas Llosa escribió: “Quienes defendemos la legalización siempre subrayamos que esta medida debe ir acompañada de un esfuerzo paralelo para informar, rehabilitar y prevenir el consumo de estupefacientes perjudiciales para la salud. Se ha hecho en el caso del tabaco, y con bastante éxito, en el mundo entero. El consumo de cigarrillos ha disminuido y hoy día quedan pocos lugares donde los ciudadanos no sepan los riesgos a los que se exponen fumando. Si quieren correrlos, sabiendo muy bien lo que hacen, ¿no es su derecho hacerlo? Yo creo que sí”.

El premio Nobel de Literatura integra la Comisión Latinoamericana de Drogas y Democracia, encabezada por los ex presidentes Cardoso, Zedillo y Gaviria. En la última Cumbre de las Américas, realizada en Cartagena de Indias, naufragó la intención de algunos presidentes, como el colombiano, Juan Manuel Santos, y el guatemalteco, Otto Pérez Molina, de discutir la virtual despenalización de las drogas. Los Estados Unidos avisaron, antes del foro regional, que no iban a convalidarla y que, a pesar del funesto saldo de la guerra contra el narcotráfico en México y de las secuelas de ese flagelo en América Central, iban a insistir en el combate contra los cárteles.

Idéntica posición adoptaron, más allá de las diferencias ideológicas, los presidentes de El Salvador, Mauricio Funes; de Nicaragua, Daniel Ortega, y de Honduras, Porfirio Lobo. Al final, Barack Obama concedió: “No soy alguien que crea en la legalización, pero sí creo que necesitamos dar más pasos y ser más creativos”. Lo dijo no sólo el presidente del principal consumidor del continente, sino, también, alguien que supo de las drogas cuando era muchacho. Entonces, su madre, Ann Dunham, llegó a llamarlo “yonqui” y “porrero” por animarse con la marihuana, el alcohol y “una rayita de coca cuando podías permitírtela”, según confiesa en el libro “Los sueños de mi padre”.

En palabras de Mujica, “ninguna adicción es buena, salvo el amor”. En esa línea, bienvenido el debate más allá del desenlace que tenga el proyecto de ley en Uruguay. Ningún silencio es bueno, salvo el de los cementerios.



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