La novedad y el cambio




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En 2009, tras recibir de George W. Bush el legado de dos guerras y varios favores a los bancos que llevaron a la crisis a los Estados Unidos y buena parte del planeta, Barack Obama tuvo su primer contacto con el vecindario. Fue en la V Cumbre de las Américas, realizada en Trinidad y Tobago. Hugo Chávez se apresuró a regalarle el libro “Las venas abiertas de América latina”, de Eduardo Galeano. Otros aparentes embanderados contra el imperialismo no vacilaron en desearle suerte. Era la novedad y, a su vez, el cambio. El mundo había votado por él mucho antes que los norteamericanos.

Un presidente diferente no representaba a un país diferente ni defendía intereses diferentes. Por ignorancia, algunos de sus pares latinoamericanos creían que iba a agradecerles los desplantes contra su antecesor, interpretados en los Estados Unidos como afrentas contra el país. Obama planteó el respeto, la responsabilidad y la asociación entre iguales como ejes en la relación con el continente. Se trataba de una versión remozada del enfoque de Bush tras el fiasco del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la cumbre anterior, realizada en la Argentina en 2005.

Pudo ser entonces la novedad y el cambio, pero el continente encarnaba, también, una novedad y un cambio. La novedad era la bonanza económica en rara coincidencia con el quebranto norteamericano; el cambio era una creciente independencia de los Estados Unidos, fraguada en expresiones regionales como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y en decisiones unilaterales como la expulsión de embajadores norteamericanos de Venezuela, Bolivia y Ecuador sin temer represalias.

La novedad y el cambio tendrán su correlato en las presidenciales de noviembre: si los mexicanos confiaban en la relección de Bill Clinton en 1996 por su ayuda para sofocar el efecto tequila, ningún gobierno latinoamericano se atreve a mostrar ahora simpatías por Obama o por su virtual adversario republicano, Mitt Romney, aún enredado en primarias. El desenlace antes preocupaba; ahora apenas interesa. Quizá porque el continente, al igual cada país, dejó de depender de la opinión ajena y comenzó a confiar más a sí mismo. Es otro signo de la novedad, el cambio y, en cierto modo, los puentes rotos por las conjeturas incumplidas.



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