Barajar y dar de nuevo




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De todas las expresiones de pesar por la muerte súbita del ex presidente argentino Néstor Kirchner, la más elocuente, a mi juicio, provino de la otra orilla del Río de la Plata. “La vida continúa”, concluyó el presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, pero esta pérdida, agregó, “es un llamado de atención para todos”. El llamado de atención trascendía la política. Era una reflexión sobre la vida misma, que “se nos va en cualquier momento”.

El poder embriaga y, a veces, enferma. Los griegos llamaban hybris a esa desmesura. Kirchner, de colon irritable y corazón delicado, se ufanaba de “amasar poder para que no nos volteen”, según me dijo un par de meses después de asumir la presidencia, en 2003. Era el último peronista, como supo apodarlo en el libro homónimo el periodista Walter Curia. No pareció sentirse molesto con el mote. Era una suerte de coronación por haber restablecido la autoridad presidencial tras la peor crisis de la historia argentina.

El peronismo, movimiento que se resiste a ser partido, es la clave para gobernar el país. Dependía de Kirchner. Su método, perfeccionado por su esposa, consistía en la confrontación permanente con diversos sectores para alcanzar una victoria provisional que iba a traducirse en forma irremediable en la derrota categórica del adversario de turno, tildado de peor enemigo de la ciudadanía.

En esa puja, por momentos descarnada, siempre tuvo peso propio el sindicalismo. Argentina estaba de duelo antes del deceso de Kirchner por el asesinato a balazos de un muchacho del Partido Obrero, de izquierda, en una batahola entre facciones rivales de la llamada “patota sindical”. El sindicalista más afín al ex presidente y su esposa, Hugo Moyano, secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), había organizado un acto multitudinario en un estadio de fútbol. Asistieron los Kirchner.

No era un aviso postmortem como el de Mujica, sino la definición de un espacio de poder para las presidenciales de 2011. En ellas, Kirchner a secas, como se dirigía a él su esposa, iba ser el candidato al sitio que, en su fuero íntimo, no reemplazó por su banca de diputado ni por su cargo de secretario general de Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Moyano, tan controvertido como el matrimonio gobernante por su fortuna personal, resultó ser el primero en valorar al último peronista y en apuntalar “con toda nuestra fuerza” a su viuda. No reparó en el aviso de Mujica, demasiado humano para ser cierto, sino en la disyuntiva que se avecina: es hora de barajar y dar de nuevo con un gobierno a plazo fijo en una sociedad acostumbrada a la crispación con recelos atenuados por la pérdida. Mientras, “la vida continúa”.



3 Comments

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