La culpa es del mayordomo




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No sólo es observado el partido de Sarkozy por la dudosa financiación de la campaña

Hasta abril, Pascal Bonnefoy sirve el té y recoge la mesa sin despertar sospechas. Es el mayordomo de la heredera del imperio cosmético L’Oréal, Liliane Bettencourt, la mujer más rica de Europa. Lleva 14 años a su servicio. En mayo de 2009, harto de “ver cómo gente sin escrúpulos abusa” de ella, comienza a grabar en forma furtiva sus reuniones en el despacho principal de la mansión de París; se vale de una pequeña grabadora envuelta en una funda negra u oculta en el forro de su chaqueta. Los diálogos, matizados con tintineos de cucharitas, completan 28 discos de computadora. Los deja en manos de la mujer que Bettencourt no quiere volver a ver en su vida: su única hija, Françoise. Terminan en poder de la policía.

En esos diálogos es desenmascarado el dandi, fotógrafo y escritor François-Marie Banier, de 64 años. Recibe regalos de más de 1000 millones de euros en efectivo, obras de arte, seguros y posesiones de Madame, de 87. En 2007, Françoise decide demandarlo e inhabilitar a su madre para gestionar su fortuna, de 16.900 millones de euros, según Forbes. Es la tercera de Francia.

El administrador, Patrice de Maistre, sugiere a Madame “llevar a Hong Kong, Singapur o Uruguay” 65 millones de euros depositados en Suiza. Como asesora económica trabaja Florence Woerth. Es la esposa del actual ministro de Trabajo de Francia, Éric Woerth, antes ministro de Presupuesto y tesorero de la Unión por un Movimiento Popular (UMP). ¿Le avisa su esposa que “está organizando el fraude fiscal de la señora Bettencourt”, como denuncia el diputado socialista Arnaud Montebourg? Esa es una arista. La otra apunta al ceño cada vez más fruncido de Nicolas Sarkozy: De Maistre entrega 150.000 euros a Woerth para la campaña presidencial de 2007.

En Francia, las campañas electorales tienen financiación pública. Sólo pueden recibir hasta 7500 euros los partidos y hasta 4600 los candidatos en concepto de donaciones. Sarkozy, comensal frecuente en la mansión de Bettencourt desde que es alcalde del suburbio arbolado de Neuilly-sur-Seine, cree que pretenden calumniarlo con los ataques contra su ministro. Le ha encargado la crucial reforma de las pensiones por la cual aumentará la edad de retiro de los trabajadores. Los sindicatos están en pie de guerra. Más allá del desenlace del escándalo, la traición o la valentía del mayordomo desata una crisis de Estado por la presunta financiación ilegal de la campaña presidencial.

La desata en un momento de especial recelo en Francia y toda Europa contra políticos, banqueros y ejecutivos, apiñados como cómplices del despilfarro en las protestas populares. Por esa causa truenan cacerolas desde Islandia hasta Letonia y desde Corea del Sur hasta Grecia con la consigna argentina de echarlos a todos. Los casos de corrupción casi nunca son dilucidados. O el gobierno sacrifica una pieza clave, como un ministro, o la oposición sacrifica una estrategia clave, como el juicio político del presidente.

Durante la campaña, el dinero entra y sale tan rápidamente de los bolsillos de los candidatos que es imposible seguirlo. No es la primera vez que el marido de Carla Bruni se ve en apuros por su relación con el establishment. Es amigo de Martin Bouygues, dueño y señor de la construcción, y de Henri de Castries, presidente de un grupo asegurador, así como de la ahora controvertida Liliane Bettencourt. Resulta ser la mayor damnificada en Francia del financista Bernard Madoff, condenado a 150 años de prisión por embaucar a un sinfín de incautos en miles de millones de euros.

Sarkozy crea malestar antes de ser elegido presidente, a su vez, con su presencia en el yate de Vincent Bolloré, emprendedor en sectores tan diversos como la energía, los puertos y los plásticos. Esta vez, como sucede en otros países, apela al instinto de supervivencia para confirmar su “total confianza” en el ministro cuyo nombre ha sido enlodado por la vil campaña de “calumnias” y “mentiras” montada contra el gobierno.

Lo dice Sarkozy con el tono que pueden emplear Silvio Berlusconi, con sus conflictos de intereses, y Bill Clinton, con sus escándalos inmobiliarios. El fraude, de ser comprobado, difícilmente hunda una carrera política en Occidente. En Oriente es más delicado. El dilema entre la política y el dinero empieza a tender trampas en los años setenta. El primer ministro japonés Kakuei Tanaka es derrocado debido a contribuciones ilegales de la compañía aeronáutica norteamericana Lockheed.

Sagas familiares como la revelada por las grabaciones de Bonnefoy prometen emociones en un culebrón que puede desnudar a sus protagonistas, aparentemente a resguardo por la impunidad que otorga el poder económico, o fagocitarse al otro poder, el político. Dependen uno del otro en tanto estén capacitados no sólo para ganar elecciones, sino, también, para aprovechar la victoria. En boca de Tito Livio, “vincere scis, Hannibal, victoria uti nescis (sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar tu victoria)”. No esperes que el mayordomo haga todo por ti. Hasta tener la culpa de todo.



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