La mejor de su clase




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Los desastres naturales, como en Chile y Haití, causan más éxodos que las guerras

Hacia finales de 2003, Michelle Bachelet es rara; algo esconde. Ni proyecto político tiene. En ese momento, las encuestas comienzan a iluminarla. Convoca entonces a los barones del Partido Socialista. Valora sus trayectorias, pero no confía de ellos. No confía en nadie. Después incorpora a independientes y liberales. Tampoco comulga con ellos. Son útiles para dilucidar las dudas del establishment y los inversores extranjeros. “Uno tiene que tratar de ponerse en los zapatos del otro para buscar la fórmula”, suelta, enigmática. Es la clave de la abrumadora imagen positiva de más del 80 por ciento con la cual ha terminado su gobierno.

¿Qué significa ponerse en los zapatos del otro? Eso, precisamente, y saber escucharlo. En el tiempo invertido en forjarse a sí misma y ejercer la presidencia, amargamente coronada con el terremoto, el tsunami, las réplicas, las víctimas y la primera derrota en dos décadas de la Concertación en elecciones generales, ha acumulado tanto capital político Bachelet como capital económico su sucesor, Sebastián Piñera, el primer presidente de derecha elegido en más de medio siglo. Su fortuna es de tal magnitud que ocupa un lugar en la lista de multimillonarios de la revista Forbes, encabezada por el magnate mexicano Carlos Slim.

Nada mal le ha ido. ¿Le irá igual como presidente de Chile? Nadie gobierna sobre la base de encuestas. Piñera, como la mayoría de sus antecesores desde final de la dictadura militar, se ha preparado para el cargo. La única excepción es Bachelet, cuyo primer tropiezo, o acierto, es la distribución gratuita de la píldora abortiva del día después entre las víctimas de abuso sexual cuando es ministra de Salud del gobierno de Ricardo Lagos. La ven entonces como una madre sin marido que no tolera las indiscreciones: jamás le perdona al ministro Nicolás Eyzaguirre, amigo desde la juventud, haberla llamado “mi gordi”.

Es el latiguillo que suele usar en la intimidad por la aparente contradicción entre ser ministra de Salud y tener unos kilos de más. Lo atribuye Bachelet a “un resabio de machismo”. De nada valen las disculpas. Mucho después, ya presidenta, es captada por las cámaras de fotógrafos de agencias de noticias mientras se da un chapuzón, a las seis y media de la mañana, en una playa de Costa do Sauípe, Brasil, donde asiste a la Cumbre de América Latina y el Caribe (CLAC). Lo toma con humor. Quizá porque se siente más segura de sí misma o porque sabe que ha superado el ecuador de la gloria sin someterse a dieta.

Como ministra de Defensa, la primera en desempeñar esa función en América latina, cultiva el hermetismo. Es definitivamente rara; algo esconde. En el Ejército dicen que la puerta de su despacho está blindada y que pocos pueden trasponerla. Sus jornadas, sin fines de semana, empiezan a las siete de la mañana y terminan a la medianoche. Está en su hábitat, aunque sea médica: crece en el seno de un clan militar, familiarizada con los códigos que aplicará en la política. La obediencia partidaria es uno de ellos: sabe que va a perder si acepta ser candidata socialista a concejala por Las Condes en 1992; obtiene  el tres por ciento de los votos.

En febrero de 1975, un año y medio después del golpe por el cual se suicida Salvador Allende, hace la maleta con la ayuda de su tía Alicia; en unos minutos despega del aeropuerto de Santiago el avión con destino a Sidney que aborda con su madre. Son las vísperas del exilio en Postdam, Alemania Oriental, donde comienza los estudios de medicina que concluirá en Chile; convive desde 1977 con el arquitecto Jorge Dávalos y, a los 27 años, nace su primer hijo, Sebastián. Luego nace Francisca. Su otra hija, Sofía, es fruto de la unión con el médico Aníbal Henríquez.

Detrás queda el rencor. Al padre, el general Alberto Bachelet, lo detienen y lo matan sus compañeros. Una amiga de ella, miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), delata a su madre, Ángela Jeria, razón por la cual ambas son detenidas y torturadas en Villa Grimaldi. Hasta tiene un pololo (novio), presunto socialista, que colabora en secreto con la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), puntal del régimen de Pinochet. ¿En qué medida gravita su condición femenina? Bachelet piensa que las mujeres buscan el poder por la misión que cumplen y que los hombres buscan el poder por el cumplido de la misión.

¿Es el caso de Piñera? Más allá de su ideología conservadora y su obsesión en reactivar la economía, el “presidente de la reconstrucción” se caracteriza por ser práctico: es dueño del Colo-Colo, el club más popular del país, pero es hincha de su clásico rival, la Universidad Católica. En la toma de posesión, la tierra vuelve a temblar. No tiene otra alternativa que ponerse en los zapatos del otro y aprender a escucharlo. Son actitudes desusadas en él, así como en la Argentina, que resultan provechosas no sólo en Chile, sino, también, en el Uruguay del ex presidente Tabaré Vázquez y el Brasil del presidente Lula. Es gente rara, como Bachelet, que, seguramente, algo esconde.



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