Crónicas terrícolas




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Es más fácil hablar con extraterrestres que acordar un plan para paliar el desempleo

A Marte “llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados […] Cada uno de ellos tenía una razón diferente. Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; venían para encontrar algo, dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o alejarse de algo. Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin sueños. El dedo del gobierno señalaba desde letreros a cuatro colores, en innumerables ciudades: «Hay trabajo para usted en el cielo. ¡Visite Marte!». Y los hombres se lanzaban al espacio”.

En sus Crónicas marcianas, Ray Bradbury imagina en la década del cuarenta la colonización de Marte en un año todavía incierto y remoto: 1999. La humanidad, acechada por el desempleo y otras plagas, abandona la Tierra en sucesivas oleadas de cohetes plateados con el fin de establecerse en ese planeta. Son invasores, irrespetuosos de la cultura ajena. Terminan diezmando a la población nativa con un arma letal: el contagio de sus enfermedades. Esa tendencia destructiva no es de ciencia ficción: refleja nuestra sempiterna incapacidad para salvarnos de los desastres que provocamos.

Desde 2007 hasta 2009, los Estados Unidos pierden casi ocho millones de puestos de trabajo; la tasa de desempleo supera el 10 por ciento. Otro tanto sucede en Canadá, Europa y Japón. No se crean nuevas vacantes y, en algunos casos, se reducen las jornadas laborales. Cunde el desaliento, más allá de que algunos gobiernos, como el surcoreano, el alemán y el sueco, opten por pagarles a las compañías para preservar a los trabajadores en sus nóminas. En los cada vez más frecuentes estudios sobre la felicidad en el mundo, la pérdida del empleo afecta tanto a la gente como la muerte de un ser querido.

Miles de empleados de la NASA, astronautas incluidos, ven peligrar ahora sus fuentes de trabajo. En 2010 habrá 213 millones de personas sin empleo en todo el mundo, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT); es el 6,5 por ciento de la fuerza laboral. En 2008, antes de la crisis, son 185 millones. De haber vacantes en Marte, como vislumbra Bradbury, serían los primeros en apuntarse. De momento, esa posibilidad no existe por falta de viáticos. ¿Qué hacer, entonces? Esperar a los extraterrestres para ver si necesitan mano de obra o personal especializado.

En la ciudad norteamericana de Denver evalúan qué discurso de bienvenida sería el apropiado. No es broma: por iniciativa de Jeffrey Peckman, presunto testigo de una misteriosa bola verde que surca el cielo la noche que muere Michael Jackson, la gente decidirá el 10 de agosto, en coincidencia con las primarias para varios cargos en el Estado de Colorado, si se crea una comisión para facilitar “la más armoniosa, pacífica, respetuosa y beneficiosa coexistencia entre los seres humanos y los seres extraterrestres inteligentes”.

Para la consulta han obtenido más firmas de las necesarias, señal del interés en establecer contactos del tercer tipo o de la desconfianza en preservar contactos del primer tipo para resolver desde el desempleo hasta la corrupción, el calentamiento global, la carrera nuclear, la amenaza terrorista y los conflictos en ebullición. De ser por Isaac Asimov, todo se resumiría en lanzar una pregunta: “¿Hay alguien ahí?”. Lleva años formulándola el proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence, Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), atento al menor ruido galáctico.

En 1977, los científicos del observatorio Big Ear, de la Universidad de Ohio, reciben una señal bautizada Wow! (caramba o caray). Dura 72 segundos. Lejos está de ser como la señora Ttt, capaz de sorprender con un “inglés admirable” a los hombres van a visitarla en su casa en Marte. Hasta en esos confines habrían pagado con creces los especuladores que, con guiños gubernamentales, ensombrecen el horizonte en 2008. Sólo va preso Bernard Madoff, emblema del capitalismo de casino.

“Yo no soy un ideólogo –se ataja Barack Obama–. Si ustedes saben cómo podemos hacer lo que tenemos que hacer de mejor manera y de forma más barata, lo hacemos.” Está en Baltimore, reunido con miembros republicanos de la Cámara de Representantes para ofrecerles garantías sobre su convocatoria al bipartidismo. Son las vísperas de la derrota de los demócratas en las elecciones de Massachusetts y del anuncio, en el discurso del Estado de la Unión, de la suspensión de la carrera espacial a causa del déficit. No habrá viajes a la Luna por un buen rato, a menos que tenga interés alguna compañía privada.

Es otra evidencia del cambio en un país que no se reconoce a sí mismo: del proyecto Apolo, de JFK, y el lema “empleo, empleo, empleo”, de Bill Clinton, pasa ahora a la incertidumbre por la falta de trabajo. La comparten, en todo el mundo, el muchacho que busca su primer empleo y el veterano que procura mantener el suyo. En Marte, ¿van a pasarla mejor? Es la pregunta de aquellos que deciden probar fortuna en nuevos horizontes, hartos de toparse a la vuelta de cada esquina con el letrero más mandón del Universo: “No hay vacantes”.



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