Tres cuartos perfil terrorista




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Desde el atentado fallido de Navidad, aquel que pretende ir en avión es sospechoso

Tras dos guerras mundiales y otros horrores, los europeos están curtidos frente a las agresiones externas. Las internas son más difíciles de asimilar. ¿Es posible que tres de los cuatro suicidas que atentan en 2005 contra la red de trenes subterráneos de Londres sean británicos de segunda generación? Peor aún: “No hay un perfil firme para identificar quién puede ser vulnerable a la radicalización”, concluye la Cámara de los Comunes. Cualquier persona no del todo cuerda puede morir matando por decisión propia o de Al-Qaeda.

En el verano siguiente, terroristas con pasaportes británicos pretenden hacer estallar con explosivos líquidos varios aviones en vuelo de Heathrow a los Estados Unidos. Las fuerzas de seguridad, con cooperación internacional, intervienen a tiempo. Tres meses después, en noviembre de 2006, la Unión Europea limita el transporte de líquidos en los aviones. La medida restringe la libertad de millones de pasajeros. Es la reacción anticipada ante ataques que no logran concretarse.

Hasta 2001, los Estados Unidos son inmunes a las agresiones externas. Esta Navidad, gracias a un cineasta holandés, Umar Farouk Abdulmutallab, nigeriano de 23 años, no hace estallar en el aire con explosivos líquidos un avión procedente de Amsterdam poco antes de aterrizar en Detroit. De no ser por la “intervención valiente” de Jasper Schuringa, exaltada por la reina Beatriz de Holanda, Barack Obama estaría aún más furioso con los suyos por el “error que podría haber terminado en un desastre”.

El espionaje norteamericano, envuelto en una maraña de agencias que compiten entre sí, desatiende el aviso de un padre consternado. No se trata de optar entre pollo o pasta en la clase económica, sino de creerle o no a un banquero nigeriano, ex ministro de hacienda, que pide ayuda a la embajada de los Estados Unidos en Abuja para recuperar a su hijo, cooptado por Al-Qaeda en Yemen. Alhaji Umaru Mutallab teme por la suerte del muchacho, criado en un hogar acomodado de Londres y volcado ahora al islamismo radical. No sabe que intentará inmolarse con una bomba cosida en sus calzoncillos.

“La historia está repleta de ejemplos en los que un ejército poderoso pierde guerras ante enemigos débiles por no prestar atención al entorno”, dice un informe desalentador del general Michael Flynn, responsable del espionaje norteamericano en Afganistán. En el filo de 2010, un doble agente jordano que engaña a la CIA durante un año mata a siete de sus agentes. Al-Qaeda domina la frontera con Paquistán, se repliega en Irak, echa raíces en Nigeria, cobra alas en Somalia y se recicla en Yemen.

¿Es usual que un padre ventile pormenores comprometedores de su hijo? Más de un mes tiene el espionaje norteamericano para evitar que Abdulmutallab aborde el casi fatídico vuelo 253 de Northwest Airlines. En octubre de 2000, en vísperas de las presidenciales que gana George W. Bush, un atentado suicida contra el destructor USS Cole pone en el mapa del terrorismo a Yemen. Es la patria ancestral de los Ben Laden, emigrados a Arabia Saudita. Desde ella, el clérigo Anwar Al-Awlaki avisa en octubre de 2009 que será la “sorpresa de la temporada”.

Con él se reúne Abdulmutallab antes de viajar a Detroit. El clérigo es la fuente de inspiración del psiquiatra y mayor del ejército Malik Nadal Hasan, autor en Fort Hood, Texas, de la peor masacre de la historia en una base militar de los Estados Unidos en noviembre de 2009. Tras la confesión del banquero Mutallab, el espionaje norteamericano no incluye a su hijo entre los sospechosos de terrorismo ni repara en su visa norteamericana. El Departamento de Estado no tiene razones para revocarla.

La CIA no le informa al FBI sobre Abdulmutallab. La aerolínea no puede impedirle que aborde el avión ni se mosquea porque no despacha equipaje. La Administración de Seguridad del Transporte (TAS), creada por Bush después de la voladura de las Torres Gemelas, tampoco puede agregarlo en la lista de impedidos de volar (no fly); esa lista arbitraria es tan poco confiable que llega a incluir a Nelson Mandela, premio Nobel de la Paz.

Curiosamente, el espionaje norteamericano teme que un nigeriano sea empleado contra los Estados Unidos en Navidad. Son las desinteligencias de la inteligencia. Obama asume la responsabilidad del “fallo sistemático”; Al-Qaeda se ufana de burlar la seguridad aeroportuaria, obra del “hermano mujahid Umar Farouk, que buscaba el martirio”.

Sospechosos pasamos a ser todos, presos de la utopía orwelliana de doblegar con la tecnología a un enemigo difuso que nos obliga a prescindir de objetos punzantes, quitarnos los zapatos y el cinturón en los detectores de metales, aceptar el control del iris, tomarnos fotos en tres dimensiones, estampar las huellas dactilares y, de llamarnos Mohamed como el profeta o Noor como la princesa, ser tiernamente cacheados o mostrarnos en escáneres como Dios nos trajo al mundo. La intimidad, sometida a risa o elogio, contribuye ahora a la seguridad. Hipotética como la inteligencia.



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