Las bases de la hipocresía




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El imperialismo no es tan malo como parece: favorece los planes de Chávez y Uribe

Casi una década ha tenido América del Sur para proponer una alternativa regional que sustituya al odioso Plan Colombia. En agosto de 2000, el acuerdo firmado en Cartagena de Indias por Andrés Pastrana y Bill Clinton alborota tanto al vecindario como, nueve años después, el permiso concedido por Álvaro Uribe a Barack Obama para destinar tropas a siete bases militares colombianas. Entonces, como ahora, se realiza un cónclave de presidentes, la I Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones; lo organiza Fernando Henrique Cardoso en Brasilia. Entonces, como ahora, Hugo Chávez procura infundir miedo con el fantasma del imperialismo.

Tras cavilar un instante, Barack Obama suelta: “Eso es hipocresía”. Está en México, en la cumbre de América del Norte, con el anfitrión, Felipe Calderón, y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper. Coincide con ellos en el doble rasero “de los que piden a los Estados Unidos que dejen en paz a la región y ahora dicen que ignoramos a Honduras”. Los Estados Unidos condenan el golpe de Estado y exigen la restitución de Manuel Zelaya, despachado al destierro por su intento de consolidar otra sucursal del socialismo del siglo XXI con casa, y caja, central en Caracas.

La hipocresía es el arte de fingir sentimientos opuestos a los que uno experimenta con la intención de engañar a alguien. Desde Aristóteles, “no se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y con el mismo aspecto”. Es una señal de hipocresía, en el ejercicio de la presidencia, acumular riqueza personal y demandar justicia social. O predicar por la paz y, al mismo tiempo, prepararse para la guerra.

En 1999, Chávez le propone a Pastrana facilitar el diálogo con las FARC. Todo comedido sale mal. Hasta el reclamo de Francia por la suerte de una rehén, Ingrid Betancourt, de doble nacionalidad colombiana y francesa, Colombia se rehúsa a aceptar injerencias externas, excepto de los Estados Unidos para sustituir cultivos y luchar contra el narcotráfico.

Desde la firma del Plan Colombia, Venezuela sube vertiginosamente en el ranking de compradores de armas en forma proporcional con su desconfianza en George W. Bush tras el fallido golpe de Estado de 2002. Rusia pasa a ser su principal proveedor. En retribución, Vladimir Putin autoriza ejercicios navales conjuntos en el Caribe y recibe la generosa oferta de usar la isla La Orchila, a 180 kilómetros de Caracas, para el despegue y el aterrizaje de aviones estratégicos. No es una base permanente, aclara Chávez, pero “está a la orden”. Si acepta Rusia, ¿qué diferencia hay con el aumento del contingente norteamericano en Colombia?

Esos intercambios no levantan ampollas en los gobiernos de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), reunidos ahora en Ecuador. Tampoco se preocupan por las  arbitrariedades y los recortes de libertades en Venezuela; la inversión de petrodólares en causas políticas que, en ocasiones, perjudican a los demás; el acercamiento al presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad; la airada defensa del presidente de Sudán, Omar al Bachir, tras la orden de arresto dictada por el Tribunal Penal Internacional por el genocidio en Darfur, ni los lazos con las FARC como virtual bendición de los secuestros y el narcotráfico.

En 2005, la aprobación en Paraguay de ejercicios militares conjuntos con los Estados Unidos es traducida como un vil plan norteamericano para apropiarse del Acuífero Guaraní, una de las mayores reservas de agua del planeta, y controlar de cerca la Triple Frontera con la Argentina y Brasil. El fantasma del imperialismo disimula la mano negra de las FARC en el secuestro y el asesinato de la hija del ex presidente paraguayo Raúl Cubas.

La Unasur, de hechura brasileña y efectividad dudosa, se crispa ahora por el acuerdo de Uribe con Obama. La relación entre ambos dista de ser ideal. El presidente norteamericano ha rechazado como senador el acuerdo de libre comercio con Colombia por objeciones a su política de derechos humanos.

No superada la crisis por la incursión de Colombia en Ecuador para liquidar al segundo de las FARC, Raúl Reyes, y por las presuntas evidencias que comprometen a Rafael Correa, Chávez estrena dones de meteorólogo: “Vientos de guerra empiezan a soplar”. Procura infundir miedo con el fantasma del imperialismo y, en el arrebato, reemplaza a la Argentina por Colombia para abastecer a su país de vehículos, medicinas y alimentos. Cristina Kirchner saca  rédito del conflicto. ¿Es bueno perder amigos para ganar mercados? Uribe, embarcado en otra reforma constitucional para ir por su segunda reelección, también saca rédito del conflicto. La hipocresía no es de izquierda ni de derecha. Es, a secas.

No son gratuitos los elogios de Obama a Lula: legitima el liderazgo silencioso de Brasil ante el avance del liderazgo ruidoso de Chávez. En la Unasur, la posición ambigua de uno choca con el pronóstico bélico del otro.

Es un reflejo de la dificultad de la región para resolver sus problemas; cuatro conflictos bilaterales están pendientes en La Haya: la Argentina contra Uruguay, Ecuador contra Colombia, Nicaragua contra Colombia y Perú contra Chile. Todos aplauden que los Estados Unidos no sean un socio mayor ni menor, sino igual, como define Obama, pero, en la emergencia, miran arriba, o al cielo, en espera de la solución. Es hipocresía; eso es.



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