La gran estafa




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Con la condena del financista Madoff, cae el telón de una época y una generación 

En 2008, la generación que alcanzó la cima después de la Segunda Guerra Mundial empezó a hacer las maletas. Kathleen Casey-Wilkens, nacida en los primeros minutos de 1946 en los Estados Unidos, alcanzó la edad de jubilarse. Señaló, a sus 62 años, el destino inexorable de los baby boomers, responsables de la expansión demográfica y del auge del consumo en más de medio siglo. Con ella, símbolo de la camada de Vietnam, los derechos civiles y la Guerra Fría, concluye el ciclo de la primera oleada de los 78 millones de norteamericanos nacidos entre 1946 y 1964. Concluye el ciclo de Bill Clinton, George W. Bush, Steven Spielberg y Donald Trump.

Concluye el ciclo, también, de uno de los grandes estafadores de la historia y de esa generación, por más que haya nacido unos años antes, en 1938: el financista Bernard Madoff, condenado a 150 años de prisión por haber embaucado a un sinfín de incautos en varios miles de millones de dólares. Lo hizo, tras haber presidido la bolsa de valores tecnológicos (Nasdaq) y haber sido un prestigioso gurú de Wall Street, gracias al capitalismo de casino que, sin ley ni regulación, se prolongó desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher hasta el último Bush.

Madoff comenzó su actividad con un exiguo capital de 5000 dólares. La estafa piramidal consistía en pagar intereses a los primeros inversores con los aportes de los últimos. Y así sucesivamente en una cadena interminable que, con la promesa de formidables ganancias, sedujo tanto a particulares de ahorros escasos como a bancos y corporaciones de dimensiones planetarias. En ese juego, aparentemente legal, creyeron muchos. Terminaron en la ruina.

Lejos de las artimañas de Madoff, no achacables sólo a los baby boomers, Barack Obama representa a una legión que pretende honrar aquello que antes no parecía ser importante: la transparencia. Nació en 1961, como la Generación X y el autor de la novela homónima, el canadiense Douglas Coupland. En su campaña rechazó donaciones de grupos de poder, así como vicios de la política tradicional. Pertenece a un tiempo dominado por escépticos. Andy, uno de los personajes de la novela, resume el sinsabor de aquellos que, lejos del dinero fácil, completan sus estudios secundarios y no consiguen empleo; ven amenazados sus sentimientos por el sida y sus vidas por el daño ecológico, y deciden ser meros espectadores de una realidad abrumadora.

Lo resume, cual vocero de los nacidos entre 1961 y 1980, con el desencanto que, en diferentes circunstancias, sintió gente aún más joven que él en Irán, Grecia, Francia, España, Venezuela y otras esquinas del planeta: “Vamos camino a la nada”. En la nada confluye la Generación X, desoída y subestimada por sus mayores. En los ochenta cumplieron la mayoría de edad. Poco supieron de utopías. Del mayo francés del 68 y la cultura hippie heredaron algunas libertades y cierto bienestar. Saltaron sin despeinarse del televisor blanco y negro al Blackberry y de la radio a Internet.

La generación anterior, entregada a sueños y dogmas, se resiste a darles paso. En la Argentina, por ejemplo, no admite que una persona de 45 años, puntual en el pago de impuestos mejor retribuidos en campañas electorales que en prestaciones estatales básicas como la salud y la educación, no vivió la  dictadura militar con la intensidad de sus mayores, próximos a retirarse; tenía 15 años en 1978. Que sea respetuoso del reclamo de justicia no significa que no haya otros reclamos de justicia.

La cadena perpetua dictada en los Estados Unidos a Madoff, imposible de cumplir a sus 71 años, resultó ser un aviso contra la corrupción en todo el mundo. Coincide con un cambio generacional en el cual las poses ideológicas se cotizan en baja  frente a las actitudes honestas.

Con su rechazo a desprenderse de su Blackberry, Obama expresa una nueva forma rebeldía. Mansa y, quizá, banal. Debió acatar la Ley de Documentos Presidenciales: las comunicaciones de los mandatarios son propiedad del Estado. Clinton no pudo despachar un solo correo electrónico desde una cuenta personal durante sus años en la Casa Blanca. El último de Bush, antes de asumir, estuvo dirigido a 42 amigos y parientes desde su vieja dirección, [email protected], luego cerrada.

La Generación X, aunque esté encaramada en el poder, no la tiene fácil: ingresa tarde en el mercado laboral, lo cual demora su partida de la casa de sus padres. A los 50 años, si no domina la tecnología, muta en una especie en vías de extinción. La discriminan, también: el 57 por ciento de los europeos piensa que los veteranos son ineficientes en el trabajo, según Eurobarómetro.  Ese aire de superioridad, a su vez, se ve empañado por el desánimo. A más de la mitad de los españoles de 18 a 34 años no le hace ilusión proyecto alguno, según Metroscopia.

En los Estados Unidos, los miembros de la Generación X y la posterior, llamada Y, son tildados de superficiales, materialistas y egocéntricos. ¿Cómo Andy? No del todo. En 2008, mientras Kathleen tramitaba su jubilación, votaron más personas de 18 a 29 años que en todas las elecciones desde 1972. Los alentó el cambio. Poco antes de partir hacia Grant Park, la noche de la victoria, Obama envió un mensaje de texto: “Juntos hicimos historia”; la primera palabra, “juntos”, cambió la historia. Concluye, meses después, el ciclo de Madoff.



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