La piedra en el zapato




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Los periodistas no son fiscales ni ejecutores de los sujetos que la mayoría rechaza

Lo llamó “perro” y probó puntería. Cual lanzador de las Grandes Ligas de Béisbol, Muntadar al-Zeidi procuró hacer justicia por mano propia. Con los tiros malogrados de sus zapatos contra George W. Bush quiso expresar, en un rapto de ira, la impotencia de su pueblo por la ocupación de Irak. Lo arrestaron de inmediato. Abogados de toda laya se ofrecieron para defenderlo. Lo molieron a palos en una celda del palacio de la presidencia. Lo procesaron por “insultar públicamente al presidente de los Estados Unidos”. Le pidió disculpas al primer ministro de su país, Nuri al-Maliki, de modo de rebajar la pena. Ya había cobrado notoriedad: de reportero ignoto del canal satelital  Al Baghdadia pasó a ser estrella de CNN y YouTube.

¿Era su objetivo ser hasta el inspirador de un videojuego de hechura británica llamado “sock and awe (calcetín y sobrecogimiento)”, ironía de la consigna “shock and awe (conmoción y sobrecogimiento)” empleada por los Estados Unidos para tumbar a Saddam Hussein? Por sus zapatos, un príncipe saudita ofreció 10 millones de dólares. En Egipto, un hombre puso a su disposición la mano de su hija, de 20 años. En Washington, frente a la Casa Blanca, un grupo pacifista lanzó zapatos contra un muñeco de Bush. La compañía turca Baydan Shoes, fabricante de zapatos comunes y corrientes condenados a pasar de moda, recibió una andanada de pedidos de ese modelo, identificado con el código 271; comenzaron a ser  “los zapatos de Bush”.

Es de mal gusto, en los países árabes, mostrar las suelas de los zapatos; peor aún arrojarlos contra otro. Es de mal gusto, también, denostar a alguien con la palabra “perro”. La súbita simpatía global que despertó el proceder de Zeidi, reñido con todos los manuales de periodismo, transformó una reacción espontánea o calculada en un fenómeno político.

Existe un problema, sin embargo. Más allá del comprensible encono, Zeidi se valió de su credencial de periodista para ingresar en sala en la cual Bush y Maliki iban a ofrecer la conferencia de prensa. No es un detalle menor. Del mismo modo, en 2006, la reina del carnaval de Gualeguaychú, Evangelina Carrozo, logró colarse entre los mandatarios que participaban de la IV Cumbre de la Unión Europea, América Latina y el Caribe, en Viena, y mostrarse en bikini para protestar en nombre de Greenpeace contra la instalación de plantas de celulosa en Uruguay.

En cuestión de horas, ambos cobraron gran popularidad. Lástima que Zeidi, a diferencia de Carrozo, sea periodista. Si de tirar zapatos se tratara, la gente esperaría que los periodistas no se limiten a informar, formar y entretener, sino que, en algunos casos, insulten y ejecuten a sujetos que considera indeseables. Los hay en todas partes.

Enterado del incidente, el gobierno chino tomó recaudos ante la posibilidad de que algún periodista se quite los zapatos en una conferencia de prensa. Hasta los mandatarios latinoamericanos y caribeños reunidos en la megacumbre organizada en Brasil se mofaron de Bush: Lula, el anfitrión, amenazó a Hugo Chávez con tirarle un zapato si se excedía en el tiempo acordado para su discurso y, después, pidió en broma a los periodistas que no se descalzaran.

Bush se lleva todas las palmas. Sólo uno de cada 10 norteamericanos cree que su gobierno dejará algo bueno. No hubo una sola voz, excepto la de Maliki, que se solidarizara con él. Desde 2003, la guerra contra Irak provocó entre 89.892 y 98.151 muertes de civiles, según Iraq Body Count. También hubo 4209 bajas de los Estados Unidos.

Tras la osadía de Zeidi, dedicada a las viudas, los huérfanos y las demás víctimas de la guerra, Bush sonrió, algo nervioso, e hizo un comentario que pretendió ser gracioso sobre el tamaño de los zapatos. No dejó ninguna duda sobre sus principios. Era para tirarle un par más.

En un mundo ideal y parejo, un tribunal debería juzgarlo por los atropellos de su gobierno. Un periodista no tiene esa facultad. Un insulto y una agresión no arreglan nada: expresan el clamor popular y desvirtúan el trabajo de los otros periodistas. Y nada más. Una pregunta capaz de incomodar a Bush era el arma de Zeidi, no sus zapatos.

En su libro El fin de la era Bush, una tragedia histórica, el periodista Marcelo Cantelmi concluye que su gobierno es una consecuencia histórica, no un mero accidente. Era el elegido para fortalecer el poderío norteamericano, pero, con una arrogancia fenomenal tras un desastre mayúsculo como la voladura de las Torres Gemelas, terminó debilitándolo con una metedura de pata histórica basada en la mentira y el engaño: la guerra contra Irak.

“Definitivamente, los norteamericanos no estamos contentos con nuestra mala reputación –admitió Robert Kagan, el ideólogo conservador que comparó a los Estados Unidos con Marte y a Europa con Venus–. Hemos sufrido un enfermizo espasmo de unilateralismo y soberbia.”

Ni él ni su opuesto, Michael Moore, jamás pensaron insultar y ejecutar a Bush por haber minado la autoridad moral de los Estados Unidos con las violaciones de los derechos humanos en Guantánamo y Abu Ghraib o por no haber evitado el despilfarro financiero que causó la crisis global. De haberlo hecho, la humanidad estaría descalza.



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