Fe de erratas




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En apenas cinco meses, Chávez cambió abruptamente su visión de las FARC

Chávez tuvo una virtud: unió a Colombia. La unió con sus insultos contra Álvaro Uribe, uno de los presidentes con mayores índices de imagen positiva de la historia. La unió con su papel de comedido, más que de componedor, en el conflicto desatado con el presidente de Ecuador, Rafael Correa, por la muerte en su territorio del jefe real de las FARC, Raúl Reyes. La unió, también, con su incendiaria mención en los registros de las computadoras portátiles del difunto como virtual mecenas de la banda que mantiene secuestrada a Ingrid Betancourt y una legión de gente.

Chávez tuvo otra virtud: degradó a las FARC. Las degradó con sus flirteos con Reyes y otros cabecillas mientras ponía en ridículo a sus laderos (entre ellos, el ex presidente argentino Néstor Kirchner) en la excursión por la selva colombiana en la cual debían ser liberadas Consuelo González de Perdomo, Clara Rojas y su hijo Emmanuel; como el pequeño, nacido en cautiverio, había sido entregado con un nombre falso en Bogotá, aquel show no tuvo el impacto que hubiera deseado.

Uribe debería estar agradecido. Como ningún otro, Chávez unió a Colombia y degradó a las FARC. Contribuyó a ello con sus insultos, sus flirteos y sus giros abruptos. En su propio país, aquello que era legítimo y necesario, como la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia que él mismo aprobó por decreto, pasó a ser inconstitucional.

Con las FARC ocurrió algo parecido. En enero tenían un “proyecto político y bolivariano”, merecían dejar de ser consideradas terroristas y debían adquirir el estatus de beligerantes; cinco meses después, tras lamentar a comienzos de marzo “el cobarde asesinato” de un “buen revolucionario” como Reyes, instó a su nuevo jefe, Alfonso Cano, a liberar “a todos los que tienen en la montaña a cambio de nada”, porque “la guerra de guerrillas es historia” y porque “ustedes deben saber que se han convertido en una excusa del Imperio para amenazarnos a todos nosotros”.

En 2000, Cano creó el Partido Comunista Colombiano Clandestino” (PCCC o PC3), brazo de las FARC cuyo fin era infiltrarse en oficinas públicas, universidades y medios de comunicación. También creó en esos tiempos el Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, semillero de nuevos reclutas con el cual, en el fondo y sin confesarlo, quiso disputarle la imagen de Bolívar a Chávez, entonado con su revolución bolivariana.

En tres meses, las FARC asistieron a sus propios funerales después de más de cuatro décadas de secuestros, asesinatos y masacres. Murieron el jefe mítico, Tirofijo, “en brazos de su compañera”, y uno de los miembros del secretariado, Iván Ríos, y se entregó Karina, la guerrillera más buscada. En el ínterin, según la revista colombiana Cambio, Uribe le dijo a Chávez en Brasilia, durante un intervalo de la cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur): “Hugo, te están engañando. Te pueden utilizar para cumplir sus malos propósitos contra Colombia, usan tu territorio para atentar contra nosotros”.

Esa breve reunión derivó en otras de los cancilleres Nicolás Maduro y Fernando Araújo con la misión de preparar la enésima reconciliación entre ambos mandatarios. Hasta ese momento, Uribe era “un cachorro del Imperio”. Los registros de las computadoras portátiles de Reyes, de los cuales Chávez se había mofado en un principio, ya no parecían ser apéndices de un complot de la CIA, el Mossad y otros servicios de inteligencia para tumbarlo.

La supervisión realizada por la Oficina Internacional de Policía Criminal (Interpol), de la cual participaron 64 expertos procedentes de 15 países, dejó al desnudo el presunto apoyo económico que habría dado a las FARC, así como conexiones con traficantes de drogas y armas. También dejó al desnudo supuestos lazos con Correa. Fiel a su léxico, Chávez tildó de “corrupto, vago, policía gringo, payaso, ridículo e innoble” a Ronald Noble, secretario general del organismo. De él forman parte Venezuela, Ecuador y Colombia, entre más de 180 países.

En el horizonte de Chávez, las elecciones locales y regionales de Venezuela, previstas para el 23 de noviembre, poco después de las presidenciales norteamericanas, no pintan mejor que el referéndum para la reforma constitucional del 3 de diciembre de 2007, su primera derrota en nueve años de gobierno. En un año, su índice de imagen positiva bajó de un 75 a un 55 por ciento.

Del zigzag dialéctico, plagado de contradicciones, Uribe obtuvo el beneficio. Chávez no sabe qué quiere, pero tuvo dos virtudes: haber unido a Colombia y haber degradado a las FARC.

Con ellas, no pocos extranjeros padecían algo similar al síndrome de Estocolmo, aquel por el cual los clientes de un banco de la capital sueca terminaron simpatizando con dos ladrones que, frustrado su plan de fuga, terminaron reteniéndolos durante seis días. De ahí el nombre, síndrome de Estocolmo, no aplicable a los colombianos, hartos de las FARC, sino a otros que creyeron ver en ellas el último refugio de la utopía latinoamericana. Como Chávez, tal vez, convencido hasta hace un rato de que iba a ser hasta la victoria final siempre. Siempre y cuando no se viera perjudicado, en realidad.



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