The end




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Obama, con su histórica nominación, logró vencer los prejuicios por su juventud

En los difíciles años sesenta, Richard Nixon estrenó contra John F. Kennedy el eslogan con el cual Hillary Clinton quiso incomodar en las recientes primarias demócratas a Barack Obama: “La experiencia cuenta”. Y vaya si cuenta. Clave, y decisivo, resultó el aviso televisivo en el cual, mientras los niños dormían, sonaba el teléfono de la Casa Blanca a las tres de la madrugada; quedó claro que ella era la mejor cualificada para atenderlo y responder en el acto ante una crisis internacional.

La experiencia de Hillary no influyó entre los más jóvenes; muchos votaron por primera vez en estas primarias y, más allá de la raza, el sexo, la religión y la ocupación, votaron por Obama. En su campaña, las pequeñas contribuciones por Internet, de cinco o diez dólares, terminaron siendo vitales. Los Clinton, mimados por las fortunas que alentaron en los dorados años noventa su progresismo moderado, creyeron que iba a ser más fácil recaudar dinero a lo grande. Así les fue: el rojo supera los 20 millones de dólares.

El presupuesto total de estas presidenciales, las más caras de la historia, ronda los 1000 millones de dólares; duplica con creces los 494 millones que gastaron los dos partidos en 2004. En esa ocasión, el candidato demócrata, John Kerry, demoraba demasiado en rebatir los embates de George W. Bush, finalmente reelegido. Si la experiencia cuenta, Obama obtuvo rédito de ella: aprendió a contestar de inmediato aquello que podía perjudicarlo y no vaciló en tomar decisiones sobre la marcha, como deshacerse del reverendo Jeremiah Wright, si se veía en aprietos.

En eso cambió: antes no actuaba con tantos reflejos. En el Knesset (parlamento de Israel), a mediados de mayo, Bush ventiló pormenores de la política doméstica con la presunta intención de perjudicar a Obama, tachado de frágil en asuntos de seguridad nacional por su disposición al retiro de las tropas de Irak y al diálogo con miembros del “eje del mal”, como Mahmoud Ahmadinejad. Es inusual que un presidente norteamericano viole una ley no escrita. Más aún, en el exterior.

Bush lo hizo. De Obama recibió una catarata de críticas por su gestión. A su vez, el candidato republicano, John McCain, obligado a desmarcarse del actual gobierno, debió fijar su posición, más cercana a la Casa Blanca que a su rival, e incorporó, también, el eslogan de Nixon: “La experiencia cuenta”. En su caso, con 72 años desde el próximo 29 de agosto, la experiencia cuenta más que nada. Sería, de ganar en noviembre, el mandatario más viejo de la historia de su país. Le sirve de consuelo que Ronald Reagan no fuera Peter Pan; que Winston Churchill asumiera por última vez a los 76 años; que Charles De Gaulle y Konrad Adenauer ejercieran sus cargos hasta los 78 y los 87, respectivamente, y que Nelson Mandela alcanzara la presidencia de Sudáfrica a los 75 años.

La experiencia cuenta, pero, a veces, surgen de ella datos embarazosos. Hace un tiempo, McCain propuso negociar con Hamas para aliviar la crisis de Medio Oriente en abierta contradicción con sus reproches contra Obama por tender puentes hacia ese grupo y otros parecidos. Hace un tiempo, Hillary recorría las ruinas de Luxor mientras su marido decidía lanzar misiles contra Serbia, descansaba en Martha’s Vineyard mientras su marido ordenaba bombardear los campos de Al-Qaeda en Afganistán, estaba en la Casa Blanca mientras su marido hacía de las suyas con Monica Lewsinky en el Salón Oval y se deleitaba con el ballet El Cascanueces, de Tchaikovsky, mientras la Cámara de Representantes aprobaba el impeachment de su marido, según los implacables Archivos Nacionales. El teléfono podía sonar a cualquier hora.

La experiencia, en principio, cuenta más que The audacity of hope (La audacia de la esperanza), el último libro de Obama. O que su elocuente discurso en la convención demócrata de 2004: “No hay unos Estados Unidos blancos y otros   negros, sino los Estados Unidos de América”. Le toca ahora aplicar esa premisa en su espinosa relación con Hillary después de haberse proclamado ganador  en Saint Paul, Minnesota, donde McCain coronará su candidatura en la convención republicana.

En los difíciles años sesenta, Nixon perdió frente a Kennedy. En estas primarias demócratas, su eslogan resultó nuevamente ineficaz. En cuatro décadas, el país evolucionó de las marchas contra la  segregación racial a la candidatura presidencial de una potencial víctima de ese atropello. McCain, antiguo rival de Bush, insiste en aterrar al planeta con los planes de Obama, intérprete del mensaje de igualdad del presidente que no pudo ser: Robert Kennedy, hermano de JFK, asesinado el 5 de junio de 1968 después haber ganado la nominación demócrata.

De Vietnam a Irak, la experiencia del planeta también cuenta. El semanario alemán Der Spiegel tituló en febrero: “El factor Mesías: Barack Obama y el anhelo de un nuevo Estados Unidos”. Si los europeos votaran, el supuesto Mesías ganaría con facilidad, según el Instituto YouGov, de Londres. Lo dejó dicho Ringo Bonavena: “La experiencia es un peine que te regalan cuando te quedás pelado”. Con ella, Hillary atendió el teléfono. Con ella, McCain pretende colgarlo.



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