Solos en la madrugada




Getting your Trinity Audio player ready...

Lula marcha hacia la reelección, lo cual favorece algunos intereses, pero, a su vez, sienta precedente sobre la corrupción

En otro tiempo, el fenomenal escándalo de corrupción en el cual quedó envuelto en Partido de los Trabajadores (PT) hubiera arrasado con la furia de un tsunami la estantería gubernamental de Brasil. En la intimidad, Luiz Inacio Lula da Silva temió en más de una ocasión la posibilidad de ser sepultado por el lodo de las denuncias lanzadas desde mayo de 2005 por el diputado Roberto Jefferson sobre el mercadeo de cargos, la transferencia de recursos federales a caciques parroquiales y la financiación de campañas con fondos no declarados (provenientes de la caixa dois). Superó el trance, sin embargo. Y resultó ileso. Fortalecido, incluso.

A punto de ser reelegido, Lula sorteó el mayor escándalo de corrupción de la historia moderna. ¿Su fórmula? Tomó distancia, desde un primer momento, tanto de las imputaciones como de su partido, fundado por él mismo en 1980. Y dejó que rodaran algunas cabezas, como la de su secretario privado, José Dirceu, y la de su ministro de Finanzas, Antonio Palocci, en su afán de transmitir un mensaje interno de consumo externo: las instituciones están por encima de los hombres. En esa instancia, lejos de los avatares financieros que dominaron la campaña de 2002, la política social y la ortodoxia económica contribuyeron a apuntalarlo en el corto plazo, la única certeza, si la hay, en la región. Otra certeza no hay, en realidad.

En el corto plazo, el PT pagó con creces aquellos pecados de los cuales Lula resultó ileso. En el mediano plazo, si logra la reelección, el gobierno  deberá anudar acuerdos con la oposición, de modo de conservar algún margen de maniobra en el Parlamento. Y, a su vez, deberá recomponer la fibra más sensible del partido, dañada tanto por el escándalo como por el desencanto de muchos. Entre ellos, la senadora Heloísa Helena, líder y candidata presidencial del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), consideró una traición haber seguido la línea económica del ex presidente Fernando Henrique Cardoso.

En democracias presidencialistas como las latinoamericanas, Lula, Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Nicanor Duarte Frutos, Álvaro Uribe y otros pasan a ser la imagen del país, casi la marca-país, y la voz del pueblo. En algunos casos, desde la seguridad hasta el humor dependen de la noche anterior de cada uno de ellos. Con economías favorecidas por la ola general de crecimiento, la política pura y dura monopolizó la agenda. En ella, el reto no pasa por el oficialismo, legitimado por los votos y la popularidad, o viceversa, sino por la oposición. Tampoco pasa por llevarles la contraria ni por tumbarlos, sino por alcanzar un equilibrio en la toma de decisiones.

En estas condiciones, más allá del poder que tengan, los presidentes están solos en la madrugada. En Brasil, con partidos políticos menos fisurados que en otros países y con una mayor participación de los parlamentarios, Lula encarnó por su propia historia de luchas sindicales el valor simbólico de aquello que reclamaba la calle: más justicia social en un contexto signado por su déficit  hasta en el esplendoroso Chile. Se aplicó a ella, pero, con el acuerdo alcanzado con el Fondo Monetario en medio de las elecciones de 2002, hizo lo mismo que Tabaré Vázquez y que Ricardo Lagos: alzó, en el discurso, el ideario de la izquierda, y profundizó, en la práctica, el ideario de la derecha.

Después de haber sido uno de los mentores, y de los motores, del Foro de San Pablo y de haber despotricado contra la globalización y contra los Estados Unidos, Lula, así como la mayoría de sus pares de la región excepto Hugo Chávez y Evo Morales, terminó preso de ellos. El realismo mágico, usual en América latina, da para todo. En especial, si de urgencias se trata frente a la necesidad de validar los mandatos en las elecciones, cada tanto, y en las encuestas, cada día.

No pagó Lula el costo de sus decisiones, sino de la corrupción. La ideología, conservadora más allá del arco que represente, se convirtió en una moneda de cambio que se adecuó fácilmente a las circunstancias. En ello, Kirchner definió mejor que nadie, en su primera reunión con George W. Bush, cuál iba a ser su rasgo distintivo. Ni de izquierda, ni de derecha: peronista. Peronistas, en principio, también habían sido los ex presidentes Carlos Menem y Eduardo Duhalde, mimado uno y hostigado el otro por los Estados Unidos.

Lula había estado poco antes con Bush. Le había caído bien. El PT no saboreó el elogio. ¿Dónde habían quedado las críticas contra la especulación financiera? ¿Dónde habían quedado las arengas contra el capitalismo? ¿Dónde habían quedado la dignidad y la militancia?

El escándalo de corrupción, capaz de arrasar la estantería gubernamental el lunes y de fortalecerla el martes, desnudó la cornisa por la cual transita la región, más permisiva que antes  con delitos reñidos con el sentido común. En 1992, los parlamentarios de Brasil se animaron con un impeachment (juicio político) contra Fernando Collor de Mello; entre 2005 y 2006 optaron por preservar a Lula, y permitirle la reelección, antes de desatar un tsunami y quedar a merced de él.

En lo interno, Lula impulsó el programa Bolsa Familia, de ayuda a las familias pobres a cambio de la obligación de mandar a los chicos al colegio y de cumplir con sus planes de vacunación. En lo externo, Lula impulsó el programa Hambre Cero, de modo de reducir las desigualdades. Las críticas de su rival en las elecciones, Geraldo Alckmin, ex gobernador de San Pablo, no llegaron a inmutarlo, así como su presunta responsabilidad en la violencia desencadenada por organizaciones criminales desde las cárceles.

Del escándalo de corrupción, Lula resultó ileso, pero, también, sufrió daños. La falta de una coalición, con acuerdos parlamentarios, llevó al partido a mimetizarse con el gobierno en la supuesta compra de votos y en los denunciados cobros de comisiones ilegales a compañías estatales.

Desde que Jefferson destapó la lata de gusanos no hubo diputado o senador que no fuera sospechoso. Tampoco hubo político que pudiera esconder la mano. Entre ellos, el círculo vicioso se cerró en investigaciones  de las investigaciones que a punto estuvieron de paralizarlos. El PT pagó los platos rotos, por más que no haya sido el único partido que apeló a esos métodos.

Lula abrió el juego después de haberse encerrado en sí mismo y en la base leal de su partido, pero ató pactos con partidos pequeños. En Brasil, a diferencia de la mayoría de los países vecinos, todo depende de la negociación. La negociación, no obstante ello, suele ser difícil mientras promedian campañas electorales. En medio del escándalo de corrupción, la oposición meditó estrategias, planeó complots y, finalmente, quiso hacer valer la dignidad que los otros habían perdido.

Conservó su fisonomía a pesar de todo. En Paraguay, monopolio del Partido Colorado desde la dictadura de Alfredo Stroessner, el obispo emérito de San Pedro, monseñor Fernando Lugo, pidió tiempo para evaluar si se postula para la presidencia en 2008; en Perú, Idelfonso Espinoza Cano y Gregorio Mesarina Paredes, curas de la provincia serrana de Huaraz, decidieron colgar las sotanas y probar suerte en elecciones municipales y regionales.

En Brasil, Lula predicó por sí mismo. En el corto plazo, desde luego, tiempo de verbo habitual en una región más propensa a vislumbrar su pasado que a revisar su futuro.



Be the first to comment

Enlaces y comentarios

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.