Que se casen primero y se enamoren después




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Powell dejó en claro que en los conflictos en los que talla Washington prima, casi siempre, la misma fórmula de resolución

Nada nuevo ha dicho el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, en su primer mensaje de 2004. En ello radica la novedad: en que, contrariamente a lo que suponían algunos ingenuos, la política exterior de George W. Bush no se moverá de su eje, el poder duro (versión Joseph Nye), en tanto, agotado el poder blando, o las tácticas frecuentes de persuasión, los otros no se avengan a adoptar la agenda de los Estados Unidos. Marcada, desde 2001, por una cita impostergable: la lucha contra el terrorismo.

El imperio se resiste a ser imperialista, pero, a su vez, actúa como imperio. ¿Qué significa esto? Que ejerce la diplomacia con más astucia y fortaleza que en otros tiempos, dejando en claro de entrada su visión unipolar, pero, al mismo tiempo, no desacredita la visión multipolar de los otros. La deja ser hasta que, agotado el poder blando, o la paciencia quizás, alguno de sus escuderos, sea Donald Rumsfeld, sea Condoleezza Rice, pierde los estribos, lanzando un improperio. Después aparece Bush en alguna cumbre internacional y, como si nada, se muestra conciliador. A veces, como sucedió durante la guerra contra Irak y después de ella, con la licencia, o la impunidad, del deber cumplido.

Esa actitud, acaso odiosa para aquellos que no piensan igual, ya tiene marca registrada. Y esa marca registrada no obtuvo el certificado de nacimiento por los atentados contra las Torres Gemelas, sino antes. Mucho antes. En el irresuelto conflicto de Medio Oriente, digamos. En él, la fórmula de Bush ha sido clara: que se casen primero y se enamoren después. Ni se casaron, ni se enamoraron, pero tanto Ariel Sharon como Yasser Arafat supieron desde el principio, con los beneficios y los perjuicios en sus respectivos inventarios, que iban a tener que arreglar los asuntos pendientes entre ellos. Los arreglaron entre ellos, de hecho. Ergo, no arreglaron nada.

En una de las reuniones tripartitas, realizada en Aqaba, Bush blandió la hoja de ruta (propuesta de paz del cuarteto: los Estados Unidos, la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia). Y creyó que su mera presencia, así como la apelación a lugares comunes, iba a tapizar de confianza un desierto de mezquindad entre un primer ministro israelí que apoyaba los asentamientos y una contraparte palestina que alentaba la intifida (sublevación). Resultado: incierto.

A lugares comunes también ha apelado en esta ocasión Powell: el mundo está lleno de problemas, dijo, pero también está lleno de oportunidades y estamos dispuestos a aprovechar cada una de ellas. Así como a premiar a aquellos que han estado con nosotros, debió agregar.

En un documento del Pentágono, fechado el 25 de noviembre, están los 63 países que aportaron tropas o brindaron asistencia en la guerra contra Irak. Son los amigos. Y, como amigos son los amigos, son, también, aquellos que pueden participar de los contratos de reconstrucción del país financiados por los Estados Unidos, del orden de los 18.600 millones de dólares. Están Gran Bretaña, España, Italia y Polonia, así como Turquía, Qatar y Micronesia. No están Francia, ni Alemania, ni Rusia, ni China, ni México, ni la Argentina, ni Brasil. La exclusión, cual advertencia, pesa más que la inclusión: ¿hasta qué punto los Estados Unidos pueden prescindir de países vitales en el concierto internacional?

No prescinde de ellos, en realidad. Los castiga, en sentido figurado, por no haber incorporado como propia la cita impostergable de su agenda: la lucha contra el terrorismo. Por más que Saddam Hussein, o El Señor de los Piojos (versión Mario Vargas Llosa), no fuera la amenaza que pretendían imponer.

En apuros está la Unión Europea, en especial: no supo resolver un conflicto interno, la crisis de la Yugoslavia de Slobodan Milosevic, y pidió ayuda a Bill Clinton. Desde entonces, la alianza atlántica (OTAN) quedó virtualmente subordinada a la puntería de los pilotos norteameamericanos. Escasa. Sobre todo, desde el momento en que, en Belgrado, apuntaron contra un ministerio y derrumbaron la embajada de China.

Escasa, también, ha sido la puntería de los líderes europeos, empezando por Francia y Alemania, más allá del precedente multipolar sentado antes de la guerra contra Irak, por su incapacidad para negociar el proyecto constitucional de Valéry Giscard d’Estaing. Si el contrapeso no parte de una diplomacia común acordada con España e Italia, entre otros, el poder real (ni blando, ni duro si de una fuerza militar hablamos) queda disgregado. O, acaso, sometido a los designios del imperio.

¿Qué dice Bush? Que se casen primero y se enamoren después. O, más drásticamente, que se arreglen entre ellos. En el mensaje de Powell, la Unión Europea está presente, como socia, para ayudar a los israelíes y los palestinos a alcanzar la paz. La exclusión en otros temas da por sentado que no pueden, ni quieren, contar con ella como un bloque compacto, y ampliado, sino con gobiernos determinados.

Lejos del ánimo de Bush está meter las narices en problemas ajenos. De ahí que Powell cifre en otros sus expectativas de resolución de conflictos: China, Japón, Rusia y Corea del Sur para persuadir a Corea del Norte por su programa de armas nucleares o los países árabes aliados para presionar a Irán por idéntico motivo. ¿Y las Naciones Unidas? Ah, por cierto: están convocadas para colaborar en la apertura de mentes y de mercados en Medio Oriente, comenzando por Irak.

Es otra novedad, más allá de que, como imperio sin apetencias imperialistas (no planta bandera ni crea colonias a la usanza británica, española o francesa), ejerza el poder blando, primero, y el poder duro, después. Condicionado, siempre, por circunstancias políticas y económicas: en juego está, más que todo, la reelección de Bush, en noviembre, frente a una oposición demócrata que no vislumbra un candidato ni un rechazo razonable frente al eje de todo: la lucha contra el terrorismo.

En Foreign Affairs escribió Powell que la estrategia norteamericana no es unilateral, no depende de sus fenomenales recursos militares y no está centrada en una obsesión por la guerra. Si no es así, ¿por qué negarlo con tantas explicaciones? Por una razón: amigos, y no tanto, piensan eso. Y hasta consideran a los Estados Unidos una amenaza para la paz mundial, como sucede en Europa, equiparándolos con Corea del Norte y con Irán.

Tanto rechazo ha llevado a Powell a procurar establecer, o aclarar, las prioridades de la política exterior de Bush sin decir nada nuevo. Y en ello, insisto, radica la novedad: en la confirmación de la secuencia del poder blando al poder duro, si de la lucha contra el terrorismo se trata, con la premisa de expandir la libertad (de mentes y de mercados, según él) con el mismo énfasis que la prosperidad y, sobre todo, la seguridad.



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