Y, de pronto, nos levantamos con el pie izquierdo




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Bush sigue sintonizando otro canal mientras el patio trasero reacciona en contra de una guerra que no cree propia

Otra vez George W. Bush ha fallado en sus cálculos. O ha confiado demasiado en sí mismo: creyó que iba ser fácil obtener el respaldo de Vicente Fox, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para la resolución contra Irak. Pero no. México, con más cautela que osadía, ha optado por la fórmula, o la posición, de Francia: autorizar el uso de la fuerza sólo si el régimen de Saddam Hussein no cumple con su promesa de permitir el ingreso de los inspectores de armas en los palacios de Bagdad.

En otro contexto, la respuesta de Fox en Los Cabos, México, durante la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), pudo haber sido una réplica individual, más allá del efecto dominó en la región, ante la falta de apoyo de Bush para solucionar su problema más acuciante como vecino inmediato: la inmigración ilegal de mexicanos en los Estados Unidos.

En el actual contexto, con la figura de Lula exaltada, y endiosada, por Hugo Chávez y por Fidel Castro como el eje del bien en desmedro de aquellos que hablaban del eje del mal, hasta un conservador como Fox corre el riesgo de convertirse, en el ideario popular, en un izquierdista de la primera hora. Como, en su momento, Fernando de la Rúa, tildado de socialdemócrata, o de progresista, por think-tanks (llamados a sí mismos usinas de ideas) y por intelectuales de toda laya. Latinoamericanos, entre ellos.

Teorías absurdas, sin pies ni cabeza, que, con afán reduccionista, han derivado ahora en otra versión del efecto dominó: toda oposición, o desaire, a la cruzada bélica de Bush contra Saddam, Ben Laden, Al-Qaeda, Irán, Corea del Norte y quien no piense according to Washington calza en moldes ideológicos con los cuales ya no comulga ni el mismísimo Lula.

Despojado en la campaña temprana, por obra y gracia del cambio de imagen impuesto por Duda Mendonça, de dogmatismos rancios, cuadrados, por más peleado que esté con la globalización. En eso no se diferencia un ápice de sus promotores, Bill Clinton y Tony Blair, incómodos con la desigualdad como resultado. Ni, en el otro extremo, de sus detractores, Chávez y Castro, seguros de que la victoria de Lula significa un giro drástico de América latina contra Bush, contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), contra el neoliberalismo, contra el modelo.

Medio apresurado el juicio. O el pronóstico. Si fuera tan certero, Alvaro Uribe, más a la derecha que a la izquierda, no sería presidente de Colombia. Ni un socialista como Ricardo Lagos habría virado hacia el realismo, o el pragmatismo, desde que asumió el poder en Chile. Ni dirigentes peronistas que asumen la crisis argentina como un fenómeno extraterrestre estarían encabezando encuestas electorales.

Visión sazonada, y distorsionada, en la primera vuelta de las elecciones de Ecuador por el triunfo del general Lucio Gutiérrez. Es decir, del líder de la insurrección indígena que depuso en enero de 2000 al entonces presidente, Jamil Mahuad, y que, por ello, se ganó el mote de Chávez. Como si Chávez, cual marca registrada, fuera una garantía de prosperidad. Jaqueado por militares que, después del conato de golpe de Estado del 11 de abril, no cejan en su empeño de acotar, y de acortar, su campo de acción.

Rara parábola, en una democracia que, a pesar de las viejas mañas, no deja de ser una democracia. En un sentido amplio y generoso, convengamos. Sin margen para que Lula se parezca a Chávez o a Castro. En lo político, al menos, al margen de las simpatías personales. Su desafío, más que acercarse a ellos, no es conjugar la revolución en tiempo pretérito, sino conciliar los reclamos de la base del Partido de los Trabajadores (PT) con los condicionamientos del FMI, salvavidas de Brasil antes de las elecciones.

Rara parábola, en una democracia también, de una duda que supera los servicios prestados por Duda durante la campaña: Lula no recibe la herencia de Menem, pero, no obstante ello, sabe del reto que implican los fantasmas de De la Rúa, de Chávez y de Mahuad. Traducido: el temor de ya no ser por no poder sofocar, en un momento dado, las urgencias sociales. O por verse desbordado por una oposición descarnada, incapaz de pactar una agenda sin rédito partidario.

Acicateada, en Brasil, por una arenga provocativa. Provocadora, en realidad: «Voy a probar que un metalúrgico es capaz de gobernar este país mejor que la elite que lo ha hecho en más de 100 años de vida republicana». Va probarse a sí mismo. A ver si, en verdad, puede atenuar las presiones de arriba y las presiones de abajo. Si no, el FMI, vía Bush, no hubiera concedido el rescate de 30.000 millones de dólares con el cual Fernando Henrique Cardoso puso cara de consenso, reuniendo a los candidatos, y bajó la línea del acuerdo sobre los temas fundamentales como plataforma de la transición.

Zarandeada por una izquierda irremediable de la cual, con menos carga emotiva que Lula, también proviene Cardoso. En circunstancias, y países, diferentes que Chávez; en países, y circunstancias, diferentes que Castro. Con una agenda menos vapuleada, o signada por la necesidad, en la cual, en contraste con la Argentina, el interés nacional, y los nexos con el exterior, no son negociables ni temporales, por más que una parte quiera alianzas continentales y la otra quiera alianzas extracontinentales. Lejos del caos regional y, a su vez, distante de Bush, erigiéndose un bloque en el cual el pie izquierdo, después del yeso de los 90, va fortaleciéndose por la parálisis del derecho. Caso Uruguay.

Vuela, o sobrevuela, la desconfianza, mientras tanto. Palpable en Ecuador, en donde campea la meta de ampliar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), de 1994, hacia el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), de 2005. De enero a enero de un año al otro, en súbita coincidencia la inauguración con la irrupción de los encapuchados de Marcos en el sur mexicano, Lula insiste en decir a cara descubierta que se opone a la globalización, a las recetas de prosperidad del FMI y a un alineamiento de Brasil con los Estados Unidos.

Está diciéndolo todo: representa el 40 por ciento de la economía de América del Sur. Y no habla por boca de Marcos, de Chávez, de Castro ni de Tirofijo, sino del establishment brasileño, renuente al consenso de Washington, así como al Mercosur en tanto no vea el beneficio concreto.

Abono del ALCA es la confianza. Que perdió la mayoría, de derecha a izquierda y viceversa, por el no frecuente de Bush, con la guerra contra el terrorismo como excusa, ante pedidos concretos, como la cuestión migratoria planteada por Fox.

O por la capacidad de no hacer nada y de mofarse de los errores y de los horrores ajenos, en el caso de la Argentina. Lección no admitida en público que procuró remediar en privado con las ayudas para Brasil y para Uruguay. Con un discurso desgarbado, agresivo, por medio del cual no pudo prevenir finalmente aquello que veía venir. Que ganara Lula. Que se envalentonaran Chávez y Castro. Y que Fox, confundido en la multitud, se levantara con el pie izquierdo.



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