El imperio contraataca




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Detrás de los bombardeos prevalece el miedo de la gente ante un futuro tan incierto como las amenazas de Ben Laden

Vivimos con Dios, y con el corazón, en la boca. Pendientes, o dependientes, del resultado incierto de la represalia incierta contra un enemigo incierto. Ensimismado. Agazapado en las sombras. Tan sombrío, en definitiva, que ve la realidad con un solo ojo, como el mullah Muhammad Omar, líder supremo del régimen talibán. Y, cual cíclope, no distingue daños entre pulverizar las Torres Gemelas, un ala del Pentágono o las estatuas de Buda.

De ahí, el terror. La psicosis. La asociación libre frente a todo aquello que tenga aparente autoría terrorista, como los rarísimos casos de ántrax en los Estados Unidos. De ahí, también, la desconfianza frente a todo aquel que tenga mirada incisiva y barba tupida, como Osama ben Laden, cabecilla del grupo Al Qaeda (La Base). Un terrorista de la peor estofa. El peor. Capaz de jurar venganza por los bombardeos contra Afganistán y de ufanarse, en el nombre de Dios, por la destrucción de los símbolos de Occidente.

Polvo en el viento después de la estampida. Como la gente que había en ellos. Mucha. Presunta enemiga del islam. Devaluada a mera legión de infieles por vivir distinto y pensar distinto. Con ventaja comparativa. Fruto de años de rapiña y de desprecio, según Ben Laden. De la humillación de su pueblo. Como si las mujeres sometidas y los chicos atontados por el fanatismo fueran ejemplo de algo. De algo bueno, digo.

El mundo cayó, desde el 11 de septiembre, en una encrucijada: estar con un demente, con el cual no comulga la mayoría, o estar con George W. Bush, con el cual tampoco comulga la mayoría. En el dilema, quebrado por el dolor de seres más cercanos y más parecidos que los otros, ha cometido la herejía, a juicio de Ben Laden, de estar con el jefe de los infieles. Y, en cierto modo, de atenerse a las consecuencias.

En la jihad (guerra santa), con Dios hecho a imagen y semejanza de uno y del otro, la alianza atlántica (OTAN) invocó su cláusula de defensa mutua. Rusia, acosada por los musulmanes chechenos, se hizo eco. Al igual que China. Y no hubo Estado, salvo Afganistán, que quitara razón al enojo de Bush. Pero afloraron reparos. Sobre todo, por la réplica de la réplica. Es decir, el peligro de ser presa de otra locura.

Con un razonamiento sincero: uno para todos, todos para uno y no quedará ninguno. Y otro, no menos sincero: no es la Guerra del Golfo, con la expulsión de las fuerzas de Saddam Hussein de Kuwait como desenlace; ni Kosovo, con los misiles como respuesta a la limpieza étnica emprendida por Slobodan Milosevic; ni una incursión de guerrilleros, finalmente repelida en un territorio delimitado.

El imperio contraataca. Con un solo ojo, también. Seguro de que el bien está de su lado. Los talibanes resisten. Con el ojo sano de Omar. Seguros de que el mal está del otro lado. ¿De qué lado estará Dios mientras unos y otros legitiman sus iras? Del lado del bien, supongo. ¿Qué ojo ve el bien en los muertos de un lado y del otro?

Bush y los buenos conocidos asimilaron la jihad como propia. Enfrentados a un adversario que, en su afán apocalíptico, mata muriendo o muere matando. No es contra los Estados Unidos en particular, sino contra los no musulmanes en general. Por más que los mismos musulmanes, a Dios gracias, rechacen la brutalidad como regla en un mundo que se presume, o se presumía, cada vez más respetuoso de las libertades individuales.

¿Cómo lidiar ahora con los secretos a voces de príncipes sauditas que financiaban redes de terror bajo el manto de ayudas humanitarias? ¿O de agentes norteamericanos que, invocando el interés nacional, miraban al costado? ¿O de gobiernos retirados drásticamente de las listas negras del Departamento de Estado, como Uzbekistán, por su súbito respaldo a la cruzada, o la campaña, de Bush y compañía?

Falló la CIA, y también la policía, pero necesitamos cada vez más CIA, y también más policías. El Gran Satán, sea Bush, sea Ben Laden, está al acecho. Con Estados alterados, armados, subordinados al patrón de la seguridad como única norma de convivencia, en medio de una guerra invisible. De bruma verdosa, puntos negros y llamas anaranjadas en la misma pantalla que supo mostrar el derrotero de los cazas como si corrieran en Fórmula 1.

Hasta el día fatal, o martes negro, Bush estaba obsesionado con el escudo antimisiles, la oposición al Protocolo de Kyoto y la ampliación de la OTAN a las repúblicas bálticas. Con una política exterior, casi a estrenar, cerrada por inventario. Y, por ello, unilateral.

En los Estados Unidos, con su liga nacional de béisbol llamada serie mundial, sólo una de cada 10 personas tiene pasaporte. Menos aún saben de la existencia de otra Latin America que no sea México o Cuba. O del origen de las comidas de Afganistán, de Paquistán y alrededores. Irak no es Irak, sino Saddam a secas.

Fieles a esa idiosincrasia, con más énfasis en el Antiguo Testamento que en el Nuevo Testamento, la vida transcurre en blanco y negro. El blanco es blanco y el negro es negro. O el bien es el bien y el mal es el mal. Sin matices. Ni ataduras con alambre. El vivo al bollo y el muerto al hoyo. O viceversa. Culpable o no culpable (nunca inocente del todo). La pena capital es justa, y necesaria, y ya.

Con las Torres Gemelas se desplomaron los mitos: la invulnerabilidad y, al mismo tiempo, la autosuficiencia. O la idea de que nada ni nadie podía turbar su rutina de paz, prosperidad y, consagrada como derecho, felicidad. Pero surgió la duda: ¿por qué nos odian? Y la certeza: ¿por qué nos envidian? Duda y certeza que terminaron redondeando, de modo espeluznante, los reclamos contra la globalización: todos para uno, uno para todos y no quedará ninguno.

¿Es el choque de las civilizaciones, versión Huntington, de Occidente contra los otros, o es un ojo contra otro ojo en un ojo por ojo en el cual no cuentan los daños colaterales (muertes de civiles) en tanto Ben Laden, vivo o muerto, se reproduzca como Espartaco, y Bush, presidente o no, deba aceptar que Timothy McVeigh, veterano de la Guerra del Golfo condecorado por su padre, haya sido ejecutado en su mandato por la voladura del edificio federal de Oklahoma? Es un ojo de cada lado. Con Dios, y con el corazón, en la boca.



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