Herida por un sable sin remache




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Señal de alerta: la gente pierde confianza en las instituciones porque no ve satisfechas sus expectativas económicas

Vivíamos en un ombligo. Los latinoamericanos, no sólo los argentinos. Tan aislados vivíamos, náufragos en tierra firme, que usábamos palabras raras. Como sentimientos en lugar de feelings y reuniones en lugar de meetings. En un santiamén, apenas una década, pasamos del tercer mundo al primero. Y, entonces, empezamos a llamar a las cosas por su nombre: loft al galpón venido a más, topless a nada por aquí y poco por allá, baguette al pan flauta, look al aspecto personal, fashion a la moda, sale a la liquidación de fin de temporada (o de mes), shopping a la vuelta del perro y todo por dos pesos (o su equivalente en otras monedas) al excedente made in China.

Teníamos programas de televisión aburridos, no talk-shows ni reality-shows, y noticieros, no magazines. Ni zapping hacíamos, obstinados en cambiar de canal. De Panamá, digo. Tanto hemos cambiado, sin embargo, que vanos parecen ahora los esfuerzos con tal de preservar las especies en vías de extinción. Como el pingüino del vino, el elefante del billete (más el billete que el elefante), la clase media… Sentimos que estamos al borde de un precipicio. Con síntomas de depresión profunda. O, en el léxico light de Villa Freud, de autoestima baja.

¿Qué nos pasó? Los presidentes del continente, menos Fidel Castro, rubricaron un compromiso con la democracia y con el libre comercio. Y privatizaron casi todas las compañías estatales. En México, hasta fábricas de bicicletas y de tortillas. Pero los mexicanos, justamente, acuñaron una frase con tono de reproche: «¿Y dónde está el diablo ahora que lo necesitamos?». Es decir, vendidas las joyas de la abuela, cuáles han sido los beneficios. Sobre todo, para poblaciones enteras que han vivido, o sobrevivido, al amparo del Estado.

Funciona mejor si está enchufado, pero antes debés comprarlo. Okay. ¿Dónde hay un dólar, Viejo Gómez? Esa es la cuestión. Y, por ella, la democracia está en default. Falta a su compromiso. O su promesa de valor agregado. En especial, en donde hubo dictaduras democráticas, como en México, y militares, como en el Cono Sur. En ambos casos, la mitad de la gente privilegia el progreso individual sobre las instituciones, según la edición 2001 de Latinobarómetro.

Esto no es CNN, sino América latina. El 67 por ciento de la gente dice que es cada vez más difícil conseguir empleo y el 62 teme perderlo en menos de un año. Más de la mitad conviene en que sus padres vivían mejor que ellos, por más que no llamaran shorts a los pantalones cortos ni pins a los prendedores. Poco menos de la mitad nota un declive en su propio estándar de vida.

Si el momento en que la asistente de vuelo sirve el café coincide con turbulencias, difícilmente el café, o la asistente de vuelo, sea el responsable de las turbulencias. Pero en América latina, herida por un sable sin remache entre fines de los 70 y principios de los 80 por la crisis de la deuda externa como consecuencia de la caída de los precios internacionales del petróleo, la gente llora la Biblia contra un calefón y culpa a la democracia, no a los gobiernos, de sus quebrantos. Ergo: la asistente de vuelo, o el café, provoca las turbulencias.

De la encuesta Latinobarómetro, patrocinada desde 1995 por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en áreas urbanas de 17 países, surge una realidad: la mayoría de la gente vela más por el bolsillo que por la democracia. Es una realidad y, a la vez, un déficit. Que, con el pequeño Fujimori que todos llevamos dentro, refleja confianza escasa, o cero, en un repunte. O en un milagro.

Seis de cada 10 personas piensan que la situación económica es mala. Siete de cada 10 están convencidas de que su suerte depende de rachas, no de nuevas políticas. Y ocho de cada 10 consideran injusta la distribución del ingreso.

Punto crucial, o quid de la cuestión, en el cual repara en BID: «¿Cómo es posible que la insatisfacción sea tan alta a pesar del crecimiento, por modesto que haya sido, y del aumento del gasto social que se ha observado en la última década?».

Buena pregunta. El crecimiento, por modesto que haya sido, significa mayores ingresos. Dólares, Viejo Gómez. ¿Dónde hay un vuelto de las privatizaciones, al menos? Ocho de cada 10 latinoamericanos advierten que ha trepado como una enredadera la corrupción. Con presidentes, ministros y villanos detenidos o desaparecidos en acción. En forma proporcional, tres de cada cuatro ven a su alrededor más menesterosos, o homeless, que a mediados de los 90.

Las variables varían y las constantes no existen. Los pobres, a los ojos del BID, cobran dos dólares por día. O menos. Ningún país puede jactarse de una declinación de ese índice. Entre los más afectados figuran El Salvador, la Argentina, Nicaragua y Bolivia. Señal de que la deuda interna, o de contención social, ha  ahondado las diferencias.

País por país, no obstante, la democracia tiene más rating en el Uruguay, en Chile, en México o en Costa Rica que en el Paraguay o en El Salvador. Influye la educación. Pero es tan comprensible el desencanto colectivo como la preocupación individual. Por más que, en verdad, la mera exposición de la democracia cree una falsa disyuntiva en donde corrió demasiada sangre como para ensayar mesianismos o alternativas de peor estofa.

El hilo siempre se corta por lo más delgado. Y, cuestionada la democracia, los dirigentes y los partidos políticos se llevan la peor parte. No porque todos sean iguales, sino porque existe la presunción popular de que aquellos que no son iguales permiten que otros sean iguales. Aceptan las reglas no escritas, convengamos, de modo de no perder espacios, u oportunidades, de poder. Sobre todo, en los congresos, degradados en una región de presidencialismo expreso y confeso.

De ahí que la gente se sienta estafada. Sin target ni proyecto, roto, o lejano, el paradigma del bienestar. Con problemas comunes, como la drogadicción y la inseguridad. Y con el estigma de Colombia, mix de narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo librado a la buena de Dios, o de Washington, por indiferencia vecinal. Con un golpe de Estado reciente en el Ecuador y con rumores frecuentes en el Paraguay. Con una demanda de estabilidad en ascenso hasta en Chile, espejo de las reformas, en medio de otras turbulencias.

De las cuales los argentinos, piadosos de la democracia por obra y gracia de un ayer tan negro como la niñez de Michael Jackson, somos arte y parte. Secundado Fernando de la Rúa por sus pares brasileño, Fernando Henrique Cardoso; chileno, Ricardo Lagos, y mexicano, Vicente Fox, en una cruzada, o delivery de cartas dirigidas a George W. Bush, con tal de que, please, nos diese una mano, un dólar, un mango. Algo. Si no… Catch yourself, Catherine! (¡Agarráte, Catalina!)



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