Colores primarios




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George Bush corrió el martes la misma suerte que Bill Clinton un martes, ahora lejano, de 1992: perdió las elecciones primarias de New Hampshire. ¿Es definitivo? No way, Josei! El último candidato presidencial republicano, Bob Dole, también mordió el polvo en ese Estado, en 1996, frente al ultranacionalista Pat Buchanan, enrolado hoy en el Partido Reformista de Ross Perot. Lo cual no reduce a cenizas la victoria de Al Gore sobre Bill Bradley, entre los demócratas, aunque haya sido ajustada.

Los resultados de New Hampshire, especialmente el triunfo de John McCain sobre Bush, entre los republicanos, demuestran hasta qué punto las primarias norteamericanas, de las que surgen cada cuatro años los dos candidatos principales a la Casa Blanca, han dejado de ser una pelea casi exclusiva de republicanos conservadores en lo social contra republicanos conservadores en lo económico y de demócratas liberales contra nuevos demócratas y demócratas moderados (coalición de 29 representantes llamada Blue Dog).

Pelea casi exclusiva, también, entre generaciones de un partido y del otro en la que los más jóvenes, como la camada baby-boom (nacida entre 1946 y 1964) que encarnó en 1992 el primer Clinton, entre los demócratas, procuraban desplazar a los dinosaurios, como el último Dole, héroe de la Segunda Guerra Mundial, en 1996, entre los republicanos.

Antes era necesario estar afiliado para votar en las primarias. Desde este año, en New Hampshire, en Carolina del Sur y en Michigan no es condición sine qua non. Son apenas tres Estados de los 50. Pocos, pero rendidores. En ellos pesa la decisión de los independientes. Es decir, de dos tercios de la población. Ajenos a la cerrazón que imponen los grupos afines, como la Asociación Nacional del Rifle y la Coalición Cristiana, entre los republicanos, o los pro abortistas, entre los demócratas. Ajenos a las presiones, en definitiva.

Los independientes son pragmáticos. Y, como quedó claro el martes entre los republicanos, confían más en una virtual reforma del sistema de seguridad social, primero, y en una no menos virtual rebaja de los impuestos, después, como postula McCain, que en la fórmula inversa, acaso más populista, de Bush. Diferencia sustancial, si se quiere, con la carrera entre Gore, delfín de Clinton, y Bradley, un rebelde más carismático, entre los demócratas.

Los dos favoritos, Gore y Bush, están jugándose un ajedrez con la historia. Son partidas de memoria. Uno quiere dejar de ser el ladero de un presidente y el otro quiere dejar de ser el hijo de otro presidente. Pero temen sus respectivas herencias.

De ahí que Gore haya intentado apartarse de Clinton. Sobre todo, de un asunto espinoso: el escándalo Monica Lewinsky. Un escollo en la imagen del vicepresidente disciplinado que, como candidato, pretende valorar el papel de la familia en una sociedad que, en el fondo, comulga más con el puritanismo que bajó del Mayflower que con la informalidad que vende Hollywood.

Esto recién empieza, en realidad: las primarias durarán hasta junio, preludio de las convenciones de cada partido, en agosto, y de las elecciones generales, en noviembre. Ninguno, a la vieja usanza, lleva las de ganar: caso Gore con los sindicatos, en Michigan; caso Bush con los hispanos, en Texas.

Los norteamericanos buscan en sus dos candidatos, o en los actuales precandidatos, el reflejo de sí mismos. Son indiferentes a la globalización que su gobierno ha impulsado en los últimos años. Y reparan más en los asuntos domésticos, ya sean los impuestos, los planes médicos o la seguridad, que en la política exterior. Que difícilmente cambie.

Paradójica puede ser, en verdad, la persistencia de la conciencia de pueblo chico en el imperio más  grande, pero es así. Y funciona. Puertas adentro, al menos.

En los dos partidos, sin embargo, hay minorías necias que se jactan de no haber salido jamás de los Estados Unidos, que sospechan traiciones de los países aliados y que, como en la Guerra Fría, están obsesionadas con presuntos complots de China y de Rusia. Son los aislacionistas de siempre, como Buchanan.

Resistencias al por mayor cosechó Clinton en el Congreso, dominado por la oposición, en cuanto quiso mirar más allá del horizonte, ya fuera para obtener la vía rápida (autoridad con la que podría negociar acuerdos comerciales con el exterior) o para incorporar a China en la Organización Mundial de Comercio (OMC). Resistencias que signaron, en cierto modo, sus dos mandatos, aunque el balance, expuesto en el discurso del Estado de la Unión, haya sido más que positivo.

En casa, todo han sido plegarias atendidas: la economía crece en forma sostenida un cinco por ciento por año, la inflación anual ronda el tres por ciento, la tasa de desempleo apenas supera el cuatro por ciento, el dólar se cotiza más alto que el euro y los índices de criminalidad en las grandes ciudades han caído a la mitad.

Clinton lo hizo. Es el mismo que perdió las primarias de 1992 por el revuelo que desató la relación que mantuvo con Gennifer Flowers, cantante de clubes nocturnos de Arkansas. Es el mismo que cargó durante cuatro años con la cruz del juicio por acoso sexual de Paula Jones y que, en el medio, estuvo a punto de ser echado por el asunto Lewinsky. Y es el mismo, a su vez,  que trató de ser, desde 1996, conservador que Ronald Reagan.

En su su afán de favorecer a Gore, Clinton ha vuelto a ser ahora el nuevo demócrata que, mientras Hillary disputa con Rudolph Giuliani una banca en el Senado por Nueva York, esboza proyectos más propios de un candidato en campaña que de un presidente en retirada: aboga por aumentar el salario mínimo, por mejorar la educación, por controlar la venta de armas y por reformar la financiación de los partidos políticos.

Le quitó el libreto a Bush, el adversario de su delfín. Lo cual demuestra que los norteamericanos, acosados por el síndrome Lewinsky, se han hecho más tolerantes, y demócratas y republicanos, asimismo, tienen cada vez menos diferencias entre sí. Casi como las izquierdas y las derechas en América latina. Pragmatismo que en Europa, aunque también exista, todavía no se consigue, o no se concibe.



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