Ras… Putin




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Vislumbra Antonio Gala: “La corrupción no es cosa de este o aquel partido: corre por la masa de la sangre humana. La democracia y la economía de mercado pueden ir contra ella. Siempre que las instituciones rectoras sean nítidas e intachables. Y los funcionarios, abstemios de ambición. Y los jueces, no venales e independientes. Y la prensa, lo mismo. Y la opinión pública, bien formada y dispuesta a la acusación. Porque el mercado libre no se purifica a sí mismo ni tiene otra libertad que la que se le permita… Es decir, triunfará la corrupción en este nuevo año”.

Presagio agorero, si se quiere. En Rusia renunció de golpe Boris Yeltsin, no abstemio de ambición, y asumió también de golpe Vladimir Putin, sediento de ella. ¿Gobierna Putin y manda Yeltsin? Nyet: gobierna y manda Putin, algo así como un Rasputín con más fortuna que el influyente segundón del zar Nicolás II, que blanqueó por decreto, cual perdón de todos los pecados, cuanto escándalo de corrupción salpicó el Kremlin en los últimos ocho años.

Era parte del plan. Que Yeltsin, cada vez más propenso a internaciones de urgencia por su salud precaria, aplicara el axioma de Napoleón: “Una retirada a tiempo vale más que mil victorias”. Y que Putin, el presunto delfín de La Familia (círculo íntimo de su antecesor) desde que fue nombrado primer ministro, adelantara para ayer, si fuera posible, las elecciones presidenciales pautadas, en principio, para junio.

Serán, finalmente, el 26 de marzo, o acaso antes, con tal de beber hasta la última gota del brindis con vodka que deparan los bombardeos contra Chechenia. Una guerra descarnada en la cual los rusos, contrarios a la intervención de la alianza atlántica (OTAN) en Kosovo, usan ahora los métodos que reprobaban entonces.

De ello saca tajada Putin, bendecido por las encuestas después de que Yeltsin fracasara, entre 1994 y 1996, en doblegar a los disidentes chechenos. Señalados, por si fuera poco, como los autores de las voladuras de edificios de Moscú que desencadenaron la crisis. De ahí, el aval de la gente y, como correlato de ello, el apuro por convocar a elecciones. Y por ganarlas, claro.

Putin, definido a sí mismo como un liberal identificado con regímenes fuertes del tipo Deng Xiaoping en China o Pinochet en Chile, necesita divorciarse del gobierno anterior. Izó, por esa razón, la bandera anticorrupción.

Bajo su sombra cayó la hija preferida de Yeltsin, Tatiana Diachenko, una Rasputín con polleras que, como su hermana Yelena Okulova, es investigada por fiscales del país y del exterior a raíz de supuestos sobornos provenientes de una compañía suiza que se habría favorecido con contratos millonarios para reparar edificios históricos de Moscú. La inmunidad del ex presidente no incluye a La Familia, por cierto.

“Los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha”, recita Gala. No ha sido el caso de Tatiana Diachenko  desde que el director del Bank of New York, Thomas Renyi, declaró ante el Congreso de los Estados Unidos que sus depósitos rondaban los dos millones de dólares.

Demasiado redituable era el cargo de asesora de imagen, creado por su padre. Y demasiado peligroso, puertas afuera, para el vicepresidente norteamericano, Al Gore, en carrera por suceder a Bill Clinton: se encargaba de la relación bilateral con Rusia mientras La Familia hacía de las suyas.

Con pinzas, no obstante ello, toman los Estados Unidos cada movimiento de Rusia, una leona cuyo declive económico corrió en forma pareja con la desmoralización ideológica, según explica Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca entre 1977 y 1981, en el libro The grand chessboard (traducido al español como El gran tablero mundial). Despertó en Kosovo, en defensa del dictador serbio Slobodan Milosevic, y está en vías de ser la aliada clave de China en el escenario que promete romper con la hegemonía norteamericana.

Todo sea con tal de resistirse a la globalización, como ocurrió con las protestas contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Seattle. Con esa idea comulga Putin, victorioso, de cero a segunda fuerza después de los comunistas de Gennady Zhyuganov, en las elecciones del 19 de diciembre de renovación de la Duma (Cámara de Diputados).

No del todo libres ni del todo limpias, según Mikhail Gorbachov, padre de la perestroika (reestructuración) y de la glasnost (transparencia) que sellaron, en 1991, el epílogo de la Unión Soviética.

Rusia, en transición desde entonces, está en inferioridad de condiciones frente a China y frente a Europa. No tiene alternativa: debe modernizarse, mientras goza del respeto (o del temor) de Occidente, antes de pretender ser de nuevo el coloso que fue. Es hoy un país empobrecido, aunque ocupe la mayor parcela individual del planeta y tenga un arsenal nuclear poderoso, en donde, por ejemplo, el trámite del pasaporte, de la licencia de conducir o de la excepción del servicio militar requiere un par de días de fila interminable (o una coima suculenta).

Putin, un ex espía de la KGB de carrera napoleónica y carisma sombrío, quiere que los rusos paguen impuestos con la frecuencia con la que se cepillan los dientes, o viceversa. Quizás aplique algún gravamen al dentífrico.

Su poder reside en las tropas que están en Chechenia mientras el partido, llamado el Oso, ha tomado como modelo a déspotas zaristas que se distinguían por la represión, la supresión de toda expresión no afín y un virulento antisemitismo, según K. S. Karol, experto francés en Europa del Este. Tendrá que remozarse si no quiere espantar a propios y extraños.

Yeltsin, débil y enfermo como Breznev y Chernenko en sus peores momentos, no dio un paso al costado por voluntad propia, sino por presión de Putin. Debía irse con la frente alta (“Si puedes ganar la batalla, lucha; si no, retírate”, legó Mao) o cruzar los dedos.

Lo dejaron solo. Expuesto a la realidad que plantea Gala: “La soledad del que está solo no es la peor, porque le queda la esperanza; pero a la soledad del que está acompañado por quien no le corresponde sólo le queda la desesperación”.

Le cuadra a Yeltsin, víctima de la soledad del que está solo. O, peor aún, de la soledad, de la desesperación, de la corrupción y de Ras… Putin.



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