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La Revolución Francesa

Una nueva generación de gobernantes europeos refirma la identidad nacional y recompone la relación con los EE.UU. Dejó dicho Napoleón que los problemas de Francia se resolvían con dos cosechas. Con dos cosechas, Nicolás Sarkozy no resolvió los problemas de Francia, pero, como hijo de una generación invicta del trauma de la Segunda Guerra Mundial, se perfiló en la campaña electoral como el sepulturero del gaullismo y, en plan de renovación, como el partero de otro tipo de alianza con Europa y los Estados Unidos. Un conservador interpretó  entonces el papel de revolucionario en una obra en dos actos que vino a ser el anverso de la resistencia a la posibilidad de que el legado del último Tony Blair, parecido a Margaret Thatcher, demuela lo que quedó en pie de la utopía de Mayo del 68. En Francia, nada menos. Sarkozy pertenece a la generación de la canciller de Alemania, Angela Merkel, conservadora como él. Pertenece, también, a la generación de Blair, en retirada tras su último acto: el histórico acuerdo entre protestantes y católicos (leer más)

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La vida de los otros

El gobierno de Olmert paga las consecuencias de la revisión interna de la guerra contra Hezbollah, apoyada por Bush Hezbollah cruzó la frontera del Líbano con Israel, mató a tres soldados israelíes y secuestró a dos. No demoró la reacción de Israel, con bombardeos contra el Líbano. Demoró, curiosamente, la reacción de los Estados Unidos, custodio de Israel. Cuatro días demoró George W. Bush en concluir en San Petersburgo, donde se realizaba una cumbre del G-8, que Hezbollah, aupado por Irán y Siria, propiciaba la inestabilidad en Medio Oriente, al igual que Hamas en Palestina. Dos días más demoró la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en evaluar el alto el fuego a pedido de la comunidad internacional. Mientras tanto, el Líbano ardía. Promediaba julio de 2006. En esos días, Bush convino que la campaña aérea emprendida por Israel era prima hermana de sus guerras preventivas. Era, convino, una forma de evitar represalias contra Israel desde el Líbano. El arsenal de Hezbollah, escondido en refugios subterráneos, había crecido con la ayuda de Irán y Siria desde (leer más)

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Triste, solitario y final

Pocas veces, un país tan poderoso, asociado con otro también poderoso, invirtió tanto en una guerra y obtuvo tan poco  En broma, el cómico norteamericano Jay Leno atribuye a CNN una información sobre la presunta intención de George W. Bush de dividir a Irak en tres partes, regular (normal), premium (súper) y unleaded (sin plomo), de modo de terminar con la guerra. En serio, la consultora IHS, también norteamericana, concluye que circula por las entrañas de ese país el doble de la cantidad de petróleo que imaginaba la coalición  cuando decidió buscar armas de destrucción masiva debajo de la cama de Saddam Hussein y, de casualidad, encontró manchones negros. En broma y en serio a la vez, si los norteamericanos deben renunciar a  su adicción al petróleo, como predicó Bush en su discurso del Estado de la Unión, ¿de qué vale conquistar un país que, de confirmarse las estimaciones de IHS, desplazaría a su vecino Irán de la segunda posición entre los mayores reservorios de crudo del planeta después de Arabia Saudita? No tendría sentido. (leer más)

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La guerra es la paz

Como si de una pesadilla orwelliana se tratara, el Ministerio de Defensa británico prevé más restricciones a la libertad Tres décadas después, en este tórrido otoño austral del año 2037, todo el mundo advierte que la maldición del Gran Hermano cayó como un rayo sobre nuestras cabezas. En aquel tiempo, bajo el yugo de Irak, el desafío de Irán y la rutina del terrorismo, la sensación de bienestar no estaba asegurada. Tambaleaba la libertad y, con ella, la democracia. La Europol concluía que la violencia iba a continuar acechando a Europa: en un año, 2006, había contado 498 atentados en su territorio. Titilaba la luz roja. La paz corría peligro. Y el calentamiento global, la otra gran amenaza, era incorporado por primera vez en la agenda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La furia climática, tan azarosa como la islámica y la separatista, insinuaba sequías, hambrunas y desplazados. Insinuaba, a su vez, temperaturas infernales, incendios forestales, lluvias torrenciales y, curiosamente, sed. Mucha sed. Era el presagio de lo peor, aprovechado como tantas causas (leer más)

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Futuro imperfecto

¿En qué cedieron Blair y Bush que Ahmadinejad no juzgó a aquellos que realizaban espionaje en sus aguas territoriales? En febrero, la marina norteamericana envió su segundo portaaviones a tres o cuatro olas de Irán. Parecía inminente la represalia por la insistencia de Mahmoud Ahmadinejad en ser el presidente de una potencia nuclear. Su par de los Estados Unidos, George W. Bush, entonado con otra guerra a pesar de no haberles puesto los broches que deseaba a las declaradas contra Irak y contra el régimen talibán en Afganistán, revelaba sus planes con una audacia rayana en la osadía. Hasta dejó trascender el Pentágono que iba a lanzar la bomba atómica B61-11 contra búnkeres subterráneos mientras la Casa Blanca impulsaba una estrategia diplomática con la cual procuraba atenuar las críticas por otra decisión unilateral. La aviación norteamericana, secundada por espías establecidos en Teherán que se entendían en forma clandestina con opositores al régimen de los ayatollahs, preparaba la lista de blancos con más precisión que Tom Clancy en sus novelas sobre la Guerra Fría. Detrás de (leer más)

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Plan canje

Hayan estado en sus aguas territoriales o no, Irán quiso subir la apuesta frente a las inminentes sanciones de la ONU Amonestado o no, Irán nunca consideró la posibilidad de suspender su programa de enriquecimiento de uranio. Prometió que no iba a usarlo para fabricar la bomba. Nadie le creyó. Y, por ello, puso a la comunidad internacional en un aprieto. En un aprieto mayúsculo: los Estados Unidos, encerrados en su “eje del mal”, siempre se mostraron más propensos a la guerra que a la diplomacia. Pesó Irak, sin embargo. Pesó Irak, con su rédito penoso, y pesó, también, Gran Bretaña, asociado con los máximos exponentes de la denostada “vieja Europa”, Francia y Alemania, en el intento de evitar otra confrontación. O de recuperar la cordura. La captura de 15 marinos británicos en aguas territoriales iraníes, o no, puso en otro aprieto a la comunidad internacional. En otro aprieto mayúsculo: ¿cómo responder a un país soberano, bajo sospecha por su obsesión de obtener la bomba, ante una situación por la cual Israel, en circunstancias diferentes, (leer más)

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Toco y me voy

Por unos días, la región quedó presa de una falsa opción entre la impotencia de uno y la competencia del otro En vísperas de la gira de George W. Bush por la región, Tabaré Vázquez y Luiz Inacio Lula da Silva se reunieron en la estancia presidencial de Anchorena, en las afueras de Colonia. Firmaron convenios de cooperación; sonrieron para la foto. Luego echaron migas a la prensa con los reclamos del gobierno uruguayo, compartidos con el paraguayo, por las asimetrías del Mercosur. Es decir, por la poca atención que los socios grandes prestan a los socios chicos. Nada nuevo bajo el sol. Ambos expusieron su parecer y, con ello, procuraron demostrar que habían afianzado el bloque. ¿De qué habían hablado? De la inminente visita de Bush a sus respectivos países. Si no, la reunión en sí, con el despliegue y el gasto que implica, no hubiera sido más que una formalidad. Con la demorada visita, Lula quiso pagarle a Tabaré Vázquez una deuda de ausencias. En la XVI Cumbre Iberoamericana, realizada en noviembre de (leer más)

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Un extraño en el espejo

Los cargos contra el ex asesor del vicepresidente Cheney desnudan la obsesión por la guerra contra Irak  Bush cultiva una máxima de Texas: el que se atreve, gana. Con ella arribó a Washington, DC, después de las amañadas elecciones de 2000. Estaba convencido de que iba a dar una lavada de cara a la Casa Blanca y de que en el Capitolio, con mayoría propia, los suyos iban a hacer mejor papel que Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes. Su Contrato con América turbó a Bill Clinton desde comienzos de 1995 hasta que renunció, a fines de 1998. Renunció para no ser echado. En cuatro áreas admitió después que habían fracasado los republicanos: corrupción, consultores, competencia y carisma. En aquel momento, Clinton había despojado a los republicanos del ideario de uno de sus próceres: Ronald Reagan, el primer presidente, después de Richard Nixon, con el cual tuvieron la sensación de que ocupaban la Casa Blanca. Reagan solía decir que los demócratas combatían la pobreza y ganaba la pobreza. Clinton, el demócrata más (leer más)

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Abierto por inventario

El diálogo con Irán y Siria, la mayor participación en Medio Oriente y el acuerdo con Corea del Norte son algunas señales En 2004, Al-Qaeda se atribuyó haber tumbado al gobierno de José María Aznar tras los atentados de Atocha. Tres años después, Al-Qaeda se atribuyó haber debilitado al gobierno de Romano Prodi, cercado, entre otras causas, por su insistencia en mantener la misión italiana de paz en Afganistán. En ese lapso, tres años, Al-Qaeda se atribuyó todo aquello que consideró un éxito: desde los atentados en Londres, Casablanca y Bali hasta la rutina de violencia en Irak. En todos los casos, la marca de Al-Qaeda, o de alguna de sus filiales, tuvo beneficios de inventario. Beneficios concretos. En especial, adhesiones y reclutamientos en Europa y otras regiones. Apenas perdieron los republicanos las elecciones de medio término en noviembre de 2006, otro falso mérito de Al-Qaeda, George W. Bush entregó a los demócratas la cabeza de su ladero más controvertido: Donald Rumsfeld, hasta entonces jefe del Pentágono. Sin él, el gobierno norteamericano adquirió un perfil (leer más)

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Contigo aprendí

Bush y Kim se detestan, pero, asediados por problemas internos, necesitaban encontrar una salida para recuperarse Excepto para el depuesto régimen de Saddam Hussein, sobre el cual no hubo lágrimas ni honras, el “eje del mal” tuvo un efecto no deseado: fortaleció a aquellos que, en principio, apenas contaban con la capacidad necesaria para negociar rebajas de ocasión frente a eventuales sanciones económicas de las Naciones Unidas por ir detrás de la bomba. La bomba manda. En un mundo sin liderazgos claros, echado a rodar como una bola de billar después de la Guerra Fría, la bomba, o la mera intención de concebirla en casa, indica el grado de peligro, y de interés, que puede entrañar un país o un gobierno determinado. La bomba, empero, no es igual para todos. No significa lo mismo. Israel, aunque niegue poseerla, procura asegurarse con ella su existencia. Irán, aunque niegue su afán de poseerla, procura asegurarse con ella su independencia. En algunos casos, la bomba no sólo da garantías a los regímenes, sino, también, a los Estados. En (leer más)

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Con la soga al cuello

Con la mención de la adicción al petróleo como signo negativo para los EE.UU., Bush comenzó a aceptar la derrota Con la ejecución de Saddam Hussein, a cargo de las autoridades iraquíes, las tropas norteamericanas completaron, en principio, la primera fase del plan: derrocar una tiranía que cobijaba armas de destrucción masiva y que amenazaba con utilizarlas contra los Estados Unidos. Era la premisa de George W. Bush. La premisa por la cual, contra la corriente, alentó en 2003 la invasión y, hecho el daño, la ocupación y la administración de un país que iba a ver profundizadas sus divisiones internas entre la minoría sunnita, antes dominante, y la mayoría chiíta, ahora emergente, bajo la mirada expectante de la población kurda. La excusa era un shock de democracia liberal, de modo de propagarla, como si de fuego en el bosque se tratara, en la región más conflictiva del planeta: Medio Oriente. Esa excusa, políticamente afín al mundo idealizado por la globalización, convenció a pocos. Los agoreros, renuentes a convalidar la doctrina de las guerras preventivas (leer más)

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La isla de la fantasía

La influencia de los gobiernos de los Estados Unidos, Venezuela, Brasil y España será decisiva en la inminente transición En vísperas de la parada militar del 2 de diciembre en la plaza de la Revolución, la gran incógnita no era la presencia de Fidel Castro. Ya no. Que estuviera poco iba a cambiar la situación. Desde el 31 de julio había delegado el mando en su hermano Raúl. Excepto esporádicas apariciones con el diario oficial Granma de la fecha correspondiente sólo para demostrar que seguía vivo, todo se centraba en el secreto mejor guardado de la isla: su estado de salud, librado a la decisión del destino de mantener el pulgar erguido o inclinarlo hacia abajo. Faltaba después de 47 años. Faltaba y, con su ausencia, abonaba la intriga sobre el desenlace. El desenlace de Cuba, más que el suyo. Febriles comenzaron a ser los contactos reservados con los gobiernos de Hugo Chávez, por un lado, y de George W. Bush, por el otro. Febriles y, en ocasiones, precipitados. Sobre la mesa, aún dominada por (leer más)

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Cuatro presidentes y un funeral

En el país de las dos vigilias, el pasado volvió a aflorar, y a dividir, por la deuda del general con la historia Pinochet no era el dictador, sino el general. El general a secas. Del dictador no se hablaba en Chile. Había adquirido el mote fuera. Lo cual, a oídos de un chileno sorprendido en el exterior con la asociación libre entre su país y el caballero, como supo llamarlo Tony Blair, no resultaba grato ni simpático. Resultaba paradójico que el espejo de la modernización de la economía de América latina reflejara una imagen tan distorsionada y que coincidiera, a su vez, con gravísimas violaciones de los derechos humanos, primero, y con sospechas de corrupción, después. El general no era Chile, pero Chile era del general. En 1999, mientras estaba detenido en las afueras de Londres, parecía omnipresente. Parecía, aclaro, porque, por creyente que fuere, carecía de mérito para atribuirse un don de Dios. Su rostro, severo, fisgoneaba desde los balcones, las paredes, los diarios y las revistas. Fisgoneaba desde todos los rincones, seguro, (leer más)

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Lo cortés no quita lo evidente

La reelección de Chávez coronó una tendencia traducida en insatisfacción, más que en populismo Lejos de la euforia de unos y de la depresión de otros en Venezuela, el secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España, Bernardino León, y el secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental de los Estados Unidos, Thomas Shannon, procuraron establecer en Madrid las bases de una encrucijada: cómo lidiar con el tigre suelto en América latina. Misión, en apariencia, menos compleja para José Luis Rodríguez Zapatero que para George W. Bush. Era viernes; faltaban horas, apenas, para el gesto conciliador hacia los Estados Unidos del presidente provisional de Cuba, Raúl Castro, y para la reelección de Hugo Chávez. Faltaban horas, apenas, para vislumbrar otro escenario. Con los mismos actores, excepto Fidel Castro. Con los mismos actores, pero, a la vez, con algunos cambios. Chávez iba a ganar un nuevo mandato en elecciones limpias, como Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador. Todos ellos, al igual que Luiz Inacio Lula da Silva (leer más)

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La guerra de secesión

En Venezuela, México y Bolivia, las elecciones dejaron al desnudo una realidad: en cada una de ellas conviven dos países CARACAS.– La tierra no resistió. El puente que unía el aeropuerto con la capital se derrumbó. Un viaje de menos de una hora insume desde enero más de tres. A paso de hombre, por una geografía escarpada, dominada por la pobreza. Como el puente roto, reflejo de la sociedad venezolana, Hugo Chávez halló por decantación, después de casi ocho años de gestión, el descontento de una parte de la población. La mitad, tal vez, no necesariamente reflejada en los votos. Esa parte de la población, huérfana de partidos por los desaciertos de la Acción Democrática (AD) y el Copei mientras se alternaban en el Palacio de Miraflores, encontró un candidato: Manuel Rosales. Un candidato de circunstancia. O, acaso, un opositor a secas. Un opositor a secas era también Evo Morales. No vaciló en bloquear las rutas de los sucesivos gobiernos desde el período incompleto de Gonzalo Sánchez de Lozada. Tanto insistió, como Chávez después de (leer más)