El genocidio armenio, la posverdad y el compromiso argentino

El 24 de abril de 1915 comenzaba la matanza sistemática de la población armenia por parte del Imperio Otomano, eclipsada por el horror de la Primera Guerra Mundial




El primer genocidio del siglo XX | Foto de Biblioteca del Congreso
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Por Pablo Kendikian | Prensa Armenia

Días atrás, la Universidad de Belgrano y la Universidad Nacional del Oeste suspendieron una conferencia titulada “1915, el año más largo del Imperio Otomano”, que realizarían junto con la Universidad Estatal de Ankara, luego de que la comunidad armenia denunciara que era una actividad negacionista del genocidio armenio.

Justamente, 1915 fue el año del inicio de lo que el historiador Eric Hobsbawm calificó como el primer intento moderno de eliminar a todo un pueblo, en referencia al armenio. La conferencia malograda en Buenos Aires era un compendio de argumentos destinados a distorsionar la verdad histórica y convertir a la víctima en victimario.

Si bien el simposio estaba promocionado con el pretexto del centenario de la batalla de Galípoli, es necesario advertir que todo el temario tenía componentes de negación del aberrante crimen perpetrado por el imperio turco otomano contra las minorías griega, asiria y armenia, llegando hasta la desfachatez de presentar un tema titulado “La Primera Guerra Mundial y los armenios otomanos”.

ADN. Esta tentativa de construir e instalar la posverdad sobre este y otros temas es una política de Estado practicada por Turquía. La negación del genocidio está en el ADN de los funcionarios turcos desde la llegada al poder de Mustafá Kemal (autodenominado Atatürk) en 1923 hasta Recep Tayyip Erdogan, el actual presidente con fantasías de sultán.

En mayo de 2010 hubo un fallido intento de instalar en Buenos Aires un busto en homenaje a Mustafá Kemal, también continuador de las masacres de griegos y armenios, en el marco de una visita oficial del entonces primer ministro Erdogan a la Argentina. El fuerte rechazo de la comunidad armenia y la decisión de último momento del entonces jefe de Gobierno, Mauricio Macri, lograron evitar el emplazamiento del busto y, en consecuencia, Erdogan decidió no viajar al país, un fuerte golpe para la política negacionista turca.

Si bien el lobby turco siempre estuvo sobrevolando el Palacio San Martín, luego de la sanción de la Ley 26.199 de reconocimiento del genocidio armenio (2007) apuntó con mayor vehemencia a la Cancillería argentina. Salvo las honrosas excepciones de Adalberto Rodríguez Giavarini (1999), Rafael Bielsa (2003) y de Jorge Taiana (2005), desde la recuperación democrática la mayoría de los funcionarios que ocuparon el mando más alto de esa cartera prefirieron mantener posturas más complacientes con el negacionismo que con el compromiso con la verdad, memoria y justicia.

En 2015, año del centenario del genocidio, el entonces canciller Héctor Timerman hizo esfuerzos ridículos para cambiar el término “genocidio” de una placa homenaje que se colocó en el Memorial de Armenia, en la que se recordaba que, bajo el mandato del presidente Néstor Kirchner, se promulgó la ley de reconocimiento argentino. La insistencia por cambiar la palabra fue en vano y su actitud produjo desconcierto en a su par armenio, Edward Nalbandian.

En aquellos días, la página del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina brindaba la noticia sobre la presencia oficial del canciller en los actos en Armenia haciendo referencia al genocidio como “los sucesos de 1915”, evitando utilizar la denominación que tanto irrita a Turquía. A esa conmemoración asistieron distintos jefes de Estado, entre los que se encontraban François Hollande y Vladimir Putin, pero Cristina Kirchner, que había sido invitada especialmente por el presidente de Armenia en su visita al país, decidió mandar a su canciller a pesar de estar a pocos kilómetros de Ereván.

A principios de ese mismo año el ministro Timerman participó de un encuentro en Ankara convocado por Erdogan en el que reunió a todos sus embajadores y a tres cancilleres extranjeros. En ese encuentro se analizó, entre otros temas, cómo neutralizar los efectos de la conmemoración en todo el mundo del, para ellos, “supuesto” genocidio armenio. Timerman eludió contestar sobre el tema en varias oportunidades.

Con estos antecedentes, no sorprendió la actitud de la Cancillería durante el mismo mandato poniendo obstáculos y hasta invitando expresamente a no incluir en la currícula educativa temas relacionados con el genocidio armenio, recomendación que el ex ministro de Educación Alberto Sileoni desoyó con la venia de la ex presidenta Cristina Kirchner. Es oportuno recordar que, desde la gestión del ex ministro Esteban Bullrich y del actual, Alejandro Finocchiaro, no se está utilizando ningún material para la enseñanza del tema.

A la ex canciller Susana Malcorra también parecen haberle atraído más las nuevas muletillas de los argumentos turcos que la legalidad adoptada por la Argentina, lo que quedó en evidencia luego del agradecimiento personal del canciller turco Mevlut Çavuolu  “por su postura con respecto al genocidio armenio” en enero de 2017.

Nada de lo descripto hasta aquí fueron hechos que puedan considerarse aislados, y es claro admitir que Turquía no da por perdida la batalla en nuestro país. Los reveses los obligaron a utilizar nuevos instrumentos y a modificar estrategias para su accionar a través de presiones directas, de promesas de inversiones, de propuestas de cooperación en el campo diplomático en temas sensibles al país, intentando influir en el mundo académico o bien encontrando políticos permeables a sus obsequios y viajes.

En este marco de incremento de los discursos y de avances de acciones negacionistas por parte del lobby turco en los últimos tiempos, es imperioso que se ratifiquen la posición y las políticas de Estado frente a la cuestión del genocidio armenio, sin sacrificar el compromiso con los principios por un supuesto interés coyuntural con ese país. Es necesario que los distintos gobiernos salgan a desmarcarse de estas posiciones y puedan demostrar con claridad que no hubo ningún retroceso en la materia, dejando de lado posiciones ambiguas y pronunciamientos vacíos que generan dudas y confusión sobre lo ya legislado.



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