El fin del mundo y de la Coca-Cola




Es sentir de verdad
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Menudo escándalo armó David Choquehuanca cuando era canciller de Bolivia. Presagió el inminente “fin” de la Coca-Cola. A plazo fijo: el 21 de diciembre de 2012. Ese día, el último del decimotercer baktún (ciclo de 144.000 días en la cuenta larga del calendario maya), no sólo se iba a terminar el mundo, sino también “el “egoísmo” y “la división”, así como el capitalismo y la Coca-Cola, reemplazada por el mocochinche (refresco de durazno).

De haberse cumplido la profecía, difícilmente iba a haber quien pudiera disfrutar del tiempo “de amor” y de “la cultura de la vida” que vaticinó el ministro de Evo Morales, apremiado por aclarar de inmediato que no quiso decir aquello que había dicho.

El 21 de junio de 2017, como si nada, Bolivia recibió el año nuevo aymara 5.525 en coincidencia con el solsticio de invierno. Hubo ofrendas de fuego en homenaje al Tata Inti (dios Sol), sobre todo en la urbe prehispánica sagrada de Tiwanaku, a 3.800 metros de altitud. Un rito ancestral que cobró envión con Morales, el primer presidente indígena de la historia. Me tocó estar en 2006. Asumió el mando allí y luego en La Paz.

La altura da sed, además de soroche (apunamiento). Los refrescos, en general, no gozan de buena salud en varios países. En Francia se les aplica un impuesto especial. En Italia transitan por igual camino. En Finlandia piensan lo mismo y, como van por todo, apuntan ahora contra el chocolate y los helados. En Dinamarca, ídem, pero cruzan la frontera y se aprovisionan de tabletas en Alemania. En el Reino Unido, una academia de médicos pidió que la casa de comidas rápidas y la bebida efervescente más famosas del planeta no puedan auspiciar espectáculos deportivos. En Nueva York, por orden de Michael Bloomberg cuando era alcalde, desapareció el vaso de tamaño extra grande.

Si lo rico engorda, lo aparentemente insalubre también y sale caro, pero hay honrosas excepciones. En Rusia, las papas fritas Lay son aderezadas con sabores de caviar y cangrejo. En China, las galletas Oreo están rellenas de crema de mango y naranja. En España, el cereal All Bran, de Kellogg, se sirve en café caliente, no en leche fría.

Esas adaptaciones al paladar de cada país, que también han incluido las cadenas de comidas rápidas, no parecen ser suficientes para adecentarlos a los ojos de aquellos que ven en las marcas otra vil amenaza del imperialismo y afines.

Por el sobrepeso que provocan las hamburguesas y las gaseosas, Michelle Obama lanzó una campaña contra ellas en los colegios cuando era primera dama de los Estados Unidos. En 2009, el presidente bolivariano Hugo Chávez prohibió en Venezuela la venta de Coca-Cola Zero porque, según dijo, contiene “un componente que puede resultar perjudicial para los humanos».

¿Qué efecto pernicioso tendrán en Bolivia sus versiones regular y la light, llamada “de dieta” en México? En Bolivia, precisamente, Morales hizo su primera campaña presidencial en defensa de la hoja de coca con el lema “Coca no es cocaína”. Ni Coca-Cola, parece, pero el mundo, que yo sepa, sigue vivito y girando.

Jorge Elías
@JorgeEliasInter



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