La otra cara de México

Mientras el gobierno de Peña Nieto se resiste al muro que pretende levantar Donald Trump, nueve de cada diez centroamericanos son expulsados de la frontera sur de su país




La Bestia, el tren de la muerte, viaje de ida
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En 2014 sonaron las alarmas: 68.541 niños y adolescentes intentaron ingresar solos en los Estados Unidos. Provenían de América Central. Habían surcado México. Muchos marchaban detrás de sus padres o de sus parientes, radicados en forma ilegal del otro lado de la frontera. Muchos, también, huían de las pandillas, amenazados con ser reclutados, los varones, o violadas, las mujeres. El gobierno de Barack Obama acordó entonces con México el Plan Frontera Sur. Consiste en repeler las oleadas de migrantes del Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador). El resultado: nueve de cada diez han sido devueltos a sus países por las autoridades mexicanas.

Entre enero y abril de 2016 corrieron esa suerte el 96 por ciento de los guatemaltecos, el 92 por ciento de los hondureños y el 87 por ciento de los salvadoreños indocumentados, según cálculos de Univision Data contrastados con informes oficiales. Es la otra cara de México, satanizado por Donald Trump como proveedor de violadores, traficantes de drogas y asesinos. La otra cara y el dilema del gobierno de Enrique Peña Nieto al defender a los suyos, expuestos a deportaciones, y expulsar a los otros, los centroamericanos, en el extremo sur del país.

Tanto México como Guatemala, Honduras y El Salvador experimentaron en 2016 un considerable aumento de las remesas enviadas desde los Estados Unidos, según Diálogo Interamericano. Crecieron un ocho por ciento. Se trata del dinero que las familias reciben de aquellos que están afincados en forma legal o ilegal. Esos giros, vitales para las economías nacionales, se han disparado ahora por el temor a eventuales gravámenes que pueda aplicarles el gobierno de Trump.

El Triángulo del Norte

La mayor cantidad de migrantes que ingresan en los Estados Unidos son mexicanos, seguidos por guatemaltecos, hondureños y salvadoreños. México está en el medio. Debe atender a aquellos que podrían ser deportados y cerrarles la puerta a aquellos que, con un drama parecido a cuestas, pretenden atravesar su territorio para huir de la pobreza y de la violencia en sus países. Algunos no llegan a destino. Los pedidos de asilo treparon de 3.424 en 2015 a 8.781 en 2016, según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). La mayoría de los formularios, nueve de cada diez, han sido llenados por ciudadanos de Honduras y de El Salvador.

La ruta de los migrantes a veces comienza en Colombia, que también ha reforzado sus controles migratorios por el arribo masivo de venezolanos. Hasta chinos y africanos han sido detenidos en el selvático Tapón del Darién. Intentaban ir a Panamá y continuar hacia México para alcanzar los Estados Unidos. Los coyotes (mafias fronterizas) son capaces de cobrarles hasta 2.500 dólares para facilitarles el viaje por una región dominada por las maras (pandillas), los traficantes de armas y de drogas y los delincuentes comunes.

La ola migratoria empezó en la década del ochenta con las guerras civiles en América Central. Concluido ese período, las tasas de homicidios se dispararon. Los jóvenes, con pocas perspectivas de superación en sus países, pasaron a ser los más vulnerables. El trayecto hacia México, en condiciones deplorables, les depara el peligro de ser capturados, reclutados o ejecutados por redes criminales, así como deportados. El gobierno de Obama impulsó en 2016 el Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, de modo frenar los flujos migratorios con aportes económicos de todos los involucrados. Pocos creen que funcione. Menos aún con el endurecimiento de la política migratoria de Trump.

En México, tampoco exento de riesgos, el siguiente desafío puede ser el lomo de La Bestia, el tren de carga que recorre el país en dirección a los Estados Unidos. Lo llaman el tren de la muerte. Con razón. Era el más utilizado por los migrantes hasta 2014, cuando ambos gobiernos firmaron el Plan Frontera Sur. Los migrantes se trepaban en el techo y aguantaban horas, días, a veces semanas, agarrados de una cuerda a pesar del cansancio, del mal tiempo, de la posibilidad de un descarrilamiento y de las amenazas de ser extorsionados, violados o, simplemente, empujados por los carteles de la droga, la otra versión de México y del crimen organizado.

Publicado en Télam, 9 de marzo de 2017

Jorge Elías
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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